sábado, 8 de diciembre de 2007

Ante la Inmaculada: Sin Dios, o contra Él, ningún hombre podrá transitar el camino del amor

.- El Papa Benedicto XVI realizó esta tarde el tradicional acto de veneración de la Virgen María en la solemnidad de su Inmaculada Concepción, y señaló ante la columna de la Inmaculada y cientos de feligreses reunidos en la Plaza de España que “sin Dios, o contra Él”, ningún hombre podrá transitar el camino del amor.

Se trata, dijo el Santo Padre, de “un gesto de fe y de devoción que nuestra comunidad cristiana repite año tras año, subrayando el propio compromiso de fidelidad hacia aquella que, en todas las circunstancias de la vida cotidiana, nos asegura su ayuda y su maternal protección”.

Más adelante señaló que “esta manifestación religiosa es al mismo tiempo una ocasión para ofrecer a cuantos viven en Roma o transcurren algunos días en ella como peregrinos o turistas, la oportunidad de sentirse, incluso en la diversidad de culturas, una única familia que se reúne alrededor de una Madre que ha compartido las fatigas cotidianas de toda mujer y madre de familia”.

“Una Madre, sin embargo, del todo singular, elegida por Dios para una misión única y misteriosa, la de generar en la vida terrena el Verbo eterno del Padre, venido al mundo para la salvación de todos los hombres”, añadió.

“Esta nuestra Madre celestial –prosiguió- nos invita a huir del mal y a hacer el bien siguiendo la ley divina inscrita en el corazón humano, de cada cristiano. Ella, que ha conservado la esperanza en el momento de la prueba suprema, nos invita a no perder el ánimo cuando el sufrimiento y la muerte llaman a la puerta de nuestra casa”.

El Papa dijo que “la Virgen Inmaculada nos exhorta a ser hermanos los unos de los otros, todos unidos en el empeño de construir juntos un mundo más justo, más solidario y pacífico”.

“Sin Él, o contra Él, ningún hombre podrá transitar el camino que conduce al amor, no podrá sino rendirse al poder del odio y de la violencia, no podrá construir una paz estable”, advirtió.

En esta vida, que es un camino que a menudo se vuelve oscuro, duro y fatigoso, María, recordó Benedicto XVI, es “la estrella de la esperanza”.

María Inmaculada es modelo de amor auténtico para los jóvenes de hoy, dice el Papa

"Corren el riesgo de perder la esperanza” víctimas del "callejón sin salida del consumismo"


Benedicto XVI durante el Ángelus de hoy

.- En la solemnidad de María Inmaculada, el Papa Benedicto XVI señaló a la Virgen María como auténtico modelo de felicidad y santidad para los jóvenes de nuestro tiempo que, “fáciles víctimas de la corrupción del amor” y del "callejón sin salida del consumismo", “corren el riesgo de perder la esperanza porque parecen huérfanos del verdadero amor”.

Al mirar a María “reconocemos la grandeza y la belleza del proyecto de Dios para todo ser humano: llegar a ser santos e inmaculados en el amor, a imagen de nuestro Creador”, dijo el Santo Padre este mediodía durante el Ángelus que presidió desde su estudio en el Palacio Apostólico del Vaticano.

“¡Qué gran don es tener por Madre a María Inmaculada! Una Madre esplendorosa de belleza, transparente al amor de Dios. Pienso en los jóvenes de hoy, que crecen en un ambiente saturado de mensajes que proponen falsos modelos de felicidad”, señaló ante miles de peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro.

“Estos muchachos y muchachas corren el riesgo de perder la esperanza porque parecen huérfanos del verdadero amor que llena de significado y de alegría la vida, prosiguió el Pontífice recordando que éste era un “tema querido por mi venerado predecesor Juan Pablo II, que tantas veces propuso a la juventud de nuestro tiempo a María como ‘Madre del amor hermoso’”.

El Papa constató que “no pocas experiencias nos dicen desafortunadamente que los adolescentes, los jóvenes e incluso los niños, son fáciles víctimas de la corrupción del amor, engañados por los adultos sin escrúpulos que mintiéndose a sí mismos y a ellos, los atraen hacia el callejón sin salida del consumismo”, lamentando asimismo que “la realidad más sagrada, como el cuerpo humano, templo del Dios del amor y de la vida, se convierte en objeto de consumo; y esto siempre más tempranamente, ya en la preadolescencia”.

“¡Qué tristeza cuando los muchachos pierden el asombro, el encanto de los sentimientos más bellos, el valor del respeto del cuerpo, manifestación de la persona y de su insondable misterio!”, exclamó.

“Todo esto nos recuerda a María, la Inmaculada, que contemplamos en toda su belleza y santidad. Desde la cruz Jesús la ha confiado a Juan y a todos los discípulos y desde entonces se ha convertido en Madre para toda la humanidad, Madre de la esperanza”, señaló.

Benedicto XVI se dirigirá en la tarde a la Plaza de España, delante de la Embajada de este país ante la Santa Sede, para presidir el tradicional acto mariano ante la imagen de la Inmaculada.

Nuevo cardenal mexicano llama a fortalecer catequesis de bautizados

.- El Arzobispo de Monterrey, Cardenal Francisco Robles Ortega, llamó a fortalecer la catequesis de los bautizados para que no sean presas fáciles de "cautivar por otras creencias".

"No basta bautizarlas, hay que darles un acompañamiento de catequesis, de formación en su fe, y estas personas que no han tenido o que no les hemos brindado la oportunidad de consolidarse en su fe, fácilmente son presa o son fáciles de cautivar por otras creencias y esto sí va creando un fenómeno de división", expresó el Purpurado durante la Misa de bienvenida, celebrada tras su creación cardenalicia en la Santa Sede.

En declaraciones a la prensa, el Arzobispo rememoró la celebración litúrgica celebrada en el Vaticano, en la que el Papa Benedicto XVI explicó la responsabilidad que asumen los nuevos cardenales. "Cuando el Papa nos hablaba, por ejemplo, del significado del anillo, del significado del color de la vestidura cardenalicia, nos estaba hablando de la exigencia que tiene el Cardenal en un momento dado de estar dispuesto en un momento dado hasta de derramar su sangre por Cristo y por la Iglesia", recordó.

En ese sentido, el Cardenal Ortega dijo que al encontrarse con esta exigencia, "uno se siente muy fuertemente demandado y comprometido, pero cuando ve uno tantas muestras de solidaridad y de comunión entre los hermanos uno se siente aliviado y fortalecido".

Por otro lado, el Arzobispo se refirió a la aportación de la Iglesia a la sociedad, como su trabajo por lograr la unidad entre pueblos divididos y en conflicto, o por alcanzar la solidaridad con los menos favorecidos.

"Yo creo que la Iglesia hace una contribución muy importante con dirigirse a la conciencia de cada una de las personas para que, por así decir, saquen de sí mismas lo mejor que todos llevamos como personas", expresó.

Asimismo, el Purpurado recordó la fuerza de la Iglesia en México dentro de la Iglesia Universal. "México es de los países con un número mayor de católicos, ya es una fuerza, entonces al nombrar un Cardenal, (el Papa) reconoce esta fuerza que ya tiene la Iglesia", afirmó.

Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María

8 de Diciembre



El 8 de diciembre de 1854 el Sumo Pontífice, Pío Nono, después de recibir numerosas peticiones de todos los obispos y fieles de todo el mundo se reunió en la Basílica de San Pedro en Roma y proclamó la fiesta de la Inmaculada Concepción. Había más de 200 prelados, cardenales, arzobispos, obispos, embajadores y miles y miles de fieles católicos, en medio de la emoción general declaró solemnemente:
Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María
"Declaramos que la doctrina que dice que María fue concebida sin pecado original, es doctrina revelada por Dios y que a todos obliga a creerla como dogma de fe".

Desde Roma cantidad de palomas mensajeras salieron en todas las direcciones llevando la gran noticia, y en los 400,000 templos católicos del mundo se celebraron grandes fiestas en honor de la Inmaculada Concepción de la Virgen María.

*Visite un completo especial dedicado a esta solemnidad en
http://www.aciprensa.com/Maria/Inmaculada/index.html
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Predicador del Papa: «Jesús de Nazaret, ¿"uno de los profetas"?»

Primera predicación de Adviento del padre Raniero Cantalamessa OFM Cap


CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 7 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos la primera predicación de Adviento que, en presencia de Benedicto XVI, ha pronunciad el padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia. Eje de estas meditaciones es el tema «Nos ha hablado por medio del Hijo» (Hebreos 1, 2); asisten también a este camino de preparación de la Navidad, en la capilla Redemptoris Mater del Palacio Apostólico del Vaticano, colaboradores del Santo Padre.

* * *

P. Raniero Cantalamessa


Adviento 2007 en la Casa Pontificia


Primera Predicación
JESÚS DE NAZARET, ¿«UNO DE LOS PROFETAS»?

1. La «tercera investigación»
«Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (Hb 1, 1-3).

Este impulso de la Carta a los Hebreos constituye una síntesis grandiosa de toda la historia de la salvación. Está formada por la sucesión de dos tiempos: el tiempo en que Dios hablaba por medio de los profetas y el tiempo en que Dios habla por medio de su Hijo; el tiempo en que hablaba «por persona intermedia» y el tiempo en que habla «en persona». El Hijo, en efecto, es «resplandor de su gloria e impronta de su sustancia», esto es, como se dirá más tarde, de la misma sustancia del Padre.

Existe continuidad y salto de calidad a la vez. Es el mismo Dios quien habla, la misma revelación; la novedad es que ahora el Revelador se hace revelación; revelación y revelador coinciden. La fórmula de introducción de los oráculos es la mejor demostración de ello: ya no «Dice el Señor», sino «Yo os digo».

