viernes, 29 de febrero de 2008

¿Por qué mortificarse?

¿Por qué mortificarse?
Mortificación es una palabra que viene del latín y quiere decir hacer morir (mortem facere). Entre los cristianos se emplea para designar los esfuerzos con que procuramos hacer morir en nosotros el pecado y las malas inclinaciones que nos llevan a él.
Pensad en las serias palabras que el Señor dirigió a sus discípulos: "Si alguno quiere venir en pos de mi niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame (Lc 9.23). Quiero haceros notar que esa cruz de cada día es especialmente vuestra lucha cotidiana por ser buenos cristianos que os hace colaboradores en la obra de la Redención de Cristo; de esta manera contribuís a llevar a cabo la reconciliación de todos los hombres y de toda la creación con Dios. Es un hermoso programa de vida, que exige generosidad». Juan Pablo 11. Buenos Aires. 11-IV-1987.

El instinto de felicidad

Vivimos en un mundo que ha hecho del bienestar y del placer los máximos ideales de la vida. La prensa, la televisión, la radio y el ambiente en que vivimos son una constante invitación a pasarlo lo mejor posible; a evitar el dolor y a premiarnos con una serie de compensaciones sin las cuales parece que no podríamos sobrevivir.

Estas llamadas a la felicidad se encuentran en la misma naturaleza del hombre: queremos ser felices no como fruto del capricho, sino porque hay en nuestro interior una especie de instinto que nos impulsa a ello. Es tan profundo y espontáneo, tan natural y universal --lo tenemos todos los hombres--, que no hay otro remedio sino reconocer que se trata de algo propio de la condición humana.

Por eso no faltan quienes creen que hablar o escribir sobre la mortificación es un contrasentido; pues si la felicidad es algo tan propio del hombre, mortificarse es tanto como enfrentarse con la naturaleza. No les faltaría razón al pensar así, si esta manera de razonar no respondiese a un error de planteamiento. En efecto: la mortificación cristiana no va contra la felicidad; es un disparate suponer que Cristo o la Iglesia sean contrarios a ella. Ni Dios ni la Iglesia se oponen; es más, el propósito de Dios cuando nos creó, y este propósito sigue en pie, es nuestro bien, nuestra felicidad, nuestra alegría. Si hemos de mortificarnos no es porque se trate de un tributo que debemos pagar a la divinidad, sino porque existen en nosotros los gérmenes del mal y de la enfermedad espiritual, y no hay más solución que combatirlos y extirparlos porque son precisamente ellos los que nos impiden alcanzar la verdadera dicha.

¿Qué es la mortificación?

Mortificación es una palabra que viene del latín y quiere decir hacer morir (mortem facere). Entre los cristianos se emplea para designar los esfuerzos con que procuramos hacer morir en nosotros el pecado y las malas inclinaciones que nos llevan a él.

Ordinariamente, la palabra asusta un poco porque casi siempre se piensa en lo que ha de costar y la imaginación, lo mismo que exagera el placer que puede producir el pecado, exagera también las dificultades que podemos encontrar para hacer el bien o para apartar los obstáculos que nos impiden alcanzarlo.

A nadie le parece excesivo someterse a un régimen de comidas con el que se pretende conservar la línea que se empeña en desbordar los límites de la moda o los cánones de la belleza. Muchas veces, casi siempre, esto se hace solamente por bien parecer. Y nada digamos del esfuerzo al que se someten los deportistas aficionados --no nos referimos a los profesionales porque ése es su trabajo habitual--, con tal de alcanzar la victoria o, al menos, una buena clasificación.

Y sin embargo nos parece demasiado que Dios nos pida la mortificación de las malas inclinaciones. Si la Iglesia mandase andar con esos tacones sobre los que debe ser tan difícil guardar el equilibrio, nos parecería una intromisión y una crueldad que, sin duda, levantaría campañas de prensa en favor de la libertad y de la dignidad de la persona humana. Pero como se trata de una exigencia de la figura, bienvenidos sean esfuerzos y sacrificios. En una palabra: lo que mira al bien presente, en lo que se refiere al cuerpo o a la vanidad, todo nos parece poco, pero cuando se trata del bien del alma o del amor de Dios, cualquier cosa que se nos pida, por pequeña que sea, nos parece demasiado.

La mortificación cristiana no está aconsejada con afán de molestar o simplemente para hacer la vida más desagradable, sino para todo lo contrario, para hacernos más asequible y fácil el logro de la felicidad. Tiene su principio y razón de ser en el conocimiento de nuestra naturaleza, inclinada al mal después del pecado original; por eso Jesucristo nos lo dice de una forma que no deja lugar a la más pequeña vacilación: si tu ojo derecho es para ti ocasión de pecar, sácalo, --es decir: mortifícalo, y hazlo morir--porque más te vale perder uno de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado al infierno (Mt 5, 9).

No nos pide el Señor que entendamos sus palabras al pie de la letra, de manera que tengamos que arrancarnos, materialmente hablando, los ojos; sino que quiere indicarnos la necesidad tan grande que tenemos de la mortificación, para que nuestra mirada nunca nos lleve a ponernos en ocasión de pecar. Quiere Dios que conservemos el dominio de los ojos, de tal manera que cuando se presente la ocasión permanezcamos como ciegos al pecado. Y esto ¿cómo puede conseguirse si no es con la mortificación que, como el agua, apaga el fuego de los malos deseos?

No le demos más vueltas; la mortificación es necesaria porque existen los enemigos del bien y de la felicidad, y a estos enemigos hay que combatirlos si no queremos sucumbir a sus ataques o quedar esclavos de sus caprichos.

La mortificación cristiana

"Dios quiere nuestro amor y no estará satisfecho con ninguna otra cosa. Lo que nosotros hagamos no tiene valor fundamental para Dios, porque El puede hacer Io mismo con un solo pensamiento; o con gran facilidad puede crear otros seres que hagan Io mismo que nosotros hacemos. Pero el amor de nuestros corazones es algo único que ningún otro puede darle. Él podría hacer otros corazones que le amasen, pero una vez que nos ha dado la libertad, el amor de nuestro corazón particular es algo que sólo nosotros podemos darle" (E. Boylan, El amor supremo I, Madrid, Rialp 1957, pág. 121).

Dios, como se ve, se empeña en querernos y es su deseo que le correspondamos en la medida de nuestras fuerzas. Por eso cuando nos manifiesta su divina voluntad, lo primero que nos dice, lo primero que nos enseña es: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón" (Lev 19, 18).

A nadie se le oculta que para cumplir con este mandamiento se tropieza con no pequeñas dificultades, porque después del pecado original, y aunque éste nos haya sido perdonado en el sacramento del Bautismo, permanece en nosotros la inclinación al mal, esa terrible atracción que ejercen sobre la voluntad y sobre los sentidos los bienes creados, que nos invitan a abandonar el camino que nos lleva a Dios para seguir el que ellos nos señalan.

Esto significa que hemos de luchar contra nuestro enemigo el pecado y éste precisamente es el sentido de la mortificación cristiana, ésta es su función en la vida espiritual: con la mortificación no se busca otra cosa que adquirir esa libertad de espíritu, tan necesaria para poder prescindir del uso desordenado de las criaturas que pretenden someternos a su dominio y esclavitud.

Por eso hay que perder el miedo a la mortificación. Después de todo no es tanto lo que se nos pide si se compara con lo que se gana. Hay que saber perder la vida con la mortificación, pero es para encontrarse con la Vida, con Dios, que a partir de ese momento se erige en único Señor y exclusivo Bien del alma. La mortificación nos ayudará a dejar las cosas en su sitio, ella será la que frene los apetitos desordenados que tienen su origen en los sentidos y en la voluntad inclinados al mal. Mientras no se pierda el miedo a la mortificación, estaremos condenados a vivir una vida espiritual mediocre en la que no existirá verdadero progreso sobrenatural porque seguiremos esclavos de nuestros caprichos y nos faltará la libertad para poder amar a Dios sobre todas las cosas.

¿Miedo a la mortificación?

Es cierto que existe el miedo a la mortificación y si buscamos la raíz de ese miedo acabaremos por encontrarla en una especie de desconfianza en Dios. Es como si pensáramos que nadie como nosotros para saber lo que nos conviene y dónde vamos a encontrar la felicidad. Es una cuestión de la que no somos conscientes del todo hasta que la consideramos en la oración, que es donde se aclaran las ideas, y acabamos de darnos cuenta de que efectivamente existe algo así dentro de nosotros.

Hay unas palabras del Señor que, aunque no se pueden aplicar al pie de la letra a cuanto venimos diciendo, pueden darnos luz suficiente para entenderlo mejor. Después de haber hablado Jesús de las dificultades que tienen para salvarse los que han puesto su corazón en las riquezas, San Pedro toma la palabra y le dice: nosotros hemos dejado todas las cosas y te hemos seguido, ¿cuál será nuestra recompensa? Y Cristo le responde: cualquiera que haya dejado casa o hermano o hermana o padre o madre o esposa o hijos o heredades, por causa de mi nombre, recibirá cien veces más y poseerá la vida eterna (Mt 19, 29-30).

¿Cuántos son los que entienden esto? Y si cosas de tanta importancia no somos capaces de convertirlas en realidad, ¿qué no ocurrirá en lo pequeño, en la mortificación, que al fin y al cabo no es más que una manera de renunciar por amor de Dios a algo concreto?

Tenemos miedo a la mortificación, porque nos parece que es un camino de renuncia en el que no se encuentra recompensa. Y es porque apenas conocemos al Señor y no hemos probado hasta qué punto compensa ser generosos con Él. Solamente se puede dar un consejo: probad y veréis que la mortificación no defrauda; la senda por la que nos lleva es más corta y hacedera de lo que imaginamos y además, en ella, nos encontraremos pronto con Jesús. Confiad y perseverad.

