sábado, 22 de marzo de 2008

Predicador del Papa: No se es cristiano si no se cree en la Resurrección de Cristo

Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia del Domingo de Pascua


ROMA, sábado, 22 marzo 2008 (ZENIT.org ).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la Liturgia de la Palabra del Domingo de Resurrección

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Domingo de Pascua

Hechos 10,34a.37-43; Colosenses 3,1-4; Juan 20, 1-9

¡Ha resucitado!

A las mujeres que acudieron al sepulcro, la mañana de Pascua, el ángel les dijo: «No temáis. Buscáis a Jesús Nazareno, el crucificado. ¡Ha resucitado!». ¿Pero verdaderamente ha resucitado Jesús? ¿Qué garantías tenemos de que se trata de un hecho realmente acontecido, y no de una invención o de una sugestión? San Pablo, escribiendo a la distancia de no más de veinticinco años de los hechos, cita a todas las personas que le vieron después de su resurrección, la mayoría de las cuales aún vivía (1 Co 15,8). ¿De qué hecho de la antigüedad tenemos testimonios tan fuertes como de éste?

Pero para convencernos de la verdad del hecho existe también una observación general. En el momento de la muerte de Jesús los discípulos se dispersaron; su caso se da por cerrado: «Esperábamos que fuera él...», dicen los discípulos de Emaús. Evidentemente, ya no lo esperan. Y he aquí que, de improviso, vemos a estos mismos hombres proclamar unánimes que Jesús está vivo; afrontar, por este testimonio, procesos, persecuciones y finalmente, uno tras otro, el martirio y la muerte. ¿Qué ha podido determinar un cambio tan radical, más que la certeza de que Él verdaderamente había resucitado?

No pueden estar engañados, porque han hablado y comido con El después de su resurrección; y además eran hombres prácticos, ajenos a exaltarse fácilmente. Ellos mismos dudan de primeras y oponen no poca resistencia a creer. Ni siquiera pueden haber engañado a los demás, porque si Jesús no hubiera resucitado, los primeros en ser traicionados y salir perdiendo (¡la propia vida!) eran precisamente ellos. Sin el hecho de la resurrección, el nacimiento del cristianismo y de la Iglesia se convierte en un misterio aún más difícil de explicar que la resurrección misma.

Estos son algunos argumentos históricos, objetivos; pero la prueba más fuerte de que Cristo ha resucitado ¡es que está vivo! Vivo, no porque nosotros le mantengamos con vida hablando de Él, sino porque Él nos tiene en vida a nosotros, nos comunica el sentido de su presencia, nos hace esperar. «Toca a Cristo quien cree en Cristo», decía san Agustín, y los auténticos creyentes experimentan la verdad de esta afirmación.

Los que no creen en la realidad de la resurrección siempre han planteado la hipótesis de que se haya tratado de fenómenos de autosugestión; los apóstoles creyeron ver. Pero esto, si fuera cierto, constituiría al final un milagro no inferior al que se quiere evitar admitir. Supone, en efecto, que personas distintas, en situaciones y lugares diferentes, tuvieron todas la misma alucinación. Las visiones imaginarias llegan habitualmente a quien las espera y las desea intensamente; pero los apóstoles, después de los sucesos del Viernes Santo, ya no esperaban nada.

La resurrección de Cristo es, para el universo espiritual, lo que fue para el universo físico, según una teoría moderna, el Big-bang inicial: tal explosión de energía como para imprimir al cosmos ese movimiento de expansión que prosigue todavía, miles de millones de años después. Quita a la Iglesia la fe en la resurrección y todo se detiene y se apaga, como cuando en una casa se va la luz. San Pablo escribió: «Si confiesas con tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo» (Rm 10,9). «La fe de los cristianos es la resurrección de Cristo», decía san Agustín. Todos creen que Jesús ha muerto, también los paganos y los agnósticos. Pero sólo los cristianos creen que también ha resucitado, y no se es cristiano si no se cree esto. Resucitándole de la muerte, es como si Dios confirmara la obra de Cristo, le imprimiera su sello. «Dios ha dado a todos los hombres una garantía sobre Jesús, al resucitarlo de entre los muertos» (Hechos 17,31).