A la luz de esta poderosa palabra de Dios que es Hebreos 1,1-3, busquemos, en esta predicación de Adviento, hacer un discernimiento de las opiniones que circulan actualmente sobre Jesús, fuera y dentro de la Iglesia, a fin de poder, en Navidad, unir sin reservas nuestra voz a la de la liturgia que proclama su fe en el Hijo de Dios venido a este mundo. Somos continuamente reconducidos al diálogo de Cesarea de Filipo: ¿para mí Jesús es «uno de los profetas» o es el «Hijo del Dios vivo»? (v. Mt 16,14-16).

En el campo de los estudios históricos sobre Jesús, se está viviendo la llamada «tercera investigación». Se denomina así para distinguirla tanto de la «antigua investigación» histórica de inspiración racionalista y liberal que dominó desde finales del siglo XVIII todo el siglo XIX, como de la llamada «nueva investigación histórica» que empezó hacia mediados del siglo pasado en reacción a la tesis de Bultmann que había proclamado el Jesús histórico inalcanzable y sobre todo irrelevante para la fe cristiana.

¿En qué se diferencia la «tercera investigación» de las precedentes? Ante todo en la convicción de que podemos saber del Jesús de la historia gracias a las fuentes, mucho más de cuanto en el pasado se admitía. Pero sobre todo la tercera investigación se diferencia en los criterios para alcanzar la verdad histórica sobre Jesús. Si antes se pensaba que el criterio fundamental de certificación de la verdad de un hecho o de un dicho de Jesús era que hubiera estado en contraste con cuanto se hacía o se pensaba en el mundo judaico contemporáneo a Él, ahora se ve, al contrario, en la compatibilidad de un dato evangélico con el judaísmo del tiempo. Si antes el sello de autenticidad de un dicho o de un hecho era su novedad e «inexplicabilidad» respecto al ambiente, ahora es, al contrario, su explicabilidad a la luz de nuestros conocimientos del judaísmo y de la situación social de la Galilea del tiempo.

Son evidentes algunas ventajas de esta nueva aproximación. Se reencuentra la continuidad de la revelación. Jesús se sitúa en el interior del mundo judaico, en la línea de los profetas bíblicos. Hace sonreír la idea de que hubo un tiempo en que se creía poder explicar todo el cristianismo con el recurso a influencias helenísticas.

El problema es que se ha llevado tan allá esta conquista que se ha convertido en pérdida. En muchos representantes de esta tercera investigación, Jesús acaba por diluirse completamente en el mundo judaico, sin distinguirse ya más que en algún detalle y por alguna interpretación particular de la Torá. Uno de los profetas judíos, o como gusta decir, de los «carismáticos itinerantes». Significativo el título de un ensayo famoso, el de J. D. Crossmann: «El Jesús histórico. La vida de un campesino judío del Mediterráneo».

Sin llegar a estos excesos, también el autor más conocido y, en cierto sentido, iniciador de la tercera investigación, E. P. Sanders, se encuentra en esta línea [1]. Encontrada de nuevo la continuidad, se ha perdido la novedad. La divulgación, también entre nosotros, en Italia, ha hecho el resto, difundiendo la imagen de un Jesús judío entre judíos, que no hizo casi nada nuevo, pero del que se sigue diciendo (no se sabe cómo) que «cambió el mundo».

Se continúa reprochando a las generaciones de estudiosos del pasado haberse construido cada vez una imagen de Jesús según la moda o los gustos del momento, y no se percibe que se prosigue en la misma línea. Esta insistencia en el Jesús judío entre judíos, de hecho, depende al menos en parte del deseo de reparar los errores históricos cometidos contra este pueblo y de favorecer el diálogo entre judíos y cristianos. Un óptimo objetivo que se persigue, como veremos enseguida, con un medio (por el modo en que se utiliza) equivocado. Se trata en efecto de una tendencia sólo aparentemente filo-judaica. En realidad se termina por cargar al mundo judaico con una responsabilidad más: la de no haber reconocido a uno de ellos, uno cuya doctrina era perfectamente compatible con cuanto el mismo creía.

2. El rabino Neusner y Benedicto XVI
Quien ha evidenciado lo iluso de esta aproximación con la finalidad de un verdadero diálogo entre judaísmo y cristianismo ha sido precisamente un judío, el rabino americano Jacob Neusner. Quien haya leído el libro del Papa Benedicto XVI sobre Jesús de Nazaret sabe ya mucho sobre el pensamiento de este rabino, con quien dialoga en uno de los capítulos más apasionantes del libro. Lo reevoco en sus puntos principales.

El conocidísimo estudioso judío escribió un libro titulado «Un rabino habla con Jesús». En él imagina ser un contemporáneo de Cristo que un día se suma a la multitud que le sigue y escucha el sermón de la montaña. Explica por qué, aún fascinado por la doctrina y por la persona del Galileo, al final comprende, a su pesar, que no puede hacerse discípulo suyo y decide permanecer como discípulo de Moisés y seguidor de la Torá.

Todos los motivos de su decisión al final se reducen a uno solo: para aceptar lo que este hombre dice ha que reconocerle la misma autoridad de Dios. Él no se limita a «cumplirla», sino que sustituye la Torá. Impresionante el intercambio de ideas que el rabino, desde el encuentro con Jesús, tiene con su maestro en la sinagoga:

Maestro: «¿Ha descuidado algo [de la Torá] tu Jesús?»
Rabino Neusner: «Nada»
Maestro: «¿Entonces ha añadido algo?»
Rabino Neusner: «Sí, a sí mismo»

Interesante coincidencia: es la misma respuesta que san Ireneo daba en el siglo II a quienes se preguntaban qué había traído Cristo de nuevo, al venir al mundo. «Ha traído --escribía-toda novedad, trayéndose a sí mismo»: «omnem novitatem attulit semetipsum afferens» [2].

Neusner ha sacado a la luz la imposibilidad de hacer de Jesús un judío «normal» de su tiempo, o uno que se aparta de aquél sólo en puntos de importancia secundaria. Tuvo también otro grandísimo mérito: mostrar la inanidad de todo intento de separar al Jesús de la historia del Cristo de la fe. Hace ver cómo la crítica puede quitar del Jesús de la historia todos los títulos: negar que se haya (o que le hayan) atribuido, en su vida terrena, el título de Mesías, de Señor, de Hijo de Dios. Después de que se le haya quitado todo lo que se quiera, lo que permanece en los evangelios es más que suficiente para demostrar que no se consideraba un simple hombre. Igual que basta con un fragmento de cabello, una gota de sudor o de sangre para reconstruir el ADN completo de una persona, también basta con un dicho, tomado casi por casualidad, del evangelio para demostrar la conciencia que Jesús tenía de actuar con la misma autoridad de Dios.

Neusner, como buen judío, sabe qué quiere decir: «El Hijo del hombre es señor también del sábado», porque el sábado es la «institución» divina por excelencia. Sabe qué implica decir: «Si quieres ser perfecto ven y sígueme»: quiere decir sustituir el antiguo paradigma de santidad, que consiste en la imitación de Dios («Sed santos porque yo, vuestro Dios, soy santo»), con el nuevo paradigma que consiste en la imitación de Cristo. Sabe que sólo Dios puede suspender la aplicación del cuarto mandamiento como hace Jesús cuando pide a uno que renuncie a sepultar a su padre. Comentando estos dichos de Jesús, Neusner exclama: «Es el Cristo de la fe el que habla aquí» [3].

En su libro el Papa responde ampliamente y, para un creyente, de forma convincente e iluminadora, a la dificultad del rabino Neusner. Su respuesta me hace pensar en la que Jesús mismo dio a los que envió donde Juan el Bautista a preguntarle: «¿Eres tú quien debe venir o debemos esperar a otro?». Jesús, en otras palabras, no sólo reivindicó para sí una autoridad divina, sino que también dio señales y garantías de ello: los milagros, su propia enseñanza (que no se agota en el sermón de la montaña), el cumplimiento de las profecías, sobre todo aquella pronunciada por Moisés de un profeta semejante o superior a él; después su muerte, su resurrección y la comunidad nacida de Él que realiza la universalidad de la salvación anunciada por los profetas.

3. «Exhortaos mutuamente»
Sería necesario, en este punto, observar algo: el problema de la relación entre Jesús y los profetas no se plantea sólo en el contexto del diálogo entre cristianismo y judaísmo, sino también dentro de la propia teología cristiana, donde no han faltado intentos de explicar la personalidad de Cristo con el recurso a la categoría de profeta. Estoy convencido de la radical insuficiencia de una cristología que pretenda aislar el título de profeta y refundar sobre él todo el edificio de la cristología.

Además, este intento no es en absoluto nuevo. Lo propuso en la antigüedad Pablo de Samosata, Fotino y otros en términos a veces casi idénticos. Entonces, en una cultura de orientación metafísica, se hablaba del mayor profeta; actualmente, en una cultura de orientación histórica, se habla de profeta escatológico. ¿Pero es tan distinto escatológico de supremo? ¿Puede uno ser el mayor profeta sin ser también el profeta definitivo, y puede el profeta definitivo no ser asimismo el mayor de los profetas?

Una cristología que no va más allá de la categoría de Jesús como «profeta escatológico» constituye, sí, como está en las intenciones de quien la propone, una actualización del dato antiguo, pero no del dato definido por los concilios, sino del dato condenado por los concilios.

Sobre este problema no insisto, que lo traté en años pasados en esta misma sede [4]. Más bien desearía pasar inmediatamente a alguna aplicación práctica de las reflexiones hechas hasta ahora que nos ayude a hacer del Adviento un tiempo de conversión y de despertar espiritual.

La conclusión que la Carta a los Hebreos saca de la superioridad de Cristo sobre los profetas y sobre Moisés no es una conclusión triunfalista, sino parenética; no insiste en la superioridad del cristianismo, sino en la mayor responsabilidad de los cristianos ante Dios. Dice:

«Por tanto, es preciso que prestemos mayor atención a lo que hemos oído, para que no nos extraviemos. Pues si la palabra promulgada por medio de ángeles obtuvo tal firmeza que toda trasgresión y desobediencia recibió justo castigo, ¿cómo saldremos absueltos nosotros si descuidamos tan gran salvación?» (Hb 2, 1-3). «Antes bien, exhortaos mutuamente cada día mientras dure este "hoy", para que ninguno de vosotros se endurezca seducido por el pecado» (Hb 3, 13).