La mortificación de los sentidos

La mortificación es necesaria y su necesidad se manifiesta en la fragilidad de la naturaleza humana, de la que posiblemente tengamos sobrada experiencia. Sin ella difícilmente estaremos cerca de Dios y difícilmente podremos vencer las dificultades que se oponen a su amor. Pero no debemos detenernos ahora en consideraciones teóricas, sino que hemos de descender al terreno de la realidad de la vida. Dar el paso que va desde el pensamiento a la voluntad, a la acción.

La mayor dificultad para vivir la vida de la gracia --esa participación de la naturaleza divina, que nos hace hijos de Dios--, en una buena parte de los casos está en los sentidos; por eso vamos a empezar por ahí. Los pecados de sensualidad que tanto daño hacen al alma comienzan, casi siempre, por los sentidos o por la imaginación. Dios ha puesto para guardar la santa pureza dos mandamientos --esto ya nos da una cierta idea de su importancia--, uno que mira al cuerpo y otro que mira al espíritu. En el sexto --No cometerás actos impuros-- se nos pide la pureza del cuerpo; y en el noveno, la del espíritu, en la mente y en el corazón, en la voluntad --No consentirás pensamientos ni deseos impuros--.

Algunos piensan que todo lo que se refiere al sexo es rechazado de plano por la doctrina de Jesucristo, pero andan lejos de la verdad, pues esto es absolutamente falso, porque Dios es el autor de la naturaleza humana v, por tanto, de la sexualidad, y ha instituido un sacramento, el Matrimonio, en el que el ejercicio de la sexualidad según la naturaleza se bendice y santifica.

Pero nótese bien que se dice en el matrimonio, porque fuera de él Dios lo reprueba como un mal. De modo que, delante de Dios, pretender quitarle importancia a la impureza diciendo que se trata de cosas naturales, de nada vale. Hay muchas cosas naturales que si no se usan adecuadamente se convierten en un mal por el desorden que suponen y por los daños que acarrean. Piénsese en la muerte o en la enfermedad, que no pueden ser más naturales y sin embargo la ciencia y los hombres nos empeñamos en combatirlas. Lo mismo puede decirse de la energía nuclear y de tantos adelantos de la técnica moderna que pueden utilizarse para el bien o para el mal. La distinción no es cuestión académica sino algo profundamente real que tiene su fundamento en la palabra de Dios y nos indica dónde está el bien y dónde el mal, con tanta claridad que basta acudir a los Mandamientos del Decálogo para disipar las dudas que pudieran surgir.

El ejercicio de la mortificación no lleva consigo la condenación de la carne que el Hijo de Dios se dignó asumir; al contrario, Ia mortificación mira por la «liberación del hombre» que con frecuencia se encuentra, por causa de la concupiscencia, casi encadenado, por Ia parte sensitiva de su ser (Pablo VI, Const. Apost. Poenitemini). Por eso conviene entender bien que la mortificación no tiene como campo exclusivo el terreno de la pureza. Donde quiera que el enemigo pretenda esclavizarnos hemos de presentarle la batalla.

Así, por ejemplo, convendrá mortificar la imaginación para que, por lo menos, no nos haga perder el tiempo. La pereza pretende hacernos abandonar el cumplimiento del deber: una buena mortificación es vencerla. Otro tanto se puede decir de la comida y de la bebida en las que con frecuencia nos dejamos llevar exclusivamente del gusto, sin darnos cuenta que con esa actitud nos olvidamos de Dios que ha de ser el objeto de nuestras preferencias. La Iglesia lo ha entendido siempre así, por eso en su tercer Mandamiento no se limita a aconsejar sino que ordena ayunar y abstenerse de comer carne determinados días del año. Su Santidad Juan Pablo II subraya además que, aunque mitigada desde hace algún tiempo «Ia disciplina penitencial de la Iglesia» no puede abandonarse sin grave daño (Exhort. Apost. sobre Reconciliación y penitencia, n.º 26. Publicada en esta misma Colección en los núms. 394-395) .

Hemos de acostumbrarnos a dominar los sentidos con la mortificación, no sólo para ser personas cabales sino también para amar más a Dios con el que deseamos compartir nuestra vida y con el que esperamos vivir en el Cielo.

Lo que falta a la Pasión de Cristo

San Pablo en su Epístola a los Colosenses ha escrito unas palabras que no dejarán de sorprender a más de uno: sufro en mi carne lo que falta a la Pasión de Cristo (Col 1, 24). ¿Es que la obra de la Redención no es completa y perfecta? ¿Es que Cristo no ha pagado sobreabundantemente por todos nosotros con su Encarnación, con su vida de trabajo y con su muerte en la Cruz ? ¿Es que no es suficiente tanta solicitud y tanto amor por parte de Dios?

Amó Dios tanto al mundo que no paró hasta dar a su Hijo Unigénito a fin de que todos los que creen en El no perezcan, sino que vivan la vida eterna (Io 3. 6). La muerte de Jesús es nuestra salvación, un tesoro infinito de gracias que nos están esperando; pero convendrá recordar con San Agustín que Dios que te creó sin ti, no te salvará sin ti; es decir, que en la obra de la Redención, el Señor cuenta con la correspondencia personal. Para salvarse hace falta la gracia de Dios y la cooperación del hombre. Por parte de Dios todo está admirablemente dispuesto para vencer al pecado y alcanzar la vida eterna: todo está cumplido (Io 19, 30), y sin embargo por par te del hombre todavía falta algo: nuestra cooperación personal y libre, nuestra mortificación; eso es lo que falta a la Pasión de Cristo.

No nos engañemos con razones más o menos convincentes; el Señor en el Calvario nos muestra la senda de la salvación y de la vida. No existe otro camino; si queremos acompañarle habrá que aprender a renunciar con alegría a determinados bienes sensibles, porque la mortificación cristiana no es la simple moderación en el uso de los bienes temporales que nos hace contemplar el mundo y sus riquezas con frialdad e indiferencia, sino una verdadera participación sobrenatural en la Pasión y en la Muerte de Cristo.

Participar en la Pasión de Cristo

El amor a Jesucristo no es una cuestión de sentimientos. Quiere decirse con esto que para participar en su Pasión no basta tener un corazón sensible que se conmueva al meditar los sufrimientos que padeció por nosotros. Si Dios nos ha concedido la gracia de emocionarnos al considerar tanta generosidad por su parte, debemos agradecerlo, pero no deberíamos caer en el error de considerar que con esa compasión o con esas lágrimas ya hemos hecho bastante y estamos participando verdaderamente en su cruz. «Amor con amor se paga ». Pero la certeza del cariño la da el sacrificio. De modo que ¡ánimo niégate y toma su cruz. Entonces estarás seguro de devolverle amor por Amor (J. Escrivá de Balaguer, Vía Crucis, Madrid, Rialp 1981, V Estación, punto l).

La mortificación, la negación de nosotros mismos, pero especialmente el afán de gozar, de no perder ninguna de las oportunidades de disfrutar que la vida nos ofrece, será el medio más directo y eficaz, la forma más segura de acompañar al Señor, de consolarle y de ayudarle a Llevar el peso del madero y a soportar los dolores de la crucifixión.

Si de verdad queremos participar de la Pasión de Cristo, que se dio a sí mismo en rescate por todos (1 Tim 2,6), hemos de estar dispuestos a aceptar la mortificación y a sobrellevar con perseverancia esas pequeñas o grandes cosas que nos hacen sufrir, con el pensamiento puesto en Jesús que padeció por nosotros, dándonos ejemplo pava que sigamos sus pisadas (1 Pet 2, 21).

Para actuar de este modo es preciso mirar las cosas con fe. Solamente la fe nos hace ver que en medio del dolor cabe la alegría. Ha habido santos que sufrieron mucho en esta vida, pero siempre se les veía alegres. La fe nos hace comprender que todo lo que nos ocurre tiene sentido a los ojos de Dios y que nada, absolutamente nada, sucede sin que El lo permita o lo quiera. Por eso, la enfermedad, el dolor en cualquiera de las formas en que pueda presentarse, la contradicción, la muerte misma, para un cristiano, no son más que una muestra del amor que Dios nos tiene y que, de esta manera, nos deja participar de su dulce Cruz y nos bendice con ella, pues como dice Santa Teresa: más se gana en un día con las aflicciones que vienen de Dios o de los hombres, que en diez años de mortificación de elección propia.

Las contrariedades de la jornada

No faltan almas enamoradas de Dios que están dispuestas a darlo todo por Él. Pero a la mayoría de las personas no les pide el Señor la entrega de su vida de una vez y en un instante, sino en la mortificación constante y generosa en los detalles de cada día.

Tal vez pueda parecer algo sin importancia, pero ahí queda por si puede servir de ejemplo. En una reunión se comentaba la actitud de una persona respecto a otra: una de esas actuaciones que hacen subir la sangre a la cabeza, que la vista se nuble, y que las palabras se agolpen en los labios --supongo que muchos lo entenderán--. Pues bien, el interesado escuchó lo que tenían que decirle y cuando todos esperaban su reacción en un estallido de cólera, se limitó a sonreír y a cambiar el tema de la conversación.

No es fácil llevar con una sonrisa en los labios y sin perder la compostura eso que se ha dado en llamar las contrariedades de la jornada; sucesos en apariencia insignificantes, pero capaces de alterar la pacífica convivencia con los demás: con la familia o con los compañeros de trabajo. Son tantas, a veces, las ocasiones que se nos presentan de perder el buen humor y con él la presencia de Dios, que sería una verdadera pena desperdiciar la oportunidad de ofrecérselas al Señor (cfr. Camino, N.º 173).

