La madre María Bernarda Bütler, de origen suizo
ROMA, jueves, 31 julio 2008 (ZENIT.org).- En la ciudad de Cartagena de Indias, en Colombia, se encuentra la tumba de la beata María Bernarda Bütler, fundadora de las hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, quien será canonizada el próximo 12 de octubre.
Su nombre de pila era Verena Büttler. Nació en Auw, Suiza el 28 de mayo de 1848 en un hogar sencillo de padres campesinos. En 1867 ingresó al monasterio franciscano de María Auxiliadora en su país. Dos años más tarde hizo su profesión religiosa donde tomó el nombre de María Bernarda del Sagrado Corazón de María.
Junto con seis compañeras partió para Ecuador en 1888, donde fundó la Congregación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María Auxiliadora, cuyo carisma es la extensión del reino de Dios a través de las obras de misericordia.
Sus cartas evidenciaban su profunda vida interior y su fina espiritualidad: "Sean madres y amen. Perdonen. Tengan entrañas de misericordia para ayudar y comprender. Acérquense y aléjense de quien quiera que sea con una sonrisa cargada de atractiva afabilidad. Tengan un porte digno aureolado de bondad", escribía.
Siete años más tarde, tras la persecución contra religiosos liderada por el entonces presidente ecuatoriano Eloy Alfaro, la madre María Bernarda y sus hermanas abandonaron el país y fueron acogidas en Cartagena por el entonces obispo de aquella diócesis, monseñor Eugenio Biffi.
"Es admirable su generosidad. De forma radical se desprende de todo y arriesga su vida por Cristo, pues su deseo más grande es anunciar al Señor hasta los extremos de la tierra (...) Incluso en la persecución, mostró que el camino que supera todos los caminos es el amor", dijo el papa Juan Pablo II en su homilía, durante la misa de su beatificación en octubre de 1995.
La Madre Bernarda permaneció 29 años en Cartagena, hasta que murió en 1924 a los 76 años de edad.
"No tenía una visión dividida del ser humano sino íntegra, de la misma iba la enseñanza humana y espiritual. Encarnó las enseñanzas de San Francisco sobre la paz. Sus testimonio habla mucho de la vida interior", aseguró para Zenit la hermana Teresita Giraldo, directora de la clínica Madre Bernarda en Cartagena.
Milagro para su canonización
La curación de Mirna Jazmine de 33 años, fue clave para que la Santa Sede aprobara la canonización de la Madre Bernarda.
En julio de 2002 le detectaron una neumonía atípica. Estaba en cuidados intensivos. Ambos pulmones estaban llenos de líquido. Los especialistas aseguraban que tenía el máximo daño pulmonar y en cualquier momento esperaban su muerte. Su madre Lilian Correa acudió a la hermana Teresita, para pedirle una reliquia de la Madre Bernarda y la puso en el cabello de su hija. Ese día comenzó a rezarle una novena para pedir por la curación de Mirna. Al día siguiente llamó a preguntar por ella, le dijeron que había amanecido mejor. Le tomaron una nueva radiografía que evidenció una notable mejoría. Los médicos se reunieron ese día a comparar la radiografía con la del día anterior y concluyeron que era científicamente inexplicable. "Yo revisé la historia y me di cuenta que quien sufre de esto no se salva", aseguró Mirna desde Cartagena, doctora y actual directora de urgencias de este centro de salud, cuya fe dice que se ha fortalecido mucho luego de este milagro.
Decidieron llamar a una comisión de teólogos para que postulara el caso ante la Santa Sede. "Mirna no recuerda lo que vivió. Con calma comencé a contarle lo que había ocurrido", comenta Lillian. Un mes después le hicieron un tac pulmonar que evidenció que no había ninguna secuela de la enfermedad de Mirna.
El testimonio de la Madre Bernarda brilla sobre las casi 700 hermanas Franciscanas Misioneras de María Axiliadora, ahora presentes en Colombia, Venezuela, Perú, Bolivia, Ecuador, así como en varios países de África y Europa. "No hay nada pequeño a la luz de la eternidad. Grande será el peso de gloria que nos merecerá la fidelidad a la pobreza en el más allá, y muy grande será el gozo y la liberación que nos producirá ya acá", dice en una de sus cartas.
Por Carmen Elena Villa Betancourt
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