[Traducción del original italiano por Marta Lago]

El Papa invita a los cristianos a ser "hombres y mujeres de la luz" durante Vigilia Pascual

.- El Papa Benedicto XVI presidió este Sábado Santo a las 9:00 p.m. -hora de Roma- en la Basílica de San Pedro, la solmene celebración de la Vigilia Pascual, durante la cual llamó a los cristianos a ser personas "pascuales", hombres y mujeres de la luz, capaces de elevar sus corazones por encima de las dificultades terrenas.

Durante la celebración, el Pontífice recibió dentro de la Iglesia católica a seis catecúmenos de diversas partes del mundo, incluyendo China y Perú.

La Vigilia comenzó en el atrio de la Basílica, donde se bendijo el Cirio Pascual y se entonó el "Exulted".

Tras la lectura del Evangelio, el Santo Padre pronunció la siguiente homilía:

Queridos hermanos y hermanas:

En su discurso de despedida, Jesús anunció a los discípulos su inminente muerte y resurrección con una frase misteriosa: "Me voy y vuelvo a vuestro lado" (Jn 14,28). Morir es partir. Aunque el cuerpo del difunto aún permanece, él personalmente se marchó hacia lo desconocido y nosotros no podemos seguirlo (cf. Jn 13,36). Pero en el caso de Jesús existe una novedad única que cambia el mundo. En nuestra muerte el partir es una cosa definitiva, no hay retorno. Jesús, en cambio, dice de su muerte: "Me voy y vuelvo a vuestro lado". Justamente en su irse, él regresa. Su marcha inaugura un modo totalmente nuevo y más grande de su presencia. Con su muerte entra en el amor del Padre. Su muerte es un acto de amor. Ahora bien, el amor es inmortal. Por este motivo su partida se transforma en un retorno, en una forma de presencia que llega hasta lo más profundo y no acaba nunca. En su vida terrena Jesús, como todos nosotros, estaba sujeto a las condiciones externas de la existencia corpórea: a un determinado lugar y a un determinado tiempo. La corporeidad pone límites a nuestra existencia. No podemos estar contemporáneamente en dos lugares diferentes. Nuestro tiempo está destinado a acabarse. Entre el yo y el tú está el muro de la alteridad. Ciertamente, amando podemos entrar, de algún modo, en la existencia del otro. Queda, sin embargo, la barrera infranqueable del ser diversos. Jesús, en cambio, que a través del amor ha sido transformado totalmente, está libre de tales barreras y límites. Es capaz de atravesar no sólo las puertas exteriores cerradas, como nos narran los Evangelios (cf. Jn 20, 19). Puede atravesar la puerta interior entre el yo y el tú, la puerta cerrada entre el ayer y el hoy, entre el pasado y el porvenir. Cuando, en el día de su entrada solemne en Jerusalén, un grupo de griegos pidió verlo, Jesús contestó con la parábola del grano de trigo que, para dar mucho fruto, tiene que morir. Con eso predijo su propio destino: no se limitó simplemente a hablar unos minutos con este o aquel griego. A través de su Cruz, de su partida, de su muerte como el grano de trigo, llegaría realmente a los griegos, de modo que ellos pudieran verlo y tocarlo en la fe. Su partida se convierte en un venir en el modo universal de la presencia del Resucitado, en el cual Él está presente ayer, hoy y siempre; en el cual abraza todos los tiempos y todos los lugares. Ahora puede superar también el muro de la alteridad que separa el yo del tú. Esto sucedió con Pablo, quien describe el proceso de su conversión y Bautismo con las palabras: "vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 20). Mediante la llegada del Resucitado, Pablo ha obtenido una identidad nueva. Su yo cerrado se ha abierto. Ahora vive en comunión con Jesucristo, en el gran yo de los creyentes que se han convertido –como él define– en "uno en Cristo" (Ga 3, 28).