La mortificación no consistirá de ordinario en grandes renuncias, que tampoco son frecuentes. Estará compuesta de pequeños vencimientos: sonreír a quien nos importuna, negar al cuerpo caprichos de bienes superfluos, acostumbramos a escuchar a los demás, hacer rendir el tiempo que Dios pone a nuestra disposición... Y tantos detalles más, insignificantes en apariencia, que surgen sin que Ios busquemos --contrariedades, dificultades, sinsabores--, a lo largo de cada día (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, Madrid, Rialp 1973, n.º 37).

En la vida ordinaria

Llevemos a nuestra vida ordinaria el espíritu de mortificación que nos invita a ser generosos con Dios, ofreciéndole esas cosas que la mayoría de las personas pasan por alto sin darse cuenta de que en realidad son un tesoro de mortificaciones inesperadas con el que podemos enriquecernos. ¡Cuántos que se dejarían enclavaren una cruz, ante la mirada atónita de millares de espectadores, no saben sufrir cristianamente los alfilerazos de cada día! --Piensa, entonces, qué es Io más heroico (Camino, n.º 204). Las impertinencias, un fracaso profesional, la tarde de paseo que se va al traste, la comida fría o mal condimentada, el cambio de horario debido al desorden o a la arbitrariedad de quién sabe quién, nuestro equipo que está a punto de descender de la división de honor, el niño que ha sacado malas notas, la niña mayor que no da más que quebraderos de cabeza, el botón que se desprende en el momento más inoportuno, las gafas que no aparecen, el autobús que no Llega y nosotros que llegaremos tarde por su culpa, los propios errores o los de los demás, y tantos y tantos imponderables que nos brindan la ocasión de tener algo que ofrecer con paciencia y alegría, al no desperdiciar esas pequeñas cosas que se ponen delante de nosotros dispuestas a amargarnos el día.

Es cuestión de empezar y de seguir, que aunque se trate de cosas pequeñas, su valor estará en hacerlas con amor. Hacedlo todo por Amor. --Así no hay cosas pequeñas: todo es grande.-- La perseverancia en las cosas pequeñas, por Amor, es heroísmo (Ibídem, N.º 813). Mucho amor de Dios supone la aceptación incondicional de esas dificultades en las que de alguna manera se manifiesta la divina Voluntad. Recordemos que la prueba de ese amor está en la alegría, en esa alegría que cuando falta hace que se pierda parte del mérito que tienen las buenas obras. Es el mismo Jesús quien nos lo dice: Cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu cara, para que los hombres no conozcan que ayunas, sino únicamente tu Padre que está presente a todo (Mt 6, 9).

Los sufrimientos de la vida no hay que sobrellevarlos de mala manera, sino como algo que nos viene del Señor, que puede servirnos para desagraviarle por nuestros pecados y, además, con el convencimiento de que si se hace así estamos realmente participando de su Pasión . Quizá no nos habíamos percatado de que podemos unir a su sacrificio reparador nuestras pequeñas renuncias: por nuestros pecados, por los pecados de los hombres en todas las épocas, por esa labor malvada de Lucifer que continúa oponiendo a Dios su non serviam! ¿Cómo nos atreveremos a clamar sin hipocresía: Señor, me duelen las ofensas que hieren tu Corazón amabilísimo, si no nos decidimos a privarnos de una nimiedad o a ofrecer un sacrificio minúsculo en alabanza de su Amor? (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios, Madrid, Rialp 1977, N.º 140).

La mortificación voluntaria

Mucho podemos ganar con las contrariedades que la vida lleva consigo, pero esto no dejará de ser una bonita teoría, que no tendrá efecto en la realidad si no nos ejercitamos en la mortificación voluntaria.

La llamamos así porque no se trata de aceptar las dificultades que salen al paso, sino más bien de salirles al encuentro, buscando la ocasión de ofrecerle algo al Señor. Con esta práctica, además, nos disponemos de buen grado a aceptar cuanto nos viene de su parte a lo largo de la jornada.

Si de verdad tenemos interés en la práctica de estas mortificaciones, bastará abrir los ojos y mirar. Es suficiente recorrer el día y fijarse en algunos detalles entresacando los que nos puedan resultar de mayor interés (cfr. Camino, cap. Mortificación).

Levantarnos a la hora fijada, ser puntuales en el cumplimiento de nuestros deberes, cuidar los pequeños detalles en cualquier actividad que desempeñemos, hacer con intensidad el trabajo --con horas de sesenta minutos y minutos de sesenta segundos--, practicar la caridad y la delicadeza en la vida de familia y en el trato con los demás, vencer la pereza que nos invita a dejar las cosas para después o para mañana, hacer con amor las prácticas de piedad que forman parte de nuestra vida espiritual y no omitirlas sin verdadera causa, cuidar la ropa, tener siempre ordenada la habitación y el armario, dejar las cosas en su sitio, hacer una pequeña mortificación en las comidas, y mil y mil detalles más que cada uno sabrá descubrir de acuerdo con su interés y con su amor a Dios.

De entre estas cosas u otras parecidas, que sin duda podremos encontrar, se seleccionan unas cuantas y se toma buena nota de ellas para practicarlas diariamente. Si no lo hacemos así, a diario, será lo normal que pronto caigan en el olvido. Nos pasaría lo mismo que a los que han de seguir un régimen de comidas; toda la eficacia depende de la constancia que hace que se acumulen los esfuerzos cotidianos hasta que se consigue el resultado apetecido.

En nuestro caso será crear el hábito de pequeñas renuncias que purifican el alma y nos acercan a Jesús, porque estas pequeñas molestias sufridas y abrazadas con amor, son agradabilísimas a la divina Bondad, que por sólo un vaso de agua ha prometido a sus fieles el mar inagotable de una bienaventuranza cumplida (San Francisco de Sales, Introducción a Ia vida devota, III, 35).

La imitación de Nuestro Señor Jesucristo

La meta de la vida cristiana consiste en parecernos cada vez más a Jesucristo. San Juan Bautista expresa con claridad el programa que debemos desarrollar cuando dice: conviene que El crezca y que yo mengüe (Io 3, 30). No se trata de destruir la propia personalidad, que eso no lo quiere Dios, sino de desarraigar con la mortificación aquellas cosas que no nos permiten alcanzar el desarrollo que como hombres y como cristianos nos corresponde.

La mayor dificultad para alcanzar esta meta, contra lo que se podría pensar, no está en la pereza o en la comodidad o en la sensualidad, sino en la soberbia. El demonio se empeña en convencernos que ésta consiste exclusivamente en algo externo, en las actitudes frente a los demás, en el mal genio o en el mal talante con que se les trata, y hará lo posible y lo imposible para que no nos demos cuenta de que el mal está dentro de nosotros, en el fondo del corazón.

Se habla de las soberbias de quienes fría e intelectualmente niegan la existencia de Dios, pero son pocos los que actúan de ese modo tan cerebral y sin sentido y sin razón. La soberbia a la que nos referimos no es de ese tipo y por eso resulta más difícil de reconocer. Consiste en que poco a poco Dios queda desplazado de nuestra vida. El propio yo se adueña de todo lo que queda a su alcance: pensamos, trabajamos, nos divertimos y amamos como si Dios no existiera y así Llega un momento en el que no cuenta para nada o para casi nada en nuestra vida. De este modo queda marginado y el hombre se erige en dueño y señor de todos sus actos: la soberbia en este caso es perfecta. Yo soy Dios, y me quiero y me amo y me adoro por encima de todas las cosas. ¿No es eso la soberbia?

Esta actitud generalmente procede de un exceso de confianza en los propios criterios que suelen tomarse como norma de conducta que Llevan al soberbio a creer que siempre tiene razón y difícilmente admitirá la posibilidad o la realidad de los errores y pecados personales porque encontrará una razón que le justifique y le permita seguir actuando de la misma manera. Casi sin darse cuenta juzga de lo divino y de lo humano. Todo lo pone en tela de juicio, y ya pueden hablar el Papa o los Obispos, que sus enseñanzas pasarán por el tamiz del criterio del soberbio. Con el pretexto de no poder aceptar lo que no entiende hará de ellas su propia interpretación, olvidando que para ser fieles a Jesucristo no hace falta tanto talento --el talento en estas cuestiones lo pone Dios con la asistencia del Espíritu Santo a la Iglesia--, sino un poco más de humildad en la inteligencia para aceptar como niños lo que nos viene de Dios a través del Magisterio Eclesiástico: en verdad os digo que si no os volvéis y os hacéis semejantes a los niños no entraréis en el reino de Ios cielos (Mt 18, 3).

Debemos examinar la conciencia para descubrir si la seguridad que mostramos en criterios de fe y de moral proceden más de los propios juicios que de las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia, porque en semejante caso habrá que combatir esa soberbia como el peor de los males.

No desaproveches Ia ocasión de rendir tu propio juicio. --Cuesta..., pero ¡qué agradable es a los ojos de Dios! (Camino, n.º 177). Hemos de aprender a mortificar la inteligencia; no se trata de negarla, sino de mortificarla. La vida ordinaria nos presenta la ocasión de hacerlo en los distintos campos de la actividad humana. El primero de todos aceptando de buen grado cuanto nos viene de Dios a través de la Iglesia; ahí no caben opiniones sino la humilde aceptación de la doctrina. En el terreno profesional, en el familiar, en los estudios, y donde quiera que tengamos que relacionarnos con alguien que desempeñe el cargo de superior --y siempre que no se trate de algo que suponga ofensa a Dios--, podemos y debemos aceptar lo que nos venga de él sin chistar, sin murmurar y sin dejarnos Llevar del espíritu crítico que tan afilado suele mostrarse en estas situaciones. Se trata de una buena mortificación de la inteligencia y de un bonito esfuerzo de la voluntad por parecernos también en estas cosas a Jesucristo, que se hizo obediente hasta la muerte y muerte de Cruz (Phil 2, 8) y así por lo menos en eso habremos empezado a imitarle que es la única manera de llegar a parecerse a Él.