Y en el capítulo 10 añade: «Si alguno viola la ley de Moisés, es "condenado a muerte" sin compasión, "por la declaración de dos o tres testigos". ¿Cuánto más grave castigo pensáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios, y tuvo como profana "la sangre de la alianza" que le santificó, y ultrajó al Espíritu de la gracia?» (Hb 10, 28-29).

La palabra con la que, recogiendo la invitación del autor, deseamos exhortarnos mutuamente es la que la liturgia nos ha hecho escuchar el pasado domingo y que da el tono a toda la primera semana de Adviento: «¡Velad!». Es interesante observar algo. Cuando se retoma en la catequesis apostólica después de Pascua, esta palabra de Jesús se encuentra casi siempre dramatizada: no velad, sino despertad, ¡espabilaos del sueño! Del estado de vigilia se pasa al acto de despertarse.

Existe en la base la constatación de que en esta vida estamos crónicamente expuestos a recaer en el sueño, o sea, en un estado de suspensión de las facultades, de adormecimiento y de inercia espiritual. Las cosas materiales tienen un efecto narcotizante en el alma. Por eso Jesús recomienda: «¡Guardaos de que no se hagan pesados vuestros corazones por el libertinaje, por la embriaguez y por las preocupaciones de la vida!» (Lc 21, 34).

Puede servirnos de útil examen de conciencia volver a escuchar la descripción que san Agustín hace de este estado de duermevela en las Confesiones: «El fardo del mundo me oprimía como en un deleitoso sueño; y los pensamientos que de Ti me venían eran como esos intentos por despertar que a veces tenemos y que son vencidos por la pesadez del sueño [...]. Así tenía yo por cierto que es mejor entregarme a tu amor que ceder a mis apetitos; pero si tu amor me atraía no llegaba a vencerme, y el apetito, porque me agradaba, me tenía vencido. No tenía respuesta que darte cuando me decías: "¡Despierta, tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo!" (Ef 5,14). Y mientras tú me rodeabas con la verdad por todas partes y de ella estaba totalmente convencido, no tenía para responderte sino lentas palabras llenas de sueño: "Si, ya voy, ahora voy; pero, ¡aguárdame un poquito!". Y mientras tanto pasaba el tiempo» [5] .

Sabemos cómo el santo salió al final de este estado. Se encontraba en un jardín en Milán, lacerado por esta lucha entre la carne y el espíritu; oyó las palabras de un canto: «Tolle, lege, tolle, lege». Las tomó como una invitación divina; tenía consigo el libro de las cartas de Pablo; lo abrió decidido a tomar como palabra de Dios para él el primer pasaje sobre el que cayera. Y fue sobre el texto que hemos escuchado el domingo pasado, en la segunda lectura de la Misa:

«Ya es ya hora de levantaros del sueño; que la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está avanzada; el día se avecina; despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias. Revestios más bien del Señor Jesucristo y no os preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias» (Rm 13, 11-14). Una luz de serenidad atravesó el cuerpo y el alma de Agustín y comprendió que, con la ayuda de Dios, podía vivir casto.

4. «Dame castidad y continencia»
El caso de Agustín me lleva a introducir en mi reflexión una nota de actualidad. La semana pasada se emitió en «Rai Uno» un espectáculo del cómico Roberto Benigni que registró una audiencia elevadísima. Se trató, en momentos, de una lección de altísima comunicación religiosa, además de artística y literaria, de la que tanto tendríamos que aprender los predicadores: capacidad de dar voz al sentido de lo eterno del hombre, la maravilla frente al misterio, al arte, a la belleza y al simple hecho de existir.

Lamentablemente, sobre un punto, tal vez no premeditado, el cómico lanzó un mensaje que podría ser muy peligroso para los jóvenes y que hay que rectificar. Para apoyar su invitación a no tener miedo de las pasiones, a experimentar el vértigo del amor también en su aspecto carnal, citó la frase de Agustín que dice: «Dame la castidad y la continencia, pero no ahora» [6] . Como si antes hubiera que probar de todo y después, quien sabe si ya ancianos, cuando no cuesta esfuerzo, practicar la castidad.

No dijo el cómico hasta qué punto Agustín se tuvo que arrepentir después de haber hecho, siendo joven, aquella plegaria, y cuántas lágrimas le costó arrancarse la esclavitud a la que se había entregado. No recordó la oración con la que el santo sustituyó la otra, una vez reconquistada la libertad: «Tú me mandas que sea casto; pues bien: dame lo que me pides y pídeme lo que quieras» [7].

No creo que los jóvenes de hoy necesiten ánimos para «lanzarse», para «experimentar», para romper límites (todo les empuja directamente en esta dirección con los trágicos resultados que conocemos). Tienen necesidad de que se les den motivaciones válidas, no ciertamente a temer su cuerpo y el amor, sino a tener miedo de destruir uno y otro.

En el canto del Infierno que el cómico comentó admirablemente, Dante brinda una de estas motivaciones profundas, sobre la que, sin embargo, se ha pasado de largo. El mal es someter la razón al instinto, en lugar del instinto a la razón. «Supe que a un tal tormento / sentenciados eran los pecadores carnales / que la razón al deseo sometieron». El deseo tiene su función si es regulado por la razón; en caso contrario se convierte en el enemigo, no en el aliado, del amor, llevando a los crímenes más brutales de los que las crónicas recientes nos han dado ejemplos.

Pero vayamos más directamente a nuestra reflexión. La vida espiritual no se reduce ciertamente sólo a la castidad y a la pureza; sin embargo es verdad que sin ellas todo esfuerzo en otras direcciones resulta imposible. Se trata, verdaderamente, como la llama Pablo en el texto citado, un «arma de la luz»: una condición para que la luz de Cristo se difunda alrededor de nosotros y a través de nosotros.

Hoy se tiende a contraponer entre sí los pecados contra la pureza y los pecados contra el prójimo, y se tiende a considerar verdadero pecado sólo aquél contra el prójimo; se ironiza, a veces, sobre el culto excesivo dado en el pasado a la «bella virtud». Esta actitud, en parte, es explicable; la moral había acentuado demasiado unilateralmente, con anterioridad, los pecados de la carne hasta crear, a veces, auténticas neurosis, en perjuicio de la atención a los deberes hacia el prójimo y también en perjuicio de la misma virtud de la pureza que era, de tal manera, empobrecida y reducida a virtud casi sólo negativa, la virtud de saber decir no.

Pero ahora se ha pasado al exceso opuesto y se tiende a minimizar los pecados contra la pureza en beneficio (frecuentemente sólo verbal) de una atención al prójimo. Es iluso creer que se puede armonizar un auténtico servicio a los hermanos --que requiere siempre sacrificio, altruismo, olvido de sí y generosidad-- y una vida personal desordenada, toda orientada a complacerse a uno mismo y a las propias pasiones. Se acaba, inevitablemente, por instrumentalizar a los hermanos, como se instrumentaliza el propio cuerpo. No sabe decir «sí» a los hermanos quien no sabe decir «no» a uno mismo.

Una de las «excusas» que más contribuyen a favorecer el pecado de impureza, en la mentalidad de la gente, y a descargarlo de toda responsabilidad es que, total, no hace mal a nadie, no viola los derechos ni las libertades de los demás, a menos --se dice-- que se trate de violencia carnal. Pero aparte del hecho de que viola el derecho fundamental de Dios de dar una ley a sus criaturas, esta «excusa» es falsa también respecto al prójimo. No es verdad que el pecado de impureza se quede en quien lo comete.

En el «Talmud» judaico se lee un apólogo que ilustra bien la solidaridad que existe en el pecado y el daño que cada pecado, incluso personal, acarrea a los demás: «Algunas personas se encontraban a bordo de una barca. Una de ellas tomó un taladro y empezó a hacer un agujero. Los demás pasajeros, al verlo, le dijeron: - ¿Qué heces? - Él respondió: - ¿Qué os importa? ¿Acaso no es bajo mi asiento donde estoy perforando? - Pero ellos replicaron: - ¡Sí, pero el agua entrará y nos anegará a todos!». ¿No es lo que está ocurriendo en nuestra sociedad? También la Iglesia sabe algo del mal que se puede ocasionar a todo el Cuerpo con los errores personales cometidos en este terreno.

Uno de los acontecimientos espirituales de mayor relevancia de estos últimos meses ha sido la publicación de los «escritos personales» de la Madre Teresa de Calcuta. El título elegido para el libro que los reúne es la palabra que Cristo le dirigió en el momento de llamarla a su nueva misión: «Come, be my light»; Ven, sé mi luz en el mundo. Es una palabra que Jesús dirige a cada uno de nosotros y que, con la ayuda de la Virgen Santísima y la intercesión de la beata de Calcuta, queremos recibir con amor y procurar poner en práctica este Adviento.

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[1] E.P. Sanders, Jesus and Judaism, London 1985, trad. italiana Gesù e il giudaismo, Marietti 1992.
[2] S. Ireneo, Adv. Haer. IV,34,1
[3] J. Neusner, op. cit. 84.
[4] V. Meditaciones de Adviento de 1989 recogidas en el libro Gesú Cristo, il Santo di Dio, cap. VII, Edizioni San Paolo 1999.
[5] S. Agustín, Confesiones, VIII, 5,12.
[6] S. Agustín, Confesiones, VIII, 6,17.
[7] Ib. X, 29:

Traducción del original italiano por Marta Lago

Un blog sobre la Virgen de Guadalupe

Lanzado por la Red Informática de la Iglesia en América Latina


MÉXICO, jueves, 6 diciembre 2007 (ZENIT.org-El Observador).- La Red Informática de la Iglesia en América Latina (RIIAL) ha elaborado en México para este mes un blog dedicado a la Virgen María de Guadalupe, cuya fecha se celebra el 12 de diciembre.

Su finalidad es ofrecer información y diferentes contribuciones que pueden complementar la vivencia de esta fecha tan especial en México y Latinoamérica, pues Juan Pablo II nombró a la Virgen de Guadalupe como patrona de América.
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El sitio está disponible para todos los visitantes en la siguiente dirección:
http://web.mac.com/riialmexico/iWeb/riial_mexico/esp_guadalupe07/esp_guadalupe07.html

Libro digital gratuito sobre el diálogo interreligioso

ROMA, jueves, 6 diciembre 2007 (ZENIT.org).- La Fundación Internacional Raoul Wallenberg ha anunciado la publicación de un libro digital de distribución gratuita en el que recoge algunos de los pasos más destacados que ha experimentado en los últimos años el diálogo interreligioso.

El pionero de esta Fundación es el argentino judío Baruj Tenembaum, quien ya en 1965, en el marco de las nuevas pautas que el documento conciliar «Nostra Aetate», emprendió relaciones decisivas con la Santa Sede y en particular con Pablo VI.

Desde entonces, particularmente en el continente europeo, el americano y en Tierra Santa, ha promovido importantes iniciativas de reconciliación.

El volumen puede pedirse enviando un mensaje a la dirección de correo electrónico: ebook@irwf.org.ar

Asociación de comunicación desaconseja que los niños vean «La brújula dorada»

Si bien la película camufla muchas de las alusiones a la Iglesia del libro


MADRID, jueves, 6 diciembre 2007 (ZENIT.org).- La asociación católica para la comunicación en España, SIGNIS, considera sensato el que los padres católicos prefieran que sus hijos no vean la película «La brújula dorada».

Así se desprende de un comunicado emitido por la Junta directiva de la institución, tras consultar a los obispos de la Comisión de Medios de Comunicación de la Conferencia Episcopal Española, según comunicó Juan Orellana, su presidente.

Ante las reacciones suscitadas por el filme en diversos ámbitos por su presunto «anticatolicismo», SIGNIS España ha hecho un análisis centrado exclusivamente en la película, y no en la novela original de Philip Pullman, conocido por su promoción militante del ateísmo.

Según los comunicadores católicos, «el elemento más importante que puede interpretarse como alusión soterrada a la Iglesia católica es el "Magisterium", una institución tiránica que lleva siglos ejerciendo su poder, especialmente sobre los niños --almas inocentes-- y contra los avances científicos».

«Hay otros elementos cuya interpretación simbólica anticatólica es claramente posible, si bien es cierto que --sin ser ingenuos-- pueden no ser leídos en esa clave», sigue diciendo SIGNIS.

En particular, el comunicado se refiere, por ejemplo, «a la indumentaria de los miembros del Magisterio con algún atributo que parece episcopal; al hecho de que uno de los malvados se llame Fra, como si se tratara del apelativo que precede al nombre de muchos religiosos; a un par de pinturas que aparecen en los edificios del Magisterio y que evocan representaciones iconográficas cristianas o al palacio del Magisterio que se podría ver como alegoría al Vaticano».

Según SIGNIS, «aunque nadie duda de la militancia antirreligiosa de ciertas novelas de Philip Pullman, en la película casi todas estas alusiones camufladas a la Iglesia pasarán desapercibidas para la mayoría del público que no haya tenido noticia de la polémica que ha precedido el estreno del film».

«Como filosofía de fondo --aclara-- la película propone un mundo donde nada ni nadie tenga autoridad --aunque en el film se habla a veces de la "verdad"--, un mundo en el que la última palabra cosmológica parece tenerla el materialismo».

Por este motivo, a los comunicadores católicos les «parece muy sensato que padres católicos prefieran que sus hijos no vean este film, por las razones arriba expuestas».

«También creemos --reconocen-- que la encriptación de las analogías anticatólicas hace que su supuesta eficacia quede suficientemente mermada e incognoscible para el público juvenil».

SIGNIS hace su recomendación a los padres de familia ante la constatación de que el film puede invitar a la lectura de las novelas de Pullman.

Puede leerse el comunicado de SIGNIS en la sección de documentos de la agencia Veritas (www.agenciaveritas.com)

Congregación vaticana lanza una página web consagrada a la Biblia

www.bibliaclerus.org, la Palabra de Dios en nueve lenguas


CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 7 diciembre 2007 (ZENIT.org).- La Congregación vaticana para el Clero ha anunciado el lanzamiento de una página web con el texto de la Biblia en nueve idiomas, con avanzados motores de búsqueda, y con algunos de los comentarios más destacados de la historia sobre la Palabra de Dios.

La página web www.bibliaclerus.org pone a disposición el contenido de un CDRom, en circulación desde hace dos años, con el texto de la Biblia en nueve lenguas: desde el hebreo y el griego hasta las lenguas modernas más comunes, que se pueden leer en paralelo.

Los versículos bíblicos son ilustrados con pasajes que tienen como base la interpretación de la Tradición y del Magisterio de la Iglesia y comentarios de la teología, la espiritualidad y la liturgia.

El dicasterio de la Santa Sede ha hecho el anuncio en vísperas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre, cuando se cumplen nueve años del lanzamiento de su sitio en Internet: www.clerus.org/www.clerus.net.

Con estos servicios, la Congregación busca apoyar, en primera instancia, a los sacerdotes, a los diáconos y los catequistas esparcidos por el mundo, aunque están abiertos a cualquier«internauta».

Además de una vasta biblioteca electrónica, subsidio para el estudio, la formación, la liturgia y la espiritualidad, www.clerus.org ofrece servicios de correo electrónico recibir la documentación de la Santa Sede y los mensajes del prefecto, el cardenal brasileño Claudio Hummes (http://www.clerus.org/email/email_spa.html).

La Congregación anuncia una nueva lengua entre estos servicios, el portugués, que se añade a las que venía utilizando hasta ahora: italiano, inglés, francés, español y alemán.

Tanto www.clerus.org como www.bibliaclerus.org han sido concebidos para ser complementados por una versión en CDRom, pensando en quienes no tienen la posibilidad de navegar en Internet.

Estos discos ya se han distribuido entre más de 140.000 sacerdotes y diáconos de los cinco continentes en los años pasados

Además, con motivo de la Solemnidad de la Inmaculada, se iniciará un proyecto de Adoración Eucarística y de maternidad espiritual para apoyar a los sacerdotes de todo el mundo (www.clerus.org/pregate).

viernes, 7 de diciembre de 2007

Predicador del Papa: La Solemnidad de la Inmaculada sacude la «narcosis por pecado»

Comentario del padre Cantalamessa a fiesta mariana


ROMA, jueves, 6 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la Solemnidad de la Inmaculada Concepción.

* * *

Solemnidad de la Inmaculada Concepción


Génesis 3, 9-15.20; Efesios 1,3-6.11-12; Lucas 1, 26-38


Sin pecado


Con el dogma de la Inmaculada Concepción la Iglesia católica afirma que María, por singular privilegio de Dios y en vista de los méritos de la muerte de Cristo, fue preservada de contraer la mancha del pecado original y vino a la existencia ya del todo santa. Cuatro años después de la definición del dogma por el Papa Pío IX, esta verdad fue confirmada por la Virgen misma en Lourdes en una de las apariciones a Bernadette con las palabras: «Yo soy la Inmaculada Concepción».

La fiesta de la Inmaculada recuerda a la humanidad que existe una sola cosa que contamina verdaderamente al hombre, y es el pecado. Un mensaje cuánto más urgente que proponer. El mundo ha perdido el sentido del pecado. Se bromea como si fuera lo más inocente del mundo. Aliña con la idea de pecado sus productos y sus espectáculos para hacerlos más atractivos. Se refiere al pecado, incluso a los más graves, con diminutivos: pecadillo, viciosillo. La expresión «pecado original» se utiliza en el lenguaje publicitario para indicar algo bien distinto de la Biblia: ¡un pecado que da un toque de originalidad a quien lo comete!

El mundo tiene miedo de todo menos del pecado. Teme la contaminación atmosférica, las penosas enfermedades del cuerpo, la guerra atómica, actualmente el terrorismo, pero no le da miedo la guerra a Dios, que es el Eterno, el Omnipotente, el Amor, mientras Jesús dice que no se tema a quienes matan el cuerpo, sino sólo a quien, después haber matado, tiene el poder de arrojar a la gehenna (v. Lc 12, 4-5).

Esta situación «ambiental» ejerce una tremenda influencia hasta en los creyentes, que sin embargo quieren vivir según el Evangelio. Produce en ellos un adormecimiento de la conciencia, una especie de anestesia espiritual. Existe una narcosis por pecado. El pueblo cristiano ya no reconoce a su verdadero enemigo, el señor que le mantiene esclavizado, sólo porque se trata de una dorada esclavitud. Muchos que hablan de pecado tienen de él una idea completamente inadecuada. El pecado se despersonaliza y se proyecta únicamente sobre las estructuras; se acaba por identificar el pecado con la postura de los propios adversarios políticos o ideológicos. Una investigación sobre qué piensa la gente que es el pecado arrojaría resultados que probablemente nos aterrorizarían.

En lugar de librarse del pecado, todo el empeño se concentra hoy en librarse del remordimiento del pecado; en vez de luchar contra el pecado se lucha contra la idea de pecado, sustituyéndola con aquella --bastante distinta-- del «sentimiento de culpa». Se hace lo que en cualquier otro campo se considera lo peor de todo, o sea, negar el problema en lugar de resolverlo, volver a echar y sepultar el mal en el inconsciente en vez de extraerlo. Como quien cree que elimina la muerte suprimiendo el pensamiento sobre la muerte, o como el que se preocupa de bajar la fiebre sin curar la enfermedad, de la que aquella es sólo un providencial síntoma. San Juan decía que si afirmamos estar sin pecado, nos engañamos a nosotros mismos y hacemos de Dios un mentiroso (v. 1 Jn 1, 8-10); Dios, de hecho, dice lo contrario: que hemos pecado. La Escritura dice que Cristo «murió por nuestros pecados» (1 Co 15, 3). Suprime el pecado y has hecho vana la propia redención de Cristo, has destruido el significado de su muerte. Cristo habría luchado contra simples molinos de viento, habría derramado su sangre por nada.

Pero el dogma de la Inmaculada nos dice también algo sumamente positivo: que Dios es más fuerte que el pecado y que donde abunda el pecado sobreabunda la gracia (v. Rm 5, 20). María es la señal y la garantía de esto. La Iglesia entera, detrás de Ella, está llamada a ser «resplandeciente, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada» (Ef 5, 27). Un texto del Concilio Vaticano II dice: «Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga, los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda la comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes» [ Lumen gentium, n. 65].


[Traducción del original italiano realizada por Marta Lago]

martes, 4 de diciembre de 2007

Evangelización Activa : El mundo nos robó la navidad

A continuación, un documento de gran importancia, que nos envía el Padre Ernesto María Caro con motivo de la Navidad y comenta la forma en la que hemos permitido que vaya perdiendo su significado verdadero, olvidandónos que es una celebración al amor de Dios que nos mandó a su Hijo, y no una excusa para comprar todo lo que podamos.
Espero nos ayude reflexionar y que podamos vivir una Navidad verdaderamente Cristiana.


Boletín Especial
info@evangelizacion.org.mx 4 de Diciembre del 2007

El mundo nos robó la navidad

Mis queridos hermanos:

Este tiempo de preparación a la Navidad, nos da la oportunidad de reflexionar en el acontecimiento más hermoso de nuestra historia, evento que parte en dos la historia humana: El Nacimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Quiero, pues, invitarlos a que, como las primeras comunidades cristinas, hagamos un verdadero camino de reflexión durante el Adviento; que nos lleve a vivir de una manera diferente y plena la fiesta que conmemora que hace 2008 años Dios nos dio a su Hijo para que todo aquel que crea en él tenga vida eterna (cf. Jn 3, 16).

Ante el terrible embate de la comercialización centrada en la figura del Santa Claus, quiero invitarte a que el Adviento de este año sea la oportunidad de regresar al origen de la celebración de Navidad, a su contenido fundamental; a recuperar lo que el mundo pagano y secular nos ha robado a los cristianos, impidiendo con ello que el Evangelio dé fruto en los corazones. Es increíble que una fiesta que celebra el nacimiento de Jesucristo y el gran amor de Dios por los hombres, especialmente por los más pobres y necesitados, se haya convertido en una fiesta pagana en cuyo centro está la figura de Santa Claus envuelto en un cuento que privilegia a los que más tienen, creando la idea de un Dios que nada tiene que ver con el que nos reveló Jesucristo.

UN POCO DE HISTORIA

Quisiera iniciar nuestra reflexión con un poco de historia sobre el desarrollo de nuestra fiesta.

Dada la forma como se extendió el cristianismo, en donde lo más importante era el anuncio de la salvación en Cristo, por medio de su muerte y resurrección, hizo que muchos datos no fueran recogidos con exactitud por la historia. Entre ellos está la fecha exacta (mes y día) del nacimiento de Jesús, ya que lo importante era "la certeza de la encarnación". Por ello, san Lucas, que sitúa históricamente este acontecimiento, se concreta a decir que el nacimiento de Jesús tuvo lugar durante el censo realizado por César Augusto, siendo Quirino gobernador de Siria (Lc 2, 1), lo cual no nos da mucha información ya que el censo al parecer duraría unos 3 años en realizarse en todo el imperio, y Quirino quien, de acuerdo a Flavio Josefo, historiador de ese tiempo, fue gobernador de esta provincia romana del 3 a.C. hasta el 6 d.C. Otro dato que emerge de la Escritura es el hecho de que María concibió a Jesús 6 meses después de que santa Isabel concibiera a san Juan (Lc 1, 36), que de acuerdo a Lc 1, 23-24 sería al final del periodo que le tocaba a Zacarías realizar sus servicios en el templo. Finalmente está el dato de que los pastores estaban durmiendo a la intemperie, por lo que debe ser un tiempo en el que hace calor, aun en la noche (Lc 2, 8).

Con estos datos, quienes recientemente han estudiado este aspecto histórico de Jesús, han llegado a la conclusión de que muy posiblemente Jesús haya nacido durante la primavera.

Ahora bien, ¿cómo es entonces que celebramos su nacimiento el 25 de diciembre?

Esto obedece a una acción pastoral de la Iglesia, extendida por todo el imperio, la cual adopta como fecha del nacimiento de Cristo el 25 de diciembre con el fin de sustituir con ella la fiesta pagana llamada: "Natalis solis invicti", que celebraba la victoria del sol contra las tinieblas (producto del solsticio de invierno), misma que fue establecida por el emperador Aureliano en el 274 en honor al Dios "sol" de los Sirios. De esta manera una fiesta que era pagana se convirtió, con el paso del tiempo, en una fiesta cristiana que se extendió rápidamente en toda la Iglesia, principalmente de Occidente.

Como preparación a esta celebración y a fin de recordar de manera más viva el misterio de la Encarnación de Cristo, san Francisco de Asís (1223) construyó a las afueras de la ciudad, lo que hoy conocemos como "nacimiento", invitando a todos los pobladores a reunirse para orar y contemplar, lo que él llamara "el misterio más sublime de Dios: la Encarnación de Jesús".

Los primeros evangelizadores de América trajeron consigo esta tradición que junto con las Posadas se presentaban idóneamente para evangelizar a los moradores de nuestro continente, gente sencilla y de gran imaginación.

Así, el Adviento y la Navidad se convirtieron en un tiempo en el que se debe profundizar en el misterio de nuestra salvación, el cual inicia con el nacimiento de Cristo. Es un tiempo propicio para la oración, de manera particular la oración en familia, recordando que precisamente Jesús quiso nacer en una familia como la nuestra. Es tiempo de crecer en la caridad, y en el compartir, al recordar que Jesús, siendo Dios, no retuvo para sí la gloria que merecía como Dios, sino que se hizo como uno de nosotros (cf. Fil 2), y que, como dice san Agustín, se hizo pobre para que nosotros nos hiciéramos ricos, compartió con nosotros todo lo que tenía, incluso su Madre santísima.

EL MUNDO NOS ROBÓ LA NAVIDAD

Sin embargo, constatamos que la realidad de nuestros días es muy diferente y dista mucho de ser lo que fue en un principio y lo que en realidad debe de ser.

El Adviento se ha convertido en un agitado tiempo de hacer compras, con poco o ningún tiempo para la oración; la celebración ha dejado de estar centrada en la Encarnación de Cristo, para ser poco a poco substituida por la figura de Santa Claus; las posadas han dejado de ser un momento y una oportunidad para orar y para la catequesis (sobre todo de los niños), para convertirse en alegres fiestas que, en el mejor de los casos, nada tienen que ver con Cristo y su misterio que, si lo vemos fríamente, no tienen ningún sentido que no sea el social; el nacimiento, elemento de catequesis y motivo de contemplación de la humildad de nuestro Dios, poco a poco ha sido substituido por el Árbol de Navidad, que a pesar de los esfuerzos de la Iglesia por evangelizar este signo, permanece aún con un carácter de simple ornato para estas "fiestas". De esta manera, el 25 de diciembre pasa a ser también sólo una fiesta familiar, en la que muchas veces el único ausente es Jesús, pues todo se centra en el intercambio de regalos y la cena. Todos los esfuerzos de la Iglesia por convertir una fiesta pagana en una fiesta cristiana, no sólo se han visto neutralizados, sino que la fuerza del neo-paganismo ha ido cambiando la fiesta cristiana de nuevo en una fiesta pagana.

Este, sin lugar a dudas, es un proyecto maravillosamente orquestado por Satanás, quien a través de sus aliados del mundo utilizaron un cuento "inocente" y, a través de Santa Claus, envenenar la mente y el corazón de los niños (que ahora somos adultos) y de esta manera, sustituir con su figura y su acción "caritativa" a Cristo, robándole así a la comunidad cristiana el sentido a la fiesta cristiana de la Navidad.

Para orquestarlo, como siempre, el astuto enemigo del Reino, que sabe muy bien confundir los corazones como lo hizo con Eva en el Paraíso, se valió de un Santo para, poco a poco, llevarnos a la mentira. Escogió a un santo que vivió en el siglo IV en lo que hoy llamamos Turquía. Este santo era un obispo muy generoso llamado Nicolás el cual tenía un gran amor por los niños, espacialmente por los más pobres, a quienes continuamente llenaba de regalos. Su amor por los niños, y en general por todos los pobres lo llevó hasta la santidad, por lo que se le conoció como San Nicolás.

Su fama se extendió por toda Europa y en su fiesta, el 6 de diciembre, se acostumbraba, como lo hacia el santo, dar regalos a los pobres. Esto, sin embargo, fue creando toda una leyenda de que era el mismo Santo el que venía alrededor de esta fiesta a traer regalos a los pobres. En las calles, algunas personas se disfrazaban de san Nicolás (vestidos de rojo como el de los obispos y con una larga barba que les era propio a la usanza del tiempo) para dar regalos a los pobres.

Con la migración de los holandeses a los Estados Unidos a finales del siglo XVII llegó también la leyenda de San Nicolás, a quien ellos llamaban en su idioma (danés): Sinter Klaas (diminutivo de Sinter Niklaas). Basado en estas tradiciones y leyendas acerca de Sinter Klaas, en 1823 Clement Clarke Moore escribió su libro "La noche anterior a Navidad " (The Night Before Christmas), en el que crea el personaje que hoy conocemos como Santa Claus (su vida en el Polo Norte, el trineo que vuela, los nombres de los renos, etc.). Un poco más adelante, la empresa The Coca-Cola Company (1931) lo tomará como la imagen para promover su producto y con ello arranca el desarrollo de toda una estrategia comercial que remplazará poco a poco la tradicional imagen de la Navidad, como fiesta cristiana para dar paso a la fiesta neopagana que se celebra hoy en todo el mundo.

De esta forma se fue consolidando esta estrategia de Satanás que, sin darnos cuenta los cristianos, fuimos incorporando a nuestra vida familiar, contándole a los niños un cuento que incide directamente en la vida cristiana y que polariza el misterio de la Navidad, tanto como recuerdo del nacimiento y presencia de Jesús entre nosotros, como en el descuido en la preparación para su segunda venida.

LAS CONSECUENCIAS

El problema no es el cuento de Santa Claus, sino el hecho de que este cuento incide en un acontecimiento histórico que casi pasa desapercibido. Por ello, no es un cuento más, una fábula inocente que alimenta la vida y la fantasía de los niños (como puede ser la de Caperucita Roja, Peter Pan, o Cenicienta); este cuento ha venido a sustituir la esencia de la navidad sustituyendo la esperanza cristiana de la llegada de Cristo por la llegada de Santa Claus.

Hoy, lo importante para los niños, y en general para todos nosotros, no es la celebración de el nacimiento de Cristo sino la llegada de Santa Claus y los regalos. Así, la preparación para la Navidad está centrada no en la preparación espiritual de la segunda venida de Cristo, sino en la compra de regalos, en la preparación de la cena, en hacer una cartita dirigida a este personaje irreal, pero que el mundo les ha convencido que sí existe, etc. De esta manera los niños no han conocido el sentido de la fiesta cristiana y piensan realmente que este personaje puede cumplir todos sus deseos, por lo que hacen listas interminables de regalos y el día 25 se levantan agitados para ver los regalos que están bajo el árbol (y los padres de familia, con tal de mantener esta fantasía, terminan gastando hasta lo que no tienen).

¿ Alguien se acuerda del aniversario de Cristo, o de que va a venir de nuevo para llevarnos a vivir con él; que tendremos una navidad final y definitiva? Incluso, es muy triste que muchas familias que de ordinario van a misa los domingos, ese día no asisten sea por la desvelada de la cena, o bien para permitir que los niños y grandes disfruten de los regalos.

En las familias en las que todavía se tiene una práctica religiosa en Noche Buena, para los jóvenes y adolescentes, resulta molesta y ha de hacerse a la carrera en medio de burlas y juego.

El golpe maestro del demonio con la figura de Santa Claus es la creación de un Dios "elitista" que privilegia a los ricos y desprotege a los pobres, idea totalmente contraria al Dios que nos ha revelado Jesucristo (cf. Lc 1, 46-54); un Dios que no tiene en cuenta si la persona se portó bien o mal, pues resulta que el niño grosero y prepotente del salón que, como su papá tiene mucho dinero, "Santa" llegará con muchos regalos, mientras que al pobre o al bien portado, el 25 por la mañana sólo encontrará, en el mejor de los casos, un chocolate. De esta forma, la Navidad, como fiesta religiosa, desparece para convertirse en una fiesta pagana que pueda celebrarse en paises no cristianos (como lo es el Japón en donde es verdaderamente un espectáculo, con regalos, esferas pinos y cena). Destruye la imagen del Dios de la misericordia que tiene preferencia por los pobres, convirtiéndolo en un dios de élite, que no tiene en cuenta la vida moral de la persona y que privilegia en sus dones al que más tiene.

Podemos decir que hoy no queda rastro en muchas culturas del sentido cristiano de la Navidad lo que es muy grave, ya que al olvidarnos de que Jesús vino a este mundo, se perfila una sociedad que cada día es más egoísta y materialista; que ignora la realidad histórica del evangelio convirtiéndolo en un libro más con buenos principios morales que hay que oír el domingo (en el mejor de los casos), pero que no tiene incidencia en nuestra vida.
Mas grave aun es el echo de que al no celebrar la venida de Cristo en su encarnación, con todo su significado histórico-salvífico, polarizamos terriblemente el hecho de que un día Jesús va regresar, cuando será la NAVIDAD DEFINITIVA y que ese día habrá un juicio y que de este juicio depende nuestra eternidad (cf. Lc 12, 35-48; Mt 24-25; 1 Cor 15, 51-25; 2 Tim 4, 1). Si no nos encuentra preparados, si nos encuentra en pecado, perderemos la vida eterna y con ello el cielo.

Estamos tan inmersos en esta trampa que no nos hemos hecho concientes de cómo poco a poco esta fiesta pagana de la Navidad, representada por el Santa Claus, ha destruido nuestra vida cristiana con todas las consecuencias salvíficas que esto implica.

LA VERDAD LOS HARÁ LIBRES

Tenemos que reconocer que nos fuimos enredando en una mentira tan compleja que ahora no encontramos la forma de salir de ella, ya que en este momento ¿cómo le podríamos explicara al niño que no existe Santa Claus, que hemos sido engañados por Satanás? ¿Cómo iniciar un proceso de regreso a la verdad? Ciertamente esto no va a ser fácil. Será necesario la intervención de Dios. Pero ciertamente nosotros tendremos en este proceso una participación muy importante y activa. Este camino implicará en nosotros una fe como la de María Santísima y tomar la decisión de decir la verdad, siendo concientes de que caminar en la verdad traerá como a María, incomprensión y sufrimiento. Esto implicará, como para nuestra Madre Santísima, saber que Dios, que nos ha invitado a vivir en la verdad, actuará poderosa pero misteriosamente, para acabar con el sufrimiento y la incomprensión (Cf. Mt 1, 18-25)

Jesús nos dice en el evangelio de san Juan "Conocerán la verdad, y la verdad los hará libres" (Jn 8, 32). ¿No será ya tiempo de reaccionar como sociedad cristiana y detener este proyecto del demonio para sacar a Dios de nuestros corazones, sobre todo del de los niños y jóvenes?

¡Concedamos a nuestros hijos la opción de la libertad que brota de la experiencia de la verdad! ¡Transmitámosles la dicha, la alegría, el gran gozo y la paz que brotan de la verdad del Misterio de la Navidad! La Navidad es una época para vivir el Evangelio del Niño Jesús, la sencillez y pobreza de su nacimiento, la fe de los Magos de Oriente, la gran esperanza y estupor de los Pastores ante el coro de los Santos Ángeles, la contemplación que del Misterio de amor vivieron María y José; y todo esto, en el contexto de amor y de unidad de nuestras familias. Es, pues, necesario retomar con toda su fuerza el carácter evangélico de la fiesta del nacimiento de Cristo.

Sé que esto no va ser fácil pues, como en el tiempo de la primera Iglesia, tenemos que enfrentar un mundo que nos es adverso. Los niños y nosotros mismos vamos a seguir conviviendo en el mundo materialista que ahoga nuestra vida. Es por ello importante ahora recordar las palabras de Cristo a su Iglesia: "Ustedes no son del mundo... En él viven pero no le pertenecen" (Jn 17, 15-16). Él mismo nos advirtió que si a él lo persiguieron, también a nosotros nos van a perseguir (Jn 15, 20).

Lo importante es hacernos concientes y que nos quede bien claro que la destrucción del sentido cristiano de la Navidad con la imagen de Santa Claus es un proyecto del demonio perfectamente bien disfrazado para robarle a la Iglesia de Cristo la fiesta del nacimiento del salvador, para borrar del corazón de los hombres la generosidad de Dios al darnos en su Hijo Único la luz , el amor y la paz; para que vivamos en gran descuido nuestra vida y no estemos preparados para el regreso de Cristo; para confundir nuestro corazón haciéndonos pensar que un regalo compensa el amor, siendo que es el amor de Dios, manifestado en Cristo, el mejor regalo que Dios nos ha dado y que nosotros podemos darle a los demás.

Como ven el asunto es delicado y de una importancia fundamental para la Iglesia y para cada uno de nosotros como testigos de la verdad revelada por Dios en Cristo. Toca a cada uno de nosotros el asumir nuestro rol como profetas, como testigos de que la Navidad celebra es el nacimiento de Cristo como Señor y Salvador, y que esta fiesta nos recuerda que un día regresará con poder para juzgar a vivos y muertos. Nos toca a nosotros, profetas del siglo XXI, hacerle ver al mundo que no es Jesús quien viene en la noche del 24 de diciembre a traer juguetes a los niños que se portaron bien y mucho menos que existe un ser fantástico que vive en el polo norte y que es el centro de la fiesta de Navidad. Es tiempo de asumir nuestro papel en la historia, como lo hicieron los primeros cristianos, y devolverle el verdadero y único sentido a la Navidad.

Hay que hablar con la verdad aunque esto nos lleve a enfrentar dificultades con nuestra familia, con nuestra sociedad y con quien sea.

EN CAMINO HACIA LA VERDAD

No se si este sea el camino más adecuado para retomar el sentido propio de la Navidad y acabar con el proyecto que polariza nuestra realidad cristiana, pero al menos les propongo algunas ideas que espero sean inspiración del Espíritu para acabar con toda esta mentira que desgasta nuestra sociedad y por supuesto nuestros bolsillos:

a. Retomar el sentido de que la Navidad es una fiesta espiritual
Quizás un primer paso sería el retomar la Navidad y su preparación como una fiesta espiritual y no material. Esto implicará tener un momento de oración en familia durante todo el Adviento (Corona de Adviento u otra práctica semejante), en el que podamos en familia orar y repasar las ideas fundamentales sobre el significado real y profundo de la Navidad. Leer y releer los temas de la salvación que proceden de la encarnación del Hijo de Dios. Irnos haciendo cada día más concientes de que esta no es una fiesta del mundo, sino una fiesta religiosa espiritual que concierne a los cristianos. Recordar que esta fiesta nos invita a estar preparados para la Segunda Venida de Cristo, que será con poder y gloria y para la cual deberá encontrarnos velando, en oración y sobre todo en gracia. Por lo tanto una de las prácticas obligadas de este adviento es la participación del sacramento de la Reconciliación de toda la familia.

b. Polarizar la imagen de Santa Claus
Otra acción fundamental en este proceso es atenuar la imagen de Santa Claus eliminándolo de nuestro vocabulario ordinario y eliminando de nuestras casas todas sus imágenes, canciones, videos, etc. Que al menos en nuestra casa se vaya relegando su participación en la vida cotidiana mientras aumentamos la presencia de los motivos religiosos, como es la Corona de Adviento, las velas, etc. Sería muy oportuno sustituir las imanes de Santa Claus (incluyendo gorritos, botas, renos, etc), por imágenes y figuras de la Sagrada Familia, de los pastores, del niño Jesús, que puedan ayudar a recrear en toda la familia la idea de que es una fiesta cristiana en honor al nacimiento de Cristo. Sería también muy oportuno que se pusiera en el lugar más transitado de la casa "el misterio": La virgen María, san José y el Niño, acompañados de la mula y el buey.

Tener un hermoso nacimiento nos ayudará a reunirnos todos los días en torno al misterio de la Navidad para que de esta manera los niños vayan creando en su imaginación la historia del Nacimiento de Cristo.

Por lo que respecta a los regalos "de Santa Claus", que es la parte más complicada de este tema, sobre todo por lo difícil que puede ser manejar la verdad con el resto de la familia, mi sugerencia es que el regalo que tú quieres darles a tus hijos (que no tiene que ser lo que ellos pidieron y que implicaría quedarte endrogado con tu tarjeta de crédito, sino el que tú puedes y quieres darle), se los des durante la cena o la reunión de oración del día 24, acompañado de un abrazo. Al dárselo, hazle conocer que es una muestra del amor de Dios, del amor que Dios ha manifestado en tu familia durante el año dándoles trabajo y bienestar y que ahora, en el día en que celebramos que Jesús es nuestro regalo, tú quieres compartir con ellos ese don. Esto hará que la atención y el agradecimiento se volteen hacia ti y no hacia Santa Calus, además, será congruente con tu condición económica, para no crear falsas expectativas.

Por lo que respecta a la ilusión de los regalos del Santa Claus, pon en el árbol una caja de dulces o chocolates. Es posible que los niños queden desilusionados ante este regalo. Será un momento difícil en el que debemos esperar que Dios nos dé gracias especiales para no darle importancia al evento e invitarlos a disfrutar el regalo que les diste el día anterior. Esto hará que la atención del Santa Claus termine desvaneciéndose hasta el momento en que tú consideres oportuno decirles que Santa Claus es sólo parte de un cuento.

c. Reorientar la costumbre de regalar
Siguiendo con la idea anterior, ya que el regalar le es propio a esta temporada, esto debe tener las características y orientación que ya mencionábamos, es decir: ha de ser una extensión del amor que Dios nos ha regalado en su Hijo Jesucristo. Si Dios nos regaló su amor enviando a su Hijo, nosotros también nos podemos sentir invitados a compartir ESE MISMO AMOR. Por ello, el regalo no debe ser impersonal ni estar basado en las posibilidades de nuestras carteras, y mucho menos que ello nos lleve a ganar deudas por un buen tiempo. Debe ser una expresión de mi amor por la persona a la que le regalo pero en total conexión con el evento de la Navidad Cristiana y no para quedar bien con nadie.

De manera que tus regalos, sería conveniente que no sólo llevaran la clásica etiqueta navideña: De: _____ Para:_____ , sino que la acompañaras con una pensamiento relacionado con la llegada de Jesús a nuestra vida y al regalo incomparable que Dios nos dio: la salvación. Tu regalo debe ser, por tanto, una clara manifestación de tu amor por esa persona, por lo que puede ir desde un abrazo y una tarjeta llena de cariño, hasta lo que tú puedas y quieras, sin perjudicar tu economía, darle a quien amas. Acuérdate que no se trata de quedar bien con nadie, sino de compartir el amor como lo hizo Dios con nosotros. Es una fiesta religiosa... por lo tanto, todo debe estar en conexión con esto.

d. Regala al festejado: Jesús
Por otro lado, y quizás lo más importante en este tema de regalar, es el recordar que a quien realmente festejamos es a Jesús, por lo que si alguien debe recibir un regalo es Él. Por ello te propongo dos acciones fundamentales para recobrar el sentido cristiano de la Navidad:

Regalar tu comunión. Ofrécele como regalo a Jesús esta Navidad no sólo la comunión del domingo sino todas las que puedas durante el Adviento. Que esto te lleve a aumentar su presencia en ti, objetivo fundamental de la encarnación del Verbo. Además, puedes regalarle algún ayuno, oraciones, etc. Que tus días estén llenos de regalos para Jesús.

Regalar al Jesús pobre. Recordemos que Jesús nos dijo: "Todo lo que hiciste por uno de estos hermanos míos, los mas pobres, por mi lo hiciste" (Mt 25, 40). Pues bien, tú y toda tu familia busquen a una familia o una persona pobre a la que, descubriendo a Cristo pobre en ellos, les hagan un regalo, quizás el mejor de todos... mejor del que darías a uno de tu familia, pues en realidad el festejado es Cristo y no tu familia. Busca la manera concreta de regalarle algo que le sea realmente de utilidad. Tú eres el medio para que Dios realice su "Navidad" en esa familia, para que el amor de Dios llegue hasta ellos. Tú eres el portador del amor de Dios para esa familia.

Por ello la entrega del regalo es muy importante. Lo ideal es que toda tu familia haga la entrega. Si no se hace en familia al menos cuando tú des tu regalo hazle conocer a la persona que Dios les ama y que por tu medio les hace llegar esta Navidad su amor mediante lo que tú le estas regalando. Es un momento privilegiado para hablarles del amor de Dios y llevar el Evangelio a sus vidas.
En conclusión, que tu regalo sea siempre una expresión del amor de Dios para aquel a quien tú regales.

e. La Vigilia de Navidad
Finalmente, debemos buscar que la Vigilia de Navidad sea ante todo una "liturgia" familiar en torno al amor. Recordemos que los cristianos de las primeras comunidades se reunían el 24 para tener una vigilia de oración que concluía con la Misa. Si bien esto puede ser difícil de vivir en la actualidad, podemos ahora darle centralidad a la Misa (a la hora que se celebre) y posteriormente en nuestras casas, ya con la familia, continuar la oración. Para ello puedes usar alguno de los esquemas que he publicado u otros que puedas encontrar.

En esta liturgia debe reinar la solemnidad y la seriedad sobre el acontecimiento. Es necesario recordar el nacimiento de Cristo, sus implicaciones en la vida de nuestra familia y del mundo.

Todos los signos, como las velas, el pesebre, el niño Jesús, etc., son importantes. Hay que darles lugar en la "liturgia casera". Que no sea algo que se celebra con prisa, sino con alegría, respeto y con mucho amor.

Al final, en el mismo ambiente de oración, de alegría y de espíritu "navideño", puede pasarse a compartir los regalos, para que esto forme parte de la misma liturgia en la cual Dios continúa regalando su amor. Se concluye con la cena, si es posible, en la cual no tiene que haber forzosamente un pavo, sino lo que con alegría podamos ofrecer a nuestra familia.

Si tú sabes de alguno de tus conocidos que no tiene familiares en la ciudad, que está sólo, invítalo a pasar la Vigilia de Navidad con tu familia... exprésale el amor de Dios haciéndolo esa noche parte de tu familia de la misma forma que Jesús, en la noche de Navidad, nos hizo parte de su familia.

CONCLUSIÓN

La verdad, no sé si esto sea la solución definitiva, pero estoy seguro que es un camino. Estoy convencido que en la medida en que nos hagamos concientes y aceptemos que el demonio ha buscado arrancar de nuestro corazón el mensaje de amor de Dios y que ha convertido una de las fiestas más hermosas e importantes del cristianismo en una farsa comercial, en esa medida será posible que el misterio de Navidad pueda regresar a ser expresión de amor para nosotros.

El primer domingo de Adviento nos recordaba en la Carta de san Pablo a los Romanos, que la noche está avanzada, el día está cerca, por lo tanto rechacemos las obras de las tinieblas y vistámonos de las armas de la luz: Amor, paz y verdad y revistámonos de Jesucristo. (cf. Rm 13, 12. 14). Hermanos, el Señor, viene pronto. Recuperemos para Él y para nuestro mundo el misterio de la Navidad.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.
P. Ernesto María Caro

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domingo, 2 de diciembre de 2007

Benedicto XVI sintetiza su encíclica: Dios es la esperanza del mundo

En el Ángelus del primer domingo de Adviento


CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 2 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI resumió este domingo el mensaje central de su encíclica, «Spe salvi», sobre la esperanza: el mundo tiene necesidad de Dios, de lo contrario se queda in esperanza.

En el tradicional encuentro con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro, el Papa comentó el sentido del Adviento, el período litúrgico de preparación para la Navidad, que comenzaba la Iglesia en ese día, «el tiempo propicio para despertar en nuestros corazones la espera de “Aquel que es, que era y que va a venir”».

Como confesó el mismo obispo de Roma, era «un día sumamente indicado para ofrecer a toda la Iglesia y a todos los hombres de buena voluntad mi segunda encíclica, que he querido dedicar precisamente al tema de la esperanza cristiana».

Benedicto XVI mostró cómo en el Nuevo Testamento «la palabra “esperanza” está íntimamente unida a la palabra “fe”. Es un don que cambia la vida de quien lo recibe, como demuestra la experiencia de muchos santos y santas».

«¿En qué consiste esta esperanza tan grande y tan «confiable» que nos permite decir que en ella está nuestra “salvación”?», se preguntó el Papa.

«Consiste en el conocimiento de Dios, en el descubrimiento de su corazón de Padre bueno y misericordioso», respondió.

Jesús, aclaró, «con su muerte en la cruz y con su resurrección, nos ha revelado su rostro, el rostro de un Dios tan grande en el amor que nos ha dado una esperanza inquebrantable, que ni siquiera la muerte puede resquebrajar, pues la vida de quien confía en este Padre se abre a la perspectiva de la felicidad eterna».

El pontífice, al igual que en su encíclica, mostró cómo «el desarrollo de la ciencia moderna ha confinado cada vez más la fe y la esperanza a la esfera privada e individual de manera que aparece de forma evidente y en ocasiones dramática, que el hombre y el mundo tienen necesidad de Dios --¡del verdadero Dios!--, pues de lo contrario quedarían privados de esperanza».

«La ciencia sin duda contribuye al bien de la humanidad, pero no es capaz de redimirla. El hombre es redimido por el amor, que hace que la vida personal y social se convierta en buena y hermosa», subrayó.

«Por este motivo la gran esperanza, la que es plena y definitiva, está garantizada por Dios, que en Jesús nos ha visitado y nos ha donado la vida, y en Él volverá al final de los tiempos», señaló. «Es en Cristo que esperamos, ¡es Él a quien esperamos!».

El Santo Padre concluyó invitando a vivir esta esperanza en Adviento con «obras de caridad, pues la esperanza, como la fe, se demuestra con el amor».

Poco antes había visitado el hospital romano de San Juan Bautista de la Soberana Orden Militar de Malta, donde presidió la eucaristía con los enfermos.

Homilía de Benedicto XVI en las vísperas del primer domingo de Adviento

«Tiempo de la esperanza»


CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 2 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el texto de la homilía que pronunció Benedicto XVI este sábado por la tarde al presidir en la Basílica Vaticana las primeras vísperas del primer domingo de Adviento.


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Queridos hermano y hermanas,
El Adviento es, por excelencia, el tiempo de la esperanza. Cada año, esta actitud fundamental del espíritu se despierta en el corazón de los cristianos que, mientras se preparan para celebrar la gran fiesta del nacimiento de Cristo Salvador, reavivan la espera de su regreso glorioso al final de los tiempos. La primera parte del Adviento insiste justamente sobre la parusia, sobre la última venida del Señor. Las antífonas de estas Primeras Vísperas están todas orientadas, con diversos matices, hacia tal perspectiva. La breve Lectura, tomada de la Primera Carta a los Tesalonicenses (5,23-24), hace referencia a la venida final de Cristo, usando propio el termino griego parusia (v. 23). El Apóstol exhorta a los cristianos a conservarse irreprensibles, pero sobre todo, los llama a confiar en Dios, que «es fiel» (v. 24) y no dejará de santificar a cuantos corresponderán a su gracia.

Toda esta liturgia vespertina invita a la esperanza indicando, en el horizonte de la historia, la luz del Salvador que viene: «aquel día brillará una gran luz» (2ª ant.); «vendrá el Señor en toda su gloria» (3ª ant.); «su esplendor llena el universo» (Antífonas al Magnificat). Esta luz, que emana del futuro de Dios, se ha manifestado ya en la plenitud de los tiempos; para que nuestra esperanza no esté privada de fundamento, sino que se apoye sobre un acontecimiento que se coloca en la historia y al mismo tiempo la excede: es el advenimiento de Jesús de Nazaret. El evangelista Juan aplica a Jesús el titulo de «luz»: es un título que pertenece a Dios. De hecho en el Credo profesamos que Jesucristo es «Dios de Dios, Luz de Luz».

Al tema de la esperanza he querido dedicar mi segunda Encíclica, que ha sido publicada ayer. Estoy feliz de ofrecerla idealmente a toda la Iglesia en este primer Domingo de Adviento, a fin de que, durante la preparación para la Santa Navidad, las comunidades y los fieles particulares puedan leerla y meditar, redescubrir la belleza, la profundidad de la esperanza cristiana. Esta, en efecto, está inseparablemente ligada al conocimiento del rostro de Dios, rostro de Jesús, el Hijo Unigénito, que se nos ha revelado con su encarnación, con su vida terrena y su predicación, y sobre todo con su muerte y resurrección. La esperanza verdadera y cierta está fundada sobre la fe en Dios Amor, Padre misericordioso, que «ha amado tanto al mundo como para darle su Hijo Unigénito» (Jn 3,16), para que los hombres, y con ellos todas las criaturas, puedan tener vida en abundancia (Cf. Jn 10,10). El Adviento, por lo tanto, es tiempo favorable para descubrir una esperanza que no es vaga ni ilusoria, sino cierta y confiable, porque está «anclada» en Cristo, Dios hecho hombre, roca de nuestra salvación.

Desde el inicio, como emerge en el Nuevo Testamento y en las Cartas de los Apóstoles, una nueva esperanza distingue a los cristianos de cuantos vivían la religiosidad pagana. Escribiendo a los Efesios, san Pablo les recuerda que, antes de abrazar la fe en Cristo, ellos estaban «sin esperanza y sin Dios en este mundo» (2,12). Esta expresión parece más que nunca actual para el paganismo de nuestros días: podemos relacionarla en particular con el nihilismo contemporáneo, que corroe la esperanza en el corazón del hombre, induciéndolo a pensar que dentro de él y a su alrededor reina la nada: nada antes del nacimiento, nada después la muerte. En realidad, si falta Dios, desaparece la esperanza. Todo pierde «densidad». Es como si faltase la dimensión de la profundidad y todo se aplanase, privado de su relieve simbólico, de su «relieve» respecto a la mera materialidad. Está en juego la relación entre la existencia aquí y ahora y lo que denominamos «más allá»: no es un lugar donde terminaremos después de la muerte, sino la realidad de Dios, la plenitud de la vida a la cual todo ser humano tiende. A esta aspiración del hombre, Dios ha respondido en Cristo con el don de la esperanza.

El hombre es la única criatura libre para decir sí o no a la eternidad, es decir, a Dios. El ser humano puede apagar en sí mismo la esperanza eliminando Dios de la propia vida. ¿Cómo puede ocurrir esto? ¿Cómo puede suceder que la criatura «hecha por Dios», íntimamente orientada a Él, la más cercana a lo Eterno, pueda privarse de esta riqueza? Dios conoce el corazón del hombre. Sabe que quien lo rechaza no ha conocido su verdadero rostro, y por esto no cesa de llamar a nuestra puerta, como humilde peregrino en búsqueda de acogida. He aquí por qué el Señor concede un nuevo tiempo a la humanidad: ¡para que todos puedan llegar a conocerlo! Es este también el sentido de un nuevo año litúrgico que inicia: es un don de Dios, el cual quiere nuevamente revelarse en el misterio de Cristo, mediante la Palabra y los Sacramentos. Mediante la Iglesia quiere hablar a la humanidad y salvar a los hombres de hoy. Y lo hace yendo a su encuentro, para «buscar y salvar lo que se había perdido» (Lc 19,10). En esta perspectiva, la celebración del Adviento es la respuesta de la Iglesia Esposa a la iniciativa siempre nueva de Dios Esposo, «que es, que era y que va a venir» (Ap 1,8). A la humanidad que ya no tiene tiempo para Él, Dios ofrece otro tiempo, un nuevo espacio para volver a entrar en si misma, para volver a encaminarse, para reencontrar el sentido de la esperanza.

He aquí entonces el sorprendente descubrimiento: ¡la esperanza mía y nuestra, está precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros! Sí, Dios nos ama y justamente por esto espera que regresemos a Él, que abramos el corazón a su amor, que pongamos nuestra mano en la suya y que recordemos que somos sus hijos. Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos alcanza siempre en primer lugar (cfr 1 Jn 4,10). En este sentido la esperanza cristiana viene llamada «teologal»: Dios es la fuente el apoyo y el fin. ¡Qué gran consuelo en este misterio! Mi Creador ha puesto en mí espíritu, un reflejo de su deseo de vida para todos. Todo hombre está llamado a esperar, correspondiendo a la expectativa que Dios tiene sobre él. Por lo demás, la experiencia nos demuestra que es precisamente así. ¿Qué, sino la confianza que Dios tiene en el hombre, es lo que lleva adelante al mundo? Es una confianza que tiene su reflejo en los corazones de los pequeños, de los humildes, cuando a través de las dificultades y las fatigas se comprometen cada día a dar lo mejor de si mismos, a hacer ese poco de bien que para los ojos de Dios es tanto: en familia, en el puesto de trabajo, en la escuela, en los diferentes ámbitos de la sociedad. En el corazón del hombre está escrita de forma imborrable la esperanza, porque Dios, nuestro Padre es vida, y para la vida eterna y beata estamos hechos.

Cada niño que nace es signo de la confianza de Dios en el hombre y es la confirmación, al menos implícita, de la esperanza que el hombre nutre en un futuro abierto sobre el eterno Dios. A esta esperanza del hombre, Dios ha respondido naciendo, en el tiempo, como pequeño ser humano. Ha escrito san Agustín: «habríamos podido creer que tu Palabra esta lejos del contacto del hombre y desesperar de nosotros, si esta Palabra no se hubiera hecho carne y no hubiese vivido entre nosotros» (Conf. X, 43, 69, cit. in Spe salvi, 29). Dejémonos entonces guiar por Aquella que ha llevado en el corazón y en el seno el Verbo encarnado. Oh María, Virgen de la espera y Madre de la esperanza, reaviva en toda la Iglesia el espíritu del Adviento, para que toda la humanidad se vuelva a poner en camino hacia Belén, de donde ha venido, y de nuevo vendrá a visitarnos el Sol que surge de lo alto (cfr Lc 1,78), Cristo nuestro Dios. Amén.

Traducción del original italiano realizada por Radio Vaticano