sábado, 19 de julio de 2008

Discurso de Benedicto XVI durante la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud

SYDNEY, sábado, 19 julio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI durante la vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud que presidió en la noche del sábado en el hipódromo de Randwick.

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Queridos jóvenes

Una vez más, en esta tarde hemos oído la gran promesa de Cristo, «cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza», y hemos escuchado su mandato: «seréis mis testigos... hasta los confines del mundo» (Hch 1, 8). Éstas fueron las últimas palabras que Cristo pronunció antes de su ascensión al cielo. Lo que los Apóstoles sintieron al oírlas sólo podemos imaginarlo. Pero sabemos que su amor profundo por Jesús y la confianza en su palabra los impulsó a reunirse y esperar en la sala de arriba, pero no una espera sin un sentido, sino juntos, unidos en la oración, con las mujeres y con María (cf. Hch 1, 14). Esta tarde nosotros hacemos lo mismo. Reunidos delante de nuestra Cruz, que tanto ha viajado, y del icono de María, rezamos bajo el esplendor celeste de la constelación de la Cruz del Sur. Esta tarde rezo por vosotros y por los jóvenes de todo el mundo. Dejaos inspirar por el ejemplo de vuestros Patronos. Acoged en vuestro corazón y en vuestra mente los siete dones del Espíritu Santo. Reconoced y creed en el poder del Espíritu Santo en vuestra vida.

El otro día hablábamos de la unidad y de la armonía de la creación de Dios y de nuestro lugar en ella. Hemos recordado cómo nosotros, que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, mediante el gran don del Bautismo nos hemos convertido en hijos adoptivos de Dios, nuevas criaturas. Y precisamente como hijos de la luz de Cristo, simbolizada por las velas encendidas que tenéis en vuestras manos, damos testimonio en nuestro mundo del esplendor que ninguna tiniebla podrá vencer (cf. Jn 1, 5).

Esta tarde ponemos