CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 6 marzo 2008 (ZENIT.org).- Se está celebrando del 3 al 8 de marzo el «Curso sobre el fuero interno», organizado por el tribunal de la Penitenciaría Apostólica de la Santa Sede para dar a la Iglesia «confesores más formados», capaces de superar las dificultades que el sacramento tiene que afrontar.
«Tras las vocaciones y el matrimonio, también el sacramento de la penitencia afronta un periodo de crisis que, si bien se ha manifestado ya desde hace algunos decenios, se agudiza cada vez más», explica el diario vaticano «L'Osservatore Romano».
Tal crisis, observó en la inauguración del curso monseñor Gianfranco Girotti, obispo regente del tribunal de la Penitenciaría Apostólica, empieza a «atravesar incluso los umbrales de los seminarios, de los colegios y de los institutos eclesiásticos».
Monseñor Girotti recordó los resultados de una investigación sociológica de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Italia para subrayar el grave estado de dificultad actual en la percepción del sacramento de la confesión, «tan fundamental para la salud y la santificación de las almas».
Según la investigación, de 1998 y referida a Italia, el 30% de los fieles no considera necesaria la presencia de los sacerdotes en los confesonarios. El 10%, más bien la considera un impedimento para el diálogo directo con el Señor, mientras que el 20% sostiene tener dificultad al hablar con otra persona de los propios pecados
Precisamente para afrontar estos problemas, la Penitenciaría Apostólica ha promovido el curso que mira a «robustecer la formación de los sacerdotes, ministros de la reconciliación».
Interviniendo en el evento, informa «L'Osservatore Romano», monseñor Girotti pofundizó «en el sacramento de la penitencia y en algunos particulares aspectos de la misión del confesor, en relación algunas categorías de penitentes consideradas ‘especiales'».
La primera referencia es para los divorciados y las parejas irregulares, frente a los cuales «la doctrina y la praxis oficial de la Iglesia tratan de recorrer una vía que le permita permanecer fiel al mandato de administrar el perdón y la misericordia de Dios».
Por este motivo, «el confesor tiene el deber de proponer de vez en cuando soluciones que lleven a la sanación de la situación o a la transformación de la convivencia en una relación de amistad y de solidaridad, únicas condiciones para poderse nuevamente acercar a la Eucaristía».
De todos modos, se recomienda a los confesores ocuparse siempre de los divorciados vueltos a casar, que, dijo monseñor Girotti, «deben tener un puesto propio preciso en el amor solícito del pastor de almas y no sólo en estas situaciones límite, sino también en la actividad pastoral cotidiana», porque «una pastoral que se inspira en el Evangelio no puede y no debe nunca hacer desesperar a nadie».
Un empeño especial se pide al confesor por lo que se refiere a la categoría de los pecadores entre las personas consagradas o los candidatos al sacerdocio o a la vida consagrada. En este caso, el confesor debe presentarse como «juez justo» o «buen médico del espíritu», recordando que «a menudo la dureza ha sido fatal para muchos», y por tanto sin «nunca asumir el tono apocalíptico».
Sobre aquellos que muestran tendencias homosexuales, en su itinerario de acercamiento al seminario y a las órdenes sagradas, monseñor Girotti recordó que «la Iglesia no puede admitir en el seminario o a las órdenes sagradas a aquellos que practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas, o apoyan la llamada ‘cultura gay', es decir aquellos candidatos que presentan una atracción exclusiva hacia personas del mismo sexo, independientemente del hecho que hayan o no vivido experiencias eróticas».
En estos casos, el confesor debe saber discernir «la tendencia homosexual profundamente arraigada» y aquella «no profundamente arraigada». En el primer caso, está prevista la exclusión; en el segundo, deben haber pasado al menos tres años sin haber tenido este tipo de relaciones para obtener la admisión.
Monseñor Girotti se detuvo en algunos «casos complejos y delicados», como los fenómenos diabólicos o místicos o de presunta sobrenaturalidad, los escrupulosos y los que vuelven a caer continuamente en los pecados confesados. Si para los fenómenos diabólicos se aconseja la intervención del exorcista y para aquellos del misticismo confesores expertos, en el caso de los escrupulosos la situación es diversa.
Los escrupulosos son aquellos que pasan de un confesor a otro por miedo a que el primero o los sucesivos le hayan malentendido y no hayan comprendido bien su pecado y sienten la necesidad de volver a confesarlo.
Por lo que se refiere a las personas que siguen recayendo en el mismo pecado del cual siguen confesándose, el confesor debe actuar con sabiduría para salir al encuentro de las necesidades de los fieles haciéndoles comprender la verdad.
«En el confesionario, en definitiva, es esta la primera enseñanza dada en el curso, hay que tener mucha paciencia», concluye.