Queridos amigos, se pone así de manifiesto, que las palabras misteriosas de Jesús en el Cenáculo ahora –mediante el Bautismo– se hacen de nuevo presentes para vosotros. Por el Bautismo el Señor entra en vuestra vida por la puerta de vuestro corazón. Nosotros no estamos ya uno junto al otro o uno contra el otro. Él atraviesa todas estas puertas. Ésta es la realidad del Bautismo: Él, el Resucitado, viene, viene a vosotros y une su vida a la vuestra, introduciéndoos en el fuego vivo de su amor. Formáis una unidad, sí, una sola cosa con Él, y de este modo una sola cosa entre vosotros. En un primer momento esto puede parecer muy teórico y poco realista. Pero cuanto más viváis la vida de bautizados, tanto más podréis experimentar la verdad de esta palabra. Las personas bautizadas y creyentes no son nunca realmente ajenas las unas para las otras. Pueden separarnos continentes, culturas, estructuras sociales o también acontecimientos históricos. Pero cuando nos encontramos nos conocemos en el mismo Señor, en la misma fe, en la misma esperanza, en el mismo amor, que nos conforman. Entonces experimentamos que el fundamento de nuestras vidas es el mismo. Experimentamos que en lo más profundo de nosotros mismos estamos enraizados en la misma identidad, a partir de la cual todas las diversidades exteriores, por más grandes que sean, resultan secundarias. Los creyentes no son nunca totalmente extraños el uno para el otro. Estamos en comunión a causa de nuestra identidad más profunda: Cristo en nosotros. Así la fe es una fuerza de paz y reconciliación en el mundo: la lejanía ha sido superada, estamos unidos en el Señor (cf. Ef 2, 13).

Esta naturaleza íntima del Bautismo, como don de una nueva identidad, está representada por la Iglesia en el Sacramento a través de elementos sensibles. El elemento fundamental del Bautismo es el agua; junto a ella está, en segundo lugar, la luz que, en la Liturgia de la Vigilia Pascual, destaca con gran eficacia. Echemos solamente una mirada a estos dos elementos. En el último capítulo de la Carta a los Hebreos se encuentra una afirmación sobre Cristo, en la que el agua no aparece directamente, pero que, por su relación con el Antiguo Testamento, deja sin embargo traslucir el misterio del agua y su sentido simbólico. Allí se lee: "El Dios de la paz, hizo subir de entre los muertos al gran pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, en virtud de la sangre de la alianza eterna" (cf. 13, 20). En esta frase resuena una palabra del Libro de Isaías, en la que Moisés es calificado como el pastor que el Señor ha hecho salir del agua, del mar (cf. 63, 11). Jesús aparece como el nuevo y definitivo Pastor que lleva a cabo lo que Moisés hizo: nos saca de las aguas letales del mar, de las aguas de la muerte. En este contexto podemos recordar que Moisés fue colocado por su madre en una cesta en el Nilo. Luego, por providencia divina, fue sacado de las aguas, llevado de la muerte a la vida, y así –salvado él mismo de las aguas de la muerte– pudo conducir a los demás haciéndolos pasar a través del mar de la muerte. Jesús ha descendido por nosotros a las aguas oscuras de la muerte. Pero en virtud de su sangre, nos dice la Carta a los Hebreos, ha sido arrancado de la muerte: su amor se ha unido al del Padre y así desde la profundidad de la muerte ha podido subir a la vida. Ahora nos eleva de la muerte a la vida verdadera. Sí, esto es lo que ocurre en el Bautismo: Él nos atrae hacía sí, nos atrae a la vida verdadera. Nos conduce por el mar de la historia a menudo tan oscuro, en cuyas confusiones y peligros corremos el riesgo de hundirnos frecuentemente. En el Bautismo nos toma como de la mano, nos conduce por el camino que atraviesa el Mar Rojo de este tiempo y nos introduce en la vida eterna, en aquella verdadera y justa. ¡Apretemos su mano! Pase lo que pase, ¡no soltemos su mano! De este modo caminamos sobre la senda que conduce a la vida.