Texto de Francisco Luca de Tena

El Papa pide oraciones para que se comprenda la importancia del perdón

Intención general del Apostolado de la Oración para el mes de marzo


CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 27 febrero 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI pide oraciones en este mes de marzo para que se comprenda la importancia del perdón y de la reconciliación.

Así se desprende de la intención general del Apostolado de la Oración, iniciativa que siguen unos 50 millones de personas de los cinco continentes, para el tercer mes de 2008.

La intención general del Apostolado de la Oración del Papa para el mes de marzo es: «Para que se comprendan la importancia del perdón y de la reconciliación entre las personas y los pueblos, y la Iglesia mediante su testimonio difunda el amor de Cristo, fuente de una humanidad nueva».

Todos los meses también se ora además por una intención misionera. La de marzo de 2008 dice así: «Para que los cristianos, que en tantas partes del mundo y de varias maneras son perseguidos por causa el Evangelio, sostenidos por la fuerza del Espíritu Santo, sigan testimoniando la Palabra de Dios con valentía y franqueza».

En un año, ha aumentado en un 1,4% el número de católicos en el mundo

Según revela la publicación del Anuario Pontificio de 2008


CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 27 febrero 2008 (ZENIT.org).- En el último año contabilizado por la Santa Sede, ha aumentado en un 1,4% el número de los católicos del mundo.

Esta es una de la conclusiones del Anuario Pontificio de 2008, el voluminoso libro en el que se recogen los datos de todos los cardenales y obispos del mundo con sus diócesis, así como de las instituciones de la Santa Sede, así como de las embajadas ante el Vaticano, las órdenes y congregaciones religiosas, y otras instituciones dependientes de la Santa Sede.

El volumen fue presentado este viernes a Benedicto XVI por el cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone, en presencia del arzobispo Fernando Filoni, sustituto para los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado, y de quienes han colaborado en su redacción e impresión.

Con este motivo, la Oficina de Información de la Santa Sede ha publicado una nota en la que se explica que de 2005 a 2006 (últimos años contabilizados) los católicos en el mundo han pasado de 1.115 millones a 1.131 millones, un aumento del 1,4%.

En el año 1990, el número de los católicos era de 928.500.

La nota vaticana registra algunas novedades: en 2007 se crearon 8 nuevas sedes episcopales, 1 prefectura apostólica, 2 sedes metropolitanas y 1 vicariato apostólico. Asimismo, se nombraron 169 nuevos obispos.

Por lo que se refiere al número de sacerdotes, tanto diocesanos como religiosos, ha pasado de 406.411 en 2005 a 407.262 en 2006 (una variación del 0,21). Los presbíteros han ido aumentando progresivamente en el mundo entre 2000 y 2006.

Se da una disminución de la presencia de sacerdotes en Europa y en América y un aumento en África y de Asia.

Ha aumentado en un 0,9% el número de seminaristas mayores (estudiantes de filosofía y teología en los seminarios diocesanos o en los religiosos), siendo en total 115.480. De éstos, 24.034 se encuentran en África, 37.150 en América, 30.702 en Asia, 22.618 en Europa y 976 en Oceanía.

Predicador del Papa: La fe cristiana no es creer algo, sino en alguien

Comentario del padre Cantalamessa a la liturgia del próximo domingo


ROMA, viernes, 27 febrero 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la Liturgia de la Palabra del próximo domingo, IV de Cuaresma.

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IV Domingo de Cuaresma
I Samuel 16,1b.4a.6-7.10-13; Efesios 5,8-14; Juan 9, 1-41


El ciego de nacimiento

La curación del ciego de nacimiento nos toca de cerca, porque en cierto sentido todos somos... ciegos de nacimiento. El mundo mismo nació ciego. Según lo que nos dice hoy la ciencia, durante millones de años ha habido vida sobre la tierra, pero era una vida en estado ciego, no existía aún el ojo para ver, no existía la vista misma. El ojo, en su complejidad y perfección, es una de las funciones que se forman más lentamente. Esta situación se reproduce en parte en la vida de cada hombre. El niño nace, si bien no propiamente ciego, al menos incapaz todavía de distinguir el perfil de las cosas. Sólo después de semanas empieza a enfocarlas. Si el niño pudiera expresar lo que experimenta cuando empieza a ver claramente el rostro de su mamá, de las personas, de las cosas, los colores, ¡cuántos "oh" de maravilla se oirían! ¡Qué himno a la luz y a la vista! Ver es un milagro, sólo que no le prestamos atención porque estamos acostumbrados y lo damos por descontado. He aquí entonces que Dios a veces actúa de forma repentina, extraordinaria, a fin de sacudirnos de nuestro sopor y hacernos atentos. Es lo que hizo en la curación del ciego de nacimiento y de otros ciegos en el Evangelio.

¿Pero es sólo para esto que Jesús curó al ciego de nacimiento? En otro sentido hemos nacido ciegos. Hay otros ojos que deben aún abrirse al mundo, además de los físicos: ¡los ojos de la fe! Permiten vislumbrar otro mundo más allá del que vemos con los ojos del cuerpo: el mundo de Dios, de la vida eterna, el mundo del Evangelio, el mundo que no termina ni siquiera... con el fin del mundo.

Es lo que quiso recordarnos Jesús con la curación del ciego de nacimiento. Ante todo, Él envía al joven ciego a la piscina de Siloé. Con ello Jesús quería significar que estos ojos diferentes, los de la fe, empiezan a abrirse en el bautismo, cuando recibimos precisamente el don de la fe. Por eso en la antigüedad el bautismo se llamaba también «iluminación» y estar bautizados se decía «haber sido iluminados».

En nuestro caso no se trata de creer genéricamente en Dios, sino de creer en Cristo. El episodio sirve al evangelista para mostrarnos cómo se llega a una fe plena y madura en el Hijo de Dios. La recuperación de la vista para el ciego tiene lugar, de hecho, al mismo tiempo que su descubrimiento de quién es Jesús. Al principio, para el ciego, Jesús no es más que un hombre: «Ese hombre que se llama Jesús, hizo barro...». Más tarde, a la pregunta: «¿Y tú qué dices de él, ya que te ha abierto los ojos?», responde: «Que es un profeta». Ha dado un paso adelante; ha entendido que Jesús es un enviado de Dios, que habla y actúa en nombre de Él. Finalmente, encontrando de nuevo a Jesús, le grita: «¡Creo, Señor!», y se postra ante Él para adorarle, reconociéndole así abiertamente como su Señor y su Dios.

Al describirnos con tanto detalle todo esto, es como si el evangelista Juan nos invitara muy discretamente a plantearnos la cuestión: «Y yo, ¿en qué punto estoy de este camino? ¿Quién es Jesús de Nazaret para mí?». Que Jesús sea un hombre nadie lo niega. Que sea un profeta, un enviado de Dios, también se admite casi universalmente. Muchos se detienen aquí. Pero no es suficiente. Un musulmán, si es coherente con lo que halla escrito en el Corán, reconoce igualmente que Jesús es un profeta. Pero no por esto se considera un cristiano. El salto mediante el cual se pasa a ser cristianos en sentido propio es cuando se proclama, como el ciego de nacimiento, Jesús «Señor» y se le adora como Dios. La fe cristiana no es primariamente creer algo (que Dios existe, que hay un más allá...), sino creer en alguien. Jesús en el Evangelio no nos da una lista de cosas para creer; dice: «Creed en Dios; creed también en mí» (Jn 14,1). Para los cristianos creer es creer en Jesucristo.

[Traducción del original italiano realizada por Marta Lago]

La evangelización combate toda pobreza, asegura Benedicto XVI

Al recibir a los obispos de El Salvador


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 28 febrero 2008 (ZENIT.org).- La obra de evangelización, es decir, el anuncio del amor de Dios en Cristo, permite luchar contra las mismas causas de la pobreza, no sólo material sino también espiritual, considera Benedicto XVI.

Así lo explicó este jueves a los obispos de El Salvador, con quienes se reunió al concluir su quinquenal visita ad limina apostolorum.

Analizando la situación del país, el Papa reconoció que «frente a la pobreza de tantas personas, se siente como una necesidad ineludible la de mejorar las estructuras y condiciones económicas que permitan a todos llevar una vida digna».

«Pero no se ha de olvidar que el hombre no es un simple producto de las condiciones materiales o sociales en que vive», añadió.

«Necesita más --constató--, aspira a más de lo que la ciencia o cualquier iniciativa humana puede dar. Hay en él una inmensa sed de Dios».

«Los hombres anhelan a Dios en lo más íntimo de su corazón, y Él es el único que puede apagar su sed de plenitud y de vida, porque sólo Él nos puede dar la certeza de un amor incondicionado, de un amor más fuerte que la muerte».

«El hombre necesita a Dios, de lo contrario queda sin esperanza», aseguró, sintetizando una idea central de su última encíclica Spe salvi.

Por ello, aseguró el pontificio, «es preciso impulsar un ambicioso y audaz esfuerzo de evangelización en vuestras comunidades diocesanas, orientado a facilitar en todos los fieles ese encuentro íntimo con Cristo vivo que está a la base y en el origen del ser cristiano».

«Una pastoral, por tanto --recalcó--, que esté centrada en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste».

El obispo de Roma sugirió ayudar a los «laicos a que descubran cada vez más la riqueza espiritual de su bautismo, por el cual están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor, y que iluminará su compromiso de dar testimonio de Cristo en medio de la sociedad humana».

Para cumplir esta altísima vocación, aclaró, «necesitan estar bien enraizados en una intensa vida de oración, escuchar asidua y humildemente la Palabra de Dios y participar frecuentemente en los sacramentos, así como adquirir un fuerte sentido de pertenencia eclesial y una sólida formación doctrinal, especialmente en cuanto se refiere a la doctrina social de la Iglesia, donde encontrarán criterios y orientaciones claras para poder iluminar cristianamente la sociedad en la que viven».

En su discurso, el Papa hizo un reconocimiento de la obra de los primeros misioneros en El Salvador, así como de «pastores llenos de amor de Dios, como monseñor Óscar Arnulfo Romero», que ha tenido el país a lo largo de su historia cristiana.

En su misión el Papa mostró su cercanía a los obispos salvadoreños. «Os estrecho en mi corazón con un abrazo de paz, en el que incluyo a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos de vuestras Iglesias locales».

El Papa propone combatir y prevenir la violencia apoyando a la familia

Al recibir a los obispos de El Salvador


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 28 febrero 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI ha propuesto combatir y prevenir la violencia apoyando a la familia, al reunirse este jueves con los obispos de El Salvador.

En el encuentro que tuvo con los prelados, tras haberse reunido personalmente con ellos en los días pasados y de haber leídos sus informes, redactados con motivo de su quinquenal visita ad limina apostolorum, el Papa reconoció que la violencia es el problema más grave de esa nación.

En su discurso, en respuesta a las palabras que le había dirigido monseñor Fernando Sáez Lacalle, arzobispo de San Salvador y presidente de la Conferencia Episcopal, el Santo Padre constató cómo los corazones de los obispos «se conmueven al contemplar las graves necesidades del pueblo que os ha sido encomendado, y al que queréis servir con amor y dedicación».

«A causa de la situación de pobreza muchos se ven obligados a emigrar en busca de mejores condiciones de vida --denunció--, lo cual provoca a menudo consecuencias negativas para la estabilidad del matrimonio y de la familia».

Más de dos millones y medio de salvadoreños viven en los Estados Unidos.

El obispo de Roma reconoció también los esfuerzos que los obispos hacen «para promover la reconciliación y la paz en vuestro país, y superar así dolorosos acontecimientos del pasado».

Ahora bien, junto a los obispos, el Papa constató que el «problema de la violencia», puede considerarse «como el más grave en vuestra nación».

Analizando sus causas, mencionó que «el incremento de la violencia es consecuencia inmediata de otras lacras sociales más profundas, como la pobreza, la falta de educación, la progresiva pérdida de aquellos valores que han forjado desde siempre el alma salvadoreña y la disgregación familiar».

«En efecto --aseguró--, la familia es un bien indispensable para la Iglesia y la sociedad, así como un factor básico para construir la paz».

Por este motivo subrayó «la necesidad de revitalizar y fortalecer en todas las diócesis una adecuada y eficaz pastoral familiar, que ofrezca a los jóvenes una sólida formación espiritual y afectiva, que les ayude a descubrir la belleza del plan de Dios sobre el amor humano, y les permita vivir con coherencia los auténticos valores del matrimonio y de la familia, como la ternura y el respeto mutuo, el dominio de sí, la entrega total y la fidelidad constante».

El Salvador tiene seis millones y medio de habitantes, en un 80% católicos.

Segundo congreso latinoamericano de movimientos eclesiales y nuevas comunidades

BOGOTÁ, jueves, 28 febrero 2008 (ZENIT.org-El Observador).- Organizado por el Departamento de Comunión Eclesial y Diálogo del el Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM) comienza este jueves Segundo Congreso de Movimientos Eclesiales y Nuevas Comunidades en América Latina y El Caribe.

Convocado, a través del responsable de la Sección de Movimientos Eclesiales y Nuevas Comunidades del CELAM, monseñor José Francisco Ulloa Rojas, obispos responsables de las Conferencias Episcopales de la Comisión de Movimientos, sacerdotes y un grupo de delegados de 35 movimientos de América Latina y el Caribe, se reúnen hasta el 2 de marzo, en la Casa de Encuentros San Pedro Claver, de la Ciudad de Bogotá, Colombia.

En el evento participan el Pontificio Consejo para los Laicos y la Comisión para América Latina, así como miembros del CELAM, con la idea de fondo de dar seguimiento a estas nuevas realidades en Latinoamérica y El Caribe, donde se han desarrollado de muy diversas formas, dando un dinamismo inusitado a la Iglesia católica del subcontinente.

El lema del encuentro: «Movimientos eclesiales y nuevas comunidades, discípulos y misioneros de Jesús, luz del mundo», apunta precisamente a profundizar sobre el ser y quehacer del discípulo misionero, llamado a ser luz del mundo, según las conclusiones de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, celebrada en mayo pasado en Aparecida (Brasil).

Durante el desarrollo del congreso se tocarán tres temas fundamentales: «El acontecimiento de Aparecida y los movimientos eclesiales» por Guzmán Carriquiry Lecour, subsecretario del Pontificio Consejo para los Laicos; «Presentación del proceso de la Misión Continental», por monseñor Miguel Cabrejos Vidarte O.F.M, presidente del Departamento de Misión y Espiritualidad del CELAM, presidente de la Conferencia Episcopal Peruana, e «Itinerario pedagógico para formar discípulos misioneros, según el "Documento Aparecida" en los movimientos», guiado por monseñor Filippo Santoro, obispo de Petrópolis (Brasil).

Además, un grupo de panelistas especializados abordará el tema «Misión Continental, participación e integración de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades» en el que se pretende adecuar los lineamientos del "Documento de Aparecida" con la misión continental que persigue el CELAM, que es hacer del continente de la esperanza, el del amor, de la justicia y de la paz.

Tomado el Palacio Arzobispal de Caracas por grupos favorables a Chávez

El cardenal Urosa pide que cese la escalada de violencia


CARACAS, jueves, 28 febrero 2008 (ZENIT.org).- Militantes políticos tomaron el 27 de febrero de manera violenta el Palacio Arzobispal de Caracas y desalojaron al personal que trabaja allí. El cardenal Urosa pidió que cese la escalada de violencia.

Entre los asaltantes, algunos tenían el rostro cubierto con capuchas y con imágenes del Che Guevara. El grupo oficialista leyó un comunicado en el que reivindicó el «poder del pueblo soberano». La acción obligó a salir a parte de las personas que trabajan en el despacho del cardenal y arzobispo Jorge Urosa. La Policía Metropolitana acudió al lugar para atender la situación.

El cardenal Jorge Urosa, arzobispo de Caracas, rechazó la ocupación del arzobispado por un grupo radical, que se declararon favorables al presidente del país, Hugo Chávez, y afirmó que es responsabilidad del Gobierno evitar que se repitan actos de violencia como ése.

«Esta escalada de violencia debe cesar, y eso le corresponde al Gobierno. Todos los sectores debemos contribuir a que haya paz armonía, concordia. Las diferencias se dilucidan con diálogo y en democracia», declaró el cardenal al canal privado Globovisión.

El purpurado lamentó que ninguna autoridad atendiera sus llamadas telefónicas para denunciar la invasión de la sede arzobispal, y exigió «respeto para la Iglesia, para los que trabajan conmigo, para mi persona y para los sacerdotes».

El cardenal vinculó la acción de ayer con «ataques» de algunas personalidades gubernamentales a las posiciones adoptadas por la jerarquía católica en algunos asuntos de interés nacional.

La ocupación del arzobispado coincidió en ese mismo día con la celebración por parte de los sectores pro gubernamentales del aniversario del Caracazo, que comenzó el 27 de febrero de 1989 contra el Gobierno del entonces presidente Carlos Andrés Pérez. Aquel levantamiento popular anárquico, con saqueos indiscriminados principalmente en Caracas y que fue sofocado por los militares, es considerado por los partidarios de Chávez como el precursor de la revolución bolivariana.


En el Caracazo, cuyos actos violentos se extendieron por una semana, hubo centenares de muertos, aunque la cifra exacta nunca se hizo pública.

Los representantes de quienes tomaron el Palacio Arzobispal leyeron un comunicado donde rechazaron la actitud de la jerarquía católica en abril de 2002, se quejaron por el hecho de que se haya refugiado en la Nunciatura Apostólica Nixon Moreno, un politólogo asilado en dicha sede. También rechazaron las acciones de la empresa Exxon Mobil y llamaron a los estudiantes bolivarianos a la unidad. Pidieron que se realice un referendo contra la señal abierta de Globovisión.

Cardenal Cordes: La caridad es mostrar el amor de Dios por cada hombre y mujer

Entrevista con el presidente del Consejo Pontificio «Cor Unum»


CIUDAD DEL VATICANO, jueves, 28 febrero 2008 (ZENIT.org).- ¿Qué diferencia a los cristianos de los no cristianos en las obras de ayuda a los necesitados? El cardenal Paul Josef Cordes, presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, no tiene duda: la caridad para el cristiano es mostrar el amor de Dios por cada hombre y mujer.

Nacido en Kirchhundem, Alemania, en 1934, el purpurado preside el organismo vaticano que coordina las iniciativas de las instituciones católicas de ayuda en todo el mundo. Su dicasterio distribuye también los gestos de caridad del Papa hacia las poblaciones golpeadas por catástrofes naturales o guerras.

Cuando era obispo auxiliar de Paderborn, Cordes pudo conocer personalmente al cardenal Karol Wojtyla, que le llamó a Roma una vez elegido Papa para nombrarlo primero vicepresidente del Consejo Pontificio para los Laicos, y luego presidente de Cor Unum. Como colaborador de Juan Pablo II, pudo además trabajar junto al cardenal Joseph Ratzinger.

Lo revela en esta entrevista concedida a Zenit.

--El santo Padre le ha confiado la misión de ser presidente del Consejo Pontificio Cor Unum, que se ocupa de coordinar el espíritu de caridad y la obra de las instituciones caritativas de la Iglesia. ¿Qué es lo más importante de su trabajo?

--Cardenal Cordes: Tras la encíclica Deus Caritas Est del Papa Benedicto XVI, vemos por una parte la necesidad de empeñarnos con fuerza en hacer el bien a la gente, para mostrar la bondad de Dios, sobre todo, ante la miseria y de ser sensibles a aquello que necesita la gente; y por otra, constatamos también la necesidad de unir este empeño con el Evangelio.

Jesucristo hizo siempre el bien en relación a la proclamación de la Palabra y la historia de la redacción de la encíclica demuestra que el Papa lo subraya mucho. La primera parte habla extensamente de la importancia de Dios para el hombre y yo pienso que la Iglesia, o los cristianos, tienen esta tarea específica. Hay muchas iniciativas de ayuda: tenemos la Cruz Roja, tenemos las diversas instituciones de las Naciones Unidas, las agencias filantrópicas. Y todo esto es muy bueno. Pero si analizamos lo específico del cristiano nos damos cuenta de que va más allá de la miseria humana. Con frecuencia, la ayuda material no basta, si la gente se encuentra en una dificultad tal que no se le puede ayudar ya con el pan, o con el techo, o con las medicinas. ¿Qué ofrecer a un moribundo, a una mujer que ha perdido a sus hijos en un terremoto? Nos queda todavía dar consuelo, hablando de Dios que nos ha preparado la vida eterna. Este mensaje es muy importante y nosotros, los fieles, lo debemos salvaguardar.

--Dada la vastedad de la Iglesia católica, ¿cómo lograr transmitir este espíritu? ¿Tienen iniciativas para incluir la dimensión de la fe en la ayuda ofrecida por las diferentes organizaciones católicas en el mundo?

--Cardenal Cordes: Ahora estamos haciendo una gira por las conferencias episcopales. He estado en diversos países: Rusia, Polonia, Austria, España, he ido a la India; se trata de señalar a los obispos esta voluntad del Papa y de subrayar la dimensión espiritual de la ayuda. Aprovechamos también las visitas ad limina que hacen al Papa y a sus colaboradores. Organizamos un congreso importante cuando se publicó la encíclica Deus Caritas Est, y todo esto nos ayuda.

Ahora tenemos una nueva idea, algo original quizá y que podría crear un poco de sorpresa. Hemos programado un gran retiro espiritual para los responsables de las actividades caritativas de las diócesis, es decir el presidente, los directores. Y queremos empezar por América del Norte y América del Sur.

Es un paso nuevo. Se podría uno preguntar para qué sirve esto concretamente. Pero en un mundo tan pragmático, a menudo incluso superficial, apresurado y poco sensible, debemos redescubrir las raíces, poner nuestro corazón en escucha y percibir la fuerza de la Palabra de Dios. Hemos invitado al padre Raniero Cantalamessa, que es el predicador de la Casa Pontificia y un gran orador, dotado de mucha experiencia. Hemos convocado, a principios de junio de este año, este retiro espiritual en Guadalajara, México. Hemos elegido un lugar que está en el centro de las dos Américas, aunque acercándonos un poco al sur hemos escogido a México.

--Usted ha sido nombrado cardenal por Benedicto XVI. Tras una vida de fidelidad a la Iglesia, uno se pregunta cómo ha nacido su vocación a seguir a Cristo desde que era joven.

--Cardenal Cordes: Sí, tengo una larga historia, es verdad. Mis padres tenían un cine, un restaurante y un hotel. Nací, por tanto, en un ambiente no muy protegido, digamos muy normal. Quizá mi familia se sorprendió un poco cuando quise empezar el estudio de la Teología para ser sacerdote. Pero, detrás de todo esto, estaba la oración intensa de una religiosa, que estaba en mi pequeña ciudad, y que siempre rezó para que el Señor me hiciera sacerdote. Pero sin hablar nunca conmigo de esto. No me preguntó nunca si lo quería. Y cuando oí esto la primera vez, no estaba para nada contento. Fui a verla y la regañé un poco, porque me había creado muchos problemas, porque la decisión no fue fácil. Y ella sonreía, se reía de mí. Y desde aquel momento hicimos un pacto y cada vez que he tenido algo difícil que hacer le he escrito pidiendo sus oraciones. Estoy convencido que ha sido la oración de esta religiosa la que lanzó mi vocación.

--Luego en su vocación ha sido sacerdote y obispo y ha conocido al cardenal Karol Wojtyla. ¿Cuándo se encontraron por primera vez? ¿Cómo fue su relación?

--Cardenal Cordes: Ya durante el Concilio Vaticano II hubo un intercambio de cartas entre el episcopado polaco y alemán a causa de la guerra, para hacer paz, para favorecer la reconciliación también entre los dos pueblos. Por otra parte, los católicos de Polonia estaban impedidos por su gobierno comunista para intensificar estos contactos con el gobierno alemán que era libre, otros decían capitalista, y las relaciones eran difíciles.

En 1978, por primera vez vino una delegación oficial del episcopado polaco a Alemania. Pero a decir verdad no era una comisión del episcopado, era el cardenal Stefan Wyszynski, el gran primado de Polonia, y con él estaban algunos obispos aparentemente menos importantes, de los cuales no se conocía ni siquiera el nombre.

Bien, yo había trabajado en la oficina de la Conferencia Episcopal y en el último momento me llamó el secretario de la Conferencia diciéndome: «Hemos olvidado una cosa importante. Para tal visita haría falta alguien que acompañe siempre a esta delegación». Yo era un joven obispo y así me pidieron acompañar al grupo. El cardenal Wyszynski iba siempre en el primer coche, con el obispo del lugar, y en el segundo coche conmigo estaba el cardenal Wojtyla, que casi nadie conocía. Y así estuvimos algunos días juntos. Hablamos. El cardenal era muy discreto, muy atento.

En los encuentros con la gente, cuando la cosa se hacía difícil, el cardenal Wyszynski decía a su compañero, el cardenal Wojtyla: «Ahora habla tú, tú hablas mejor en alemán». Yo estaba muy impresionado por este hombre y cuando volví a mi diócesis, a Padernborn, me encontré con un sacerdote y él decía: «Wyszynski es una gran persona, ha hecho las cosas muy bien», yo espontáneamente le respondí: «Wyszynski es bueno, pero Wojtyla es mejor». Fue mi comentario.

Luego, cuando fue elegido Papa, Juan Pablo II me llamó para que viniera a Roma, para asumir el trabajo en la Curia. Acepté con gusto también porque quería ayudar a este personaje auténtico, un hombre de oración, y simpático. Sin conocer una palabra de italiano me vine a Roma.

--Y luego en Roma tuvo la oportunidad de conocer al cardenal Joseph Ratzinger, que ahora es nuestro Santo Padre Benedicto XVI, aunque quizá lo conocía ya de antes...

--Cardenal Cordes: Lo conocí cuando era todavía profesor, al inicio del Vaticano II, quizá en 1963, no recuerdo. Dio una conferencia y me sorprendían sus respuestas a las preguntas de los estudiantes, pues eran siempre exhaustivas. Sus respuestas parecían casi una pequeña conferencia sobre un tema. Cuando uno de nosotros los seminaristas preguntaba, el tenía siete u ocho argumentos. Y yo me preguntaba: «Pero este hombre sabía ya esta pregunta por anticipado; ¿cómo encuentra una respuesta tan articulada?». Esta fue mi primera impresión. Luego lo encontré aquí y allá en varias ocasiones.

Cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nos vimos a menudo porque yo era consultor. Luego tomé un apartamento en el edificio de la sede de la Congregación, y cuando él dejaba el despacho a menudo volvía a casa. Así, encontrándonos frecuentemente, hablábamos. Cuando tenía problemas sobre una cosa le pedía consejo; era verdaderamente muy amigable nuestra relación. Me regaló muchos de sus libros con una dedicatoria. Ciertamente era una relación muy bonita. Y claro, cuando lo eligieron Papa yo me puse contentísimo.

--Pero me imagino que en cierto sentido ya no se da esa cercanía de antes, pues como Papa tiene mil compromisos. Ya no le tiene como su vecino...

--Cardenal Cordes: A menudo la gente me dice: «¡Salude al Papa de mi parte!». Saludar al Papa para mí ahora es difícil y, por tanto, saludo a su ángel de la guarda. Por una parte, la relación es más complicada, veo que tiene un peso tan grande, que inicialmente había rechazado la idea de ser Papa. Ahora tiene que protegerse, usar bien su tiempo. Por esto, los contactos son más difíciles. Pero yo a menudo pienso en él también en la oración, porque él no se avergüenza de pedir oraciones. Así la relación existe, aunque sin la expresión humana que tenía antes.

Alguna vez me ha invitado a comer con él. Es un gran placer. Es un hombre muy sencillo, no hace grandes ceremonias, no muestra que es Papa. Una vez, cuando le llevé un libro mío, quité el envoltorio delante de él porque tenía miedo de que no mirara el contenido del paquete. Estaba confundido porque él mismo se levantó de la silla y quería tirar el papel él mismo a la papelera. Es un hombre grande en la sencillez, más bien en la humildad.

Por Jesús Colina, traducido del italiano por Nieves San Martín

Polonia: publicado un sondeo sobre la práctica de la confesión

Promovido por el semanal católico «Niedziela»


CZESTOCHOWA, jueves, 28 febrero 2008 (ZENIT.org).- «Niedziela», el semanal católico más difundido en Polonia, ha publicado en su última edición un sondeo sobre la práctica del sacramento de la confesión en el país natal de Karol Wojtyla.

El sondeo fue preparado por el Instituto de Estadística de la Iglesia Católica bajo la dirección del padre Witold Zdaniewicz, y por encargo del semanal «Niedziela».

Según el sondeo, el 51,7% de los católicos en Polonia practica la confesión algunas veces al año, el 46,5% lo hace cada mes y sólo el 1,7% se confiesa una vez al año.

Sobre la importancia de este sacramento para la vida cotidiana de los católicos en Polonia, el estudio revela que, para el 85,9%, la confesión lleva consigo el cambio de la vida espiritual; para el 53,8% esta ayuda a cambiar y a profundizar las relaciones en familia; mientras que para el 53,6% ayuda a perdonar.

Según los católicos polacos, el papel del sacerdote en el confesionario es el de: testigo de la Misericordia Divina (55,7%), director espiritual que comprende nuestra vida (47,4%), juez que da la penitencia (9%) y médico espiritual (34,7%).

Al presentar el sondeo, el redactor jefe de «Niedziela», monseñor Ireneusz Skubi dijo que la Cuaresma es una buena ocasión para reflexionar sobre nuestra vida y sobre nuestra religiosidad, sobre todo sobre la práctica del sacramento del perdón.

Traducido del italiano por Nieves San Martín

México celebra este domingo el Día de la Familia

TEHUACÁN, miércoles, 27 febrero 2008 (ZENIT.org-El Observador).- El próximo domingo 2 de marzo se celebra en México el Día de la Familia; una jornada instituida por la iniciativa privada del país y apoyada por la Iglesia católica.

Por este motivo, el obispo de Tehuacán y encargado de la Dimensión de la Familia en la Conferencia del Episcopado Mexicano, monseñor Rodrigo Aguilar Martínez, ha emitido un mensaje en el que recuerda las palabras del Papa Benedicto XVI en el sentido de que la familia «es uno de los tesoros más importantes de los pueblos latinoamericanos».

«Con todo y que nuestras familias tengan muchas carencias y conflictos, me uno a esta valoración de que nuestras familias constituyen uno de los tesoros más importantes de nuestros pueblos», ha escrito el obispo Aguilar Martínez.

Más adelante, en su comunicado por el Día de la Familia advierte que se trata de una ocasión muy favorable para reconocer, cuidar e incrementar ese tesoro. «Contemplemos con amor quiénes integran nuestra familia. Veamos la lista de cualidades de cada uno, sumemos la lista de valores en la atmósfera familiar», subraya en su mensaje el prelado mexicano.

«Tal vez hemos estado ciegos --como narra el Evangelio dominical, en el capítulo 9 de san Juan- y Jesús nos concede ver ese tesoro familiar que teníamos enterrado: hecho de bondad, sencillez, austeridad, abnegación, perseverancia, solidaridad, con ejemplos de ternura, sonrisa, de momentos de oración, unidos a Cristo Jesús y a la Virgen María de Guadalupe», escribe monseñor Aguilar Martínez en la parte medular de su reflexión sobre el Día de la Familia.

«Pero, como narra también el Evangelio dominical, agrega el obispo de Tehuacán, a pesar del milagro de Jesús, o precisamente por eso, habrá quienes nos quieran confundir y terminen por echarnos fuera de su círculo».

Y termina diciendo el encargado de la Familia por parte de los obispos mexicanos: «Entonces Jesús nos encuentra y nos pregunta: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?". Y nos deja la libertad de responder, y también añade: "Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos"».

La Palabra de hoy Viernes 29 de Febrero del 200 8



Lectio Divina
Viernes 29 de Febrero del 2008
Ciclo "A": Lecturas - Año Par  |   III Semana del Tiempo de Cuaresma
Feria    |  Color: Morado
Liturgia de las Horas: T. II  |  III Semana del Salterio Lecturas: Marcos 12, 28-34 ; Salmo 80

Primera Lectura

Oseas 14, 2-10

Esto dice el Señor Dios:
"Israel, conviértete al Señor, Dios tuyo,
pues tu maldad te ha hecho sucumbir.
Arrepiéntanse y acérquense al Señor para decirle:
''Perdona todas nuestras maldades,
acepta nuestro arrepentimiento sincero,
que solemnemente te prometemos.

Ya no nos salvará Asiria,
ya no confiaremos en nuestro ejército,
ni volveremos a llamar "dios nuestro"
a las obras de nuestras manos,
pues sólo en ti encuentra piedad el huérfano''.

Yo curaré sus infidelidades, dice el Señor,
los amaré aunque no lo merezcan,
porque mi cólera se ha apartado de ellos.
Seré para Israel como rocío;
mi pueblo florecerá como el lirio,
hundirá profundamente sus raíces, como el álamo,
y sus renuevos se propagarán;
su esplendor será como el del olivo
y tendrá la fragancia de los cedros del Líbano.

Volverán a vivir bajo mi sombra,
cultivarán los trigales y las viñas,
que serán tan famosas como las del Líbano.
Ya nada tendrá que ver Efraín con los ídolos.

Yo te he castigado, pero yo también te voy a restaurar,
pues soy como un ciprés, siempre verde,
y gracias a mí, tú das frutos.

Quien sea sabio, que comprenda estas cosas
y quien sea prudente, que las conozca.
Los mandamientos del Señor son rectos
y los justos los cumplen;
los pecadores, en cambio, tropiezan en ellos y fracasan".

 

+ Meditatio

Una da las cosas que más impresionan en este pasaje es la ternura de Dios para el pecador. Quizás algo que todavía debamos cambiar en nuestro corazón es nuestro concepto de Dios y de su amor infinito. Muchos de nosotros nos pareceríamos al hijo pródigo de la parábola contada por Jesús, el cual mientras caminaba de regreso al Padre todavía iba preparando su "excusa" o su defensa. El final de la parábola nos muestra que no necesitamos defensa ni excusa con Dios, pues Dios es un Padre tierno y amoroso que nos ama INCONDICIONALMENTE. Nos ama por lo que somos; SUS HIJOS y no por lo que hayamos o no hecho.

Aprovechemos los momentos cuaresmales para recibir el amor y el perdón incondicional de Dios, a través del Sacramento de la Reconciliación y déjate abrazar por él.

+ Oratio

Señor, me asombra tu amor y tu misericordia; gracias por perdonar todas mi maldades, por aceptar mi arrepentimiento sincero y porque cada vez, a pesar de que caigo y no cumplo mi palabra, tú has aceptado nuevamente mi promesa de volverme a ti. Cura, Dios mío, mis infidelidades, gracias por amarme aunque no lo que merezco; sé para mí como el rocío matinal, hazme florecer con la belleza y la dulzura de una nueva vida en Ti, una vida en donde permanezca bajo tu sombra, en donde pueda olvidarme de los ídolos por lo que tantas veces te he abandonado; restáurame, Señor, pues solo es por ti que yo puedo dar frutos. Dame la sabiduría necesaria para entender la justicia de tus mandamientos y la vida que de ellos procede, que no tropiece yo, Señor, y me extravíe de tu mano.

+ Operatio

En este día repasaré los mandamientos del Señor y confrontaré mi vida con ellos. Haré énfasis en los mandamientos que más he incumplido o pasado por alto y me haré consciente de cómo han afectado mi persona y la de los que me rodean.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro

 



miércoles, 27 de febrero de 2008

La Palabra de hoy Miércoles 27 de Febrero del 2008



Lectio Divina
Miércoles 27 de Febrero del 2008
Ciclo "A": Lecturas - Año Par  |   III Semana del Tiempo de Cuaresma
Feria    |  Color: Morado
Liturgia de las Horas: T. II  |  III Semana del Salterio Lecturas: Mateo 5, 17-19 ; Salmo 147

Primera Lectura

Deuteronomio 4, 1. 5-9

En aquellos días, habló Moisés al pueblo, diciendo: "Ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongan en práctica y puedan así vivir y entrar a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de sus padres, les va a dar.

Yo les enseño mandatos y preceptos, como me ordena el Señor, mi Dios, para que se ajusten a ellos en la tierra en que van a entrar y que van a tomar en posesión. Guárdenlos y cúmplanlos, porque ellos son su sabiduría y su prudencia a los ojos de los pueblos. Cuando tengan noticia de todos estos preceptos, se dirán: 'En verdad es pueblo sabio y prudente esta gran nación'. Porque, ¿cuál otra nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos como lo está nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Cuál es la gran nación cuyos mandatos y preceptos sean tan justos como toda esta ley que ahora les doy?

Pero ten cuidado y atiende bien: No vayas a olvidarte de estos hechos que tus ojos han visto, ni dejes que se aparten de tu corazón en todos los días de tu vida; al contrario, transmíteselos a tus hijos y a los hijos de tus hijos".

 

+ Meditatio

Si nos preguntásemos por qué vivimos en un mundo tan corrupto, lleno de injusticia, infidelidad, violencia, etc., quizás la respuesta sería: porque nos hemos olvidado de transmitir a nuestros hijos la verdad y la fe. Es triste que muchos de nosotros, la única instrucción que hemos tenido sobre la fe ha sido la catequesis apresurada para hacer la Primera Comunión. En muchas de nuestras casas nunca se habla de Dios, de sus mandamientos, de los valores y fundamentos del Evangelio. El autor del Deuteronomio, ya le advertía al pueblo de Israel: "No olvides ni dejes que se aparten de tu corazón estos mandamientos... sino transmítelos a tus hijos". Cuando el hombre se aleja de Dios y de sus mandamientos, todo se convierte en relativismo.

Démonos tiempo para compartir en nuestra casa la oración y la fe.

+ Oratio

Gracias Señor por tu Palabra, gracias porque tengo la oportunidad de escucharte a través de ella y recibir tu instrucción, mandatos, consejos y conocer tu voz.

Te pido perdón porque no me acerco a ella el tiempo que debería, porque aunque a veces la oigo, muchas veces no la escucho ni pongo en práctica lo que me dices en ella.

Especialmente te pido perdón porque no la transmito adecuadamente a mi familia, porque sea por mis palabras o testimonio no he sido lo suficientemente eficaz para despertar en ellos el interés por buscarte y vivir en ti.

Dame tu gracia, pon tus palabras en mi boca y que la unción de tu Espíritu me acompañe, para que así todos los de mi casa puedan experimentar el maravilloso amor que tienes por nosotros.

+ Operatio

En este día buscaré la oportunidad y compartir´ de una manera agradable algo bueno de lo que la Palabra de Dios me deja día con día.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro

 

martes, 26 de febrero de 2008

La Palabra de hoy Martes 26 de Febrero del 2008



Lectio Divina
Martes 26 de Febrero del 2008
Ciclo "A": Lecturas - Año Par  |   III Semana del Tiempo de Cuaresma
Feria    |  Color: Morado
Liturgia de las Horas: T. II  |  III Semana del Salterio Lecturas: Mateo 18, 21-35 ; Salmo 24

Primera Lectura

Daniel 3, 25. 34-43

En aquel tiempo, Azarías oró al Señor, diciendo:
"Señor, Dios nuestro, no nos abandones nunca;
por el honor de tu nombre no rompas tu alianza;
no apartes de nosotros tu misericordia,
por Abraham, tu amigo,
por Isaac, tu siervo,
por Jacob, tu santo,
a quienes prometiste multiplicar su descendencia,
como las estrellas del cielo y las arenas de la playa.

Pero ahora, Señor, nos vemos empequeñecidos
frente a los demás pueblos
y estamos humillados por toda la tierra,
a causa de nuestros pecados.
Ahora no tenemos príncipe ni jefe ni profeta;
ni holocausto ni sacrificio ni ofrenda ni incienso;
ni lugar donde ofrecerte las primicias y alcanzar misericordia.
Por eso, acepta nuestro corazón adolorido
y nuestro espíritu humillado,
como un sacrificio de carneros y toros,
como un millar de corderos cebados.
Que ése sea hoy nuestro sacrificio
y que sea perfecto en tu presencia,
porque los que en ti confían no quedan defraudados.

Ahora te seguiremos de todo corazón;
te respetamos y queremos encontrarte;
no nos dejes defraudados.
Trátanos según tu clemencia
y tu abundante misericordia.
Sálvanos con tus prodigios
y da gloria a tu nombre".

 

+ Meditatio

Para que podamos decir que se ha iniciado un proceso serio de conversión, es necesario que además del arrepentimiento, parte fundamental de esta, se pongan las bases para iniciar una nueva vida, una vida vivida en el Espíritu. En este pasaje vemos no sólo el arrepentimiento de Israel, sino el hecho de que ahora quieren "seguir, respetar y encontrar" al Señor. Pensemos en cuántas veces nos hemos confesado, sólo para salir del paso, sólo porque la ley lo manda, sólo para cumplir. En estas ocasiones hemos "expresado" nuestro pecado, pero: ¿Cuántas veces nos hemos arrepentido profundamente de manera que ya al ir ante el sacerdote nos hayamos propuesto cambiar? Y cambiar significa modificar lo que nos lleva al pecado y no sólo propósitos que la mayoría de las veces quedan en eso: "buenos propósitos".

Haz de esta Cuaresma una verdadera experiencia de conversión.

+ Oratio

Señor, me acerco a ti con un corazón abierto, con sencillez y humildad, y con esta actitud reconozco delante de tu presencia que mucho tiempo de mi vida he permanecido lejos del camino que hiciste para mí. Reconozco que los males que me han ocurrido son en buena medida porque he estado alejado de tu plan amoroso. Hoy te pido que, más que cualquier sacrificio, recibas mi corazón adolorido y mi espíritu humillado y arrepentido; confío en ti Señor y sé que no quedaré defraudado.<br><br>

Ahora te prometo, Dios mío, seguirte de todo corazón, respetarte y poner todo lo que esté de mi parte para encontrarte en cada situación de mi vida. Trátame según tu clemencia y abundante misericordia, sálvame con tus prodigios y da así gloria a tu Nombre que es bendito por los siglos de los siglos. Amén.

+ Operatio

Hoy haré un examen de conciencia profundo y honesto, y programaré mi siguiente confesión para antes de que termine este mes.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro

 

lunes, 25 de febrero de 2008

La Palabra de hoy Lunes 25 de Febrero del 2008



Lectio Divina
Lunes 25 de Febrero del 2008
Ciclo "A": Lecturas - Año Par  |   III Semana del Tiempo de Cuaresma
Feria    |  Color: Morado
Liturgia de las Horas: T. II  |  III Semana del Salterio Lecturas: Lucas 4, 24-30 ; Salmo 41

Primera Lectura

2 Reyes 5, 1-15

En aquellos días, Naamán, general del ejército de Siria, gozaba de la estima y del favor de su rey, pues por su medio había dado el Señor la victoria a Siria. Pero este gran guerrero era leproso.

Sucedió que una banda de sirios, en una de sus correrías, trajo cautiva a una jovencita, que pasó luego al servicio de la mujer de Naamán. Ella le dijo a su señora: "Si mi señor fuera a ver al profeta que hay en Samaria, ciertamente él lo curaría de su lepra".

Entonces fue Naamán a contarle al rey, su señor: "Esto y esto dice la muchacha israelita". El rey de Siria le respondió: "Anda, pues, que yo te daré una carta para el rey de Israel". Naamán se puso en camino, llevando de regalo diez barras de plata, seis mil monedas de oro, diez vestidos nuevos y una carta para el rey de Israel que decía: "Al recibir ésta, sabrás que te envío a mi siervo Naamán, para que lo cures de la lepra".

Cuando el rey de Israel leyó la carta, rasgó sus vestiduras exclamando: "¿Soy yo acaso Dios, capaz de dar vida o muerte, para que éste me pida que cure a un hombre de su lepra? Es evidente que lo que anda buscando es un pretexto para hacerme la guerra".

Cuando Eliseo, el hombre de Dios, se enteró de que el rey había rasgado sus vestiduras, le envió este recado: "¿Por qué rasgaste tus vestiduras? Envíamelo y sabrá que hay un profeta en Israel". Llegó, pues, Naamán con sus caballos y su carroza, y se detuvo a la puerta de la casa de Eliseo. Este le mandó decir con un mensajero: "Ve y báñate siete veces en el río Jordán, y tu carne quedará limpia". Naamán se alejó enojado, diciendo: "Yo había pensado que saldría en persona a mi encuentro y que, invocando el nombre del Señor, su Dios, pasaría la mano sobre la parte enferma y me curaría de la lepra. ¿Acaso los ríos de Damasco, como el Abaná y el Farfar, no valen más que todas las aguas de Israel? ¿No podría bañarme en ellos y quedar limpio?" Dio media vuelta y ya se marchaba, furioso, cuando sus criados se acercaron a él y le dijeron: "Padre mío, si el profeta te hubiera mandado una cosa muy difícil, ciertamente la habrías hecho; cuanto más, si sólo te dijo que te bañaras y quedarías sano".

Entonces Naamán bajó, se bañó siete veces en el Jordán, como le había dicho el hombre de Dios, y su carne quedó limpia como la de un niño. Volvió con su comitiva a donde estaba el hombre de Dios y se le presentó, diciendo: "Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel".

 

+ Meditatio

En este pasaje, es claro lo que significa tener fe y el apoyo de la comunidad. Fe es obedecer, aunque lo que se nos pida parezca una tontería, algo fuera de sentido. Naamán pensó que era una tontería lo que Eliseo le pedía y ya había decidido marcharse enfermo. Sin embargo, sus siervos (que podríamos identificar con la comunidad), lo convencieron de que hiciera lo que se le pedía. Resultado: quedó sano. En ocasiones nos encontramos con hermanos para los cuales la voluntad de Dios en ese momento resulta difícil de aceptar; decisiones que resultan ilógicas. Es entonces cuando la fe alcanza su valor máximo, y es cuando nosotros podemos ser el instrumento para ayudar a quien duda a continuar adelante y así llevarlo a hacer la voluntad de Dios.

Recuerda que la vida del Evangelio está llena de proposiciones que nos parecerían ilógicas (Para vivir hay que morir, por ejemplo), pero es en la obediencia de estas en donde encontramos la felicidad. Déjate conducir por Dios.

+ Oratio

Señor, te pido que me enseñes a obedecerte de un modo total, a no cuestionar lo que me pides, sino simplemente dejarme llevar por tu mano y tu instrucción.

Además Señor, ayúdame a ser lo suficientemente humilde para escuchar tu voz en todas las personas y circunstancias; que cuando alguien me dé un consejo o me instruya sobre algo, no mire su condición, sino que yo sea sensible a tu inspiración para discernir si ello viene de ti y así obrar en consecuencia.

Por último Señor, rodéame de una comunidad de personas que te busquen y que sepan aconsejarme cuando yo sea rebelde y de ese modo puedas rescatarme y sanarme. Yo abriré mi boca y diré como aquel hombre: "No hay Dios más que tú".

+ Operatio

En este día estaré muy atento para descubrir la voz de Dios en mis semejantes; y en cuanto la descubra obedeceré sin pretextos.

Permite que el amor de Dios llene hoy tu vida. Ábrele tu corazón.

Como María, todo por Jesús y para Jesús.

Pbro. Ernesto María Caro