En segundo lugar está el símbolo de la luz y del fuego. Gregorio de Tours narra la costumbre, que se ha mantenido durante mucho tiempo en ciertas partes, de encender el fuego para la celebración de la Vigilia Pascual directamente con el sol a través de un cristal: se recibía, por así decir, la luz y el fuego nuevamente del cielo para encender luego todas las luces y fuegos del año. Esto es un símbolo de lo que celebramos en la Vigilia Pascual. Con la radicalidad de su amor, en el que el corazón de Dios y el corazón del hombre se han entrelazado, Jesucristo ha tomado verdaderamente la luz del cielo y la ha traído a la tierra –la luz de la verdad y el fuego del amor que transforma el ser del hombre. Él ha traído la luz, y ahora sabemos quién es Dios y cómo es Dios. Así también sabemos cómo están las cosas respecto al hombre; qué somos y para qué existimos. Ser bautizados significa que el fuego de esta luz ha penetrado hasta lo más íntimo de nosotros mismos. Por esto, en la Iglesia antigua se llamaba también al Bautismo el Sacramento de la iluminación: la luz de Dios entra en nosotros; así nos convertimos nosotros mismos en hijos de la luz. No queremos dejar que se apague esta luz de la verdad que nos indica el camino. Queremos preservarla de todas las fuerzas que pretenden extinguirla para arrojarnos en la oscuridad sobre Dios y sobre nosotros mismos. La oscuridad, de vez en cuando, puede parecer cómoda. Puedo esconderme y pasar mi vida durmiendo. Pero nosotros no hemos sido llamados a las tinieblas, sino a la luz. En las promesas bautismales encendemos, por así decir, nuevamente, año tras año esta luz: sí, creo que el mundo y mi vida no provienen del azar, sino de la Razón eterna y del Amor eterno; han sido creados por Dios omnipotente. Sí, creo que en Jesucristo, en su encarnación, en su cruz y resurrección se ha manifestado el Rostro de Dios; que en Él Dios está presente entre nosotros, nos une y nos conduce hacia nuestra meta, hacia el Amor eterno. Sí, creo que el Espíritu Santo nos da la Palabra verdadera e ilumina nuestro corazón; creo que en la comunión de la Iglesia nos convertimos todos en un solo Cuerpo con el Señor y así caminamos hacia la resurrección y la vida eterna. El Señor nos ha dado la luz de la verdad. Esta luz es también al mismo tiempo fuego, fuerza de Dios, una fuerza que no destruye, sino que quiere transformar nuestros corazones, para que nosotros seamos realmente hombres de Dios y para que su paz actúe en este mundo.

En la Iglesia antigua existía la costumbre de que el Obispo o el sacerdote después de la homilía exhortara a los creyentes exclamando: "Conversi ad Dominum" –volveos ahora hacia el Señor. Eso significaba ante todo que ellos se volvían hacia el Este –en la dirección del sol naciente como señal del retorno de Cristo, a cuyo encuentro vamos en la celebración de la Eucaristía. Donde, por alguna razón, eso no era posible, dirigían su mirada a la imagen de Cristo en el ábside o a la Cruz, para orientarse interiormente hacia el Señor. Porque, en definitiva, se trataba de este hecho interior: de la conversio, de dirigir nuestra alma hacia Jesucristo y, de ese modo, hacia el Dios viviente, hacia la luz verdadera. A esto se unía también otra exclamación que aún hoy, antes del Canon, se dirige a la comunidad creyente: "Sursum corda" –levantemos el corazón, fuera de la maraña de todas nuestras preocupaciones, de nuestros deseos, de nuestras angustias, de nuestra distracción– levantad vuestros corazones, vuestra interioridad. Con ambas exclamaciones se nos exhorta de alguna manera a renovar nuestro Bautismo: Conversi ad Dominum –siempre debemos apartarnos de los caminos equivocados, en los que tan a menudo nos movemos con nuestro pensamiento y obras. Siempre tenemos que dirigirnos a Él, que es el Camino, la Verdad y la Vida. Siempre hemos de ser "convertidos", dirigir toda la vida a Dios. Y siempre tenemos que dejar que nuestro corazón sea sustraído de la fuerza de gravedad, que lo atrae hacia abajo, y levantarlo interiormente hacia lo alto: en la verdad y el amor. En esta hora damos gracias al Señor, porque en virtud de la fuerza de su palabra y de los santos Sacramentos nos indica el itinerario justo y atrae hacia lo alto nuestro corazón. Y lo pedimos así: Sí, Señor, haz que nos convirtamos en personas pascuales, hombres y mujeres de la luz, colmados del fuego de tu amor. Amén.

Fallece el Cardenal Suárez Rivera

Adolfo Suárez Rivera.
Foto: Archivo


Informan que la velación del Prelado muy probablemente se realizará a partir de este mediodía, en el Sagrario de la Catedral Metropolitana



Monterrey, México (22/3/2008).- El Cardenal Adolfo Suárez Rivera, Arzobispo emérito de Monterrey, falleció hoy alrededor de la 1:25 horas.

Desde la noche del jueves, el Purpurado, de 81 años, había sido internado en el Hospital Muguerza a causa de un derrame cerebral.

El Padre Juan José Martínez, vocero de la Arquidiócesis de Monterrey, señaló que hoy al mediodía el Cardenal Francisco Robles Ortega ampliará la información sobre el deceso y dará los datos sobre los servicios funerarios.

Martínez dijo que la velación del Prelado muy probablemente se realizará a partir de hoy al mediodía, en el Sagrario de la Catedral Metropolitana.

"Es muy probable que desde este mediodía se realicen los funerales en el Sagrario de la Catedral, sólo estamos esperando la confirmación por parte del Cardenal Francisco Robles Ortega", expresó Martínez

El vocero dijo que de acuerdo a los ritos marcados por el Vaticano se tiene que nombrar un delegado papal para encabezar la eucaristía del funeral del Cardenal, cuyo cuerpo podría estar expuesto por tres días para que la comunidad lo despida.

"El Papa nombra un delegado papal para encabezar los ritos, en este caso puede ser el mismo Cardenal Robles y el funeral es de 2 a 3 días, al mismo asisten los Obispos de México y de varias partes del mundo", indicó Martínez.

El Cardenal fue sometido desde el pasado jueves a una cirugía de cateterismo para desbloquearle la arteria que le estaba impidiendo la irrigación en su cerebro y desde entonces su estado de salud había sido reportado como grave.

El Padre Martínez manifestó que debido a que se atraviesa la Vigilia Pascual, en donde la liturgia marca que no puede haber misa hasta que no se abra la Gloria, y luego el Domingo de Resurrección, es muy probable que esperen hasta el lunes para realizar la misa especial al Cardenal.

"Como hoy no hay misa por la Vigilia Pascual y el domingo es Domingo de Resurrección, es muy probable que la eucaristía solemne del Cardenal se realice hasta el lunes cuando puedan estar presentes la mayoría de los obispos y la misma comunidad regiomontana", explicó Martínez.

Suárez Rivera nació en San Cristóbal de las Casas el 9 de enero de 1927 y recibió la Ordenación Sacerdotal en Roma el 8 de marzo de 1952.

El 12 de enero de 1984 se convirtió en el décimo Arzobispo de Monterrey y el 26 de noviembre de 1994 el Papa Juan Pablo II lo designó Cardenal, el primero para Monterrey.

Estuvo al frente de la Arquidiócesis regia hasta el 25 de enero del 2003, cuando fue sucedido por Robles.

Su último acto público fue el 9 de enero de este año, durante una misa en la Basílica de Guadalupe en la que celebró sus 81 años de edad.

Cortesía de www.elnorte.com

martes, 18 de marzo de 2008

La Palabra de hoy Martes 18 de Marzo del 2008


Lectio Divina
Martes 18 de Marzo del 2008
Ciclo "A": Lecturas - Año Par  |   Martes Santo tiempo de Cuaresma
Feria    |  Color: Morado
Liturgia de las Horas: T. II  |  II Semana del Salterio Lecturas: Juan 13, 21-33. 36-38 ; Salmo 70

Lectio Divina

Isaías 49, 1-6

Escúchenme, islas;
pueblo lejanos, atiéndanme.
El Señor me llamó desde el vientre de mi madre;
cuando aún estaba yo en el seno materno,
él pronunció mi nombre.

Hizo de mi boca una espada filosa,
me escondió en el sombra de su mano,
me hizo flecha puntiaguda,
me guardó en su aljaba y me dijo:
"Tú eres mi siervo, Israel;
en ti manifestaré mi gloria".
Entonces yo pensé: "En vano me he cansado,
inútilmente he gastado mis fuerzas;
en realidad mi causa estaba en manos del Señor,
mi recompensa la tenía mi Dios".

Ahora habla el Señor,
el que me formó desde el seno materno,
para que fuera su servidor,
para hacer que Jacob volviera a él
y congregar a Israel en torno suyo
â€"tanto así me honró el Señor
y mi Dios fue mi fuerzaâ€".
Ahora, pues, dice el Señor:
"Es poco que seas mi siervo
sólo para restablecer a las tribus de Jacob
y reunir a los sobrevivientes de Israel;
te voy a convertir en luz de las naciones,
para que mi salvación llegue
hasta los últimos rincones de la tierra".

 

+ Meditatio

Nuevamente el Señor nos recuerda que es él precisamente quien vence nuestras batallas, que en vano nos esforzamos, cuando su poder es el que nos da la victoria. Y es que Dios nos ha escogido y nos ha llamado a vivir en su plenitud, por ello el gran error del hombre es el querer ser autosuficiente, el buscar la independencia de todo y de todos, incluso del mismo Dios. Precisamente con Dios somos más que vencedores; Jesús para esto murió y resucitó, para que en él tengamos la victoria sobre nuestros pecados y debilidades.

Aprovechemos esta semana para intensificar nuestra relación con Dios. Conozcámoslo más cada día y no solo de "oídas", sino como una experiencia personal. Preparémonos en estos días santos intensificando nuestra oración y buscando que la victoria de Dios se manifieste en nuestra caridad para con los demás.

+ Oratio

Señor, sé muy bien que tú peleas mis batallas, sé también que si tú no eres quien me edifica, en vano me cansaría esforzándome, por eso me abandono a tu victoria admirable, me declaro más que vencedor en ti, me declaro limpio, sano, purificado por tu sangre. Te pido, Señor, que a la hora de la tentación me revistas de tu armadura y pueda resistir firme en la fe.

+ Operatio

Este día, a la hora de cualquier tentación, diré en mi interior: soy más que vencedor en Cristo y resistiré sin caer. Y a cada momento del día tendré presente que soy victorioso por la victoria de Jesús

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro

 

lunes, 17 de marzo de 2008

La Palabra de hoy Lunes 17 de Marzo del 2008


Lectio Divina
Lunes 17 de Marzo del 2008
Ciclo "A": Lecturas - Año Par  |   VI Semana del Tiempo de Cuaresma
Feria    |  Color: Morado
Liturgia de las Horas: T. II  |  II Semana del Salterio Lecturas: Juan 12, 1-11 ; Salmo 26

Lectio Divina

Isaías 42, 1-7

Miren a mi siervo, a quien sostengo;
a mi elegido, en quien tengo mis complacencias.
En él he puesto mi espíritu,
para que haga brillar la justicia sobre las naciones.
No gritará ni clamará,
no hará oír su voz en las plazas,
no romperá la caña resquebrajada,
ni apagará la mecha que aún humea.
Proclamará la justicia con firmeza,
no titubeará ni se doblegará,
hasta haber establecido el derecho sobre la tierra
y hasta que las islas escuchen su enseñanza.

Esto dice el Señor Dios,
el que creó el cielo y lo extendió,
el que dio firmeza a la tierra, con lo que en ella brota;
el que dio el aliento a la gente que habita la tierra
y la respiración a cuanto se mueve en ella:
"Yo, el Señor, fiel a mi designio de salvación,
te llamé, te tomé de la mano;
te he formado y te he constituido alianza de un pueblo,
luz de las naciones,
para que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión
y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas".

 

+ Meditatio

El profeta Isaías nos invita durante esta semana a voltear nuestros ojos hacia el elegido de Dios, hacia su Mesías y Salvador. A ver en él la imagen de un hombre desecho por el pecado de la humanidad, a un hombre que ofreció su vida por la salvación de todos y cada uno de nosotros.

Para el hombre de hoy, tan acostumbrado a tener su mirada fija en las cosas del mundo, tan preocupado por todos los problemas que lo circundan, esta semana de reposo, puede ser una buena oportunidad para que su mirada se vuelva a fijar en Jesús, en aquél que nos dio la vida muriendo por cada uno de nosotros. Ciertamente las cosas del mundo son importantes, pero es aún más importante que nuestra vida esté centrada en Cristo, ya que esto es lo que hace que todas las demás cosas tomen su justo valor.

No dejes que esta semana sea una semana más, vuelve tu vista a Jesús, ora y lee su Palabra. Ojalá y lo puedas hacer con toda tu familia.

+ Oratio

Hoy alzo la mirada a ti Señor, déjame descubrirte durante todo este día, déjame encontrarte en cada paso que doy, déjame ver como aún caminas entre nosotros, escondiéndote; sin embargo, te pido que me dejes verte, en el atribulado, en el herido, el oprimido, déjame ver al verdadero Jesús; quiero descubrir tu sonrisa, tu caminar, tu mirada y tus palabras resonando en este mundo que parece tan apartado de ti, y a pesar de ello tu siempre estás más cercano.

Abre mis ojos, Señor, que quiero descubrirte, mirarte y amarte.

+ Operatio

Hoy estaré muy atento a descubrir a Jesús en las personas que me rodean, y cada vez que logre descubrirlo le demostraré tácitamente lo mucho que le amo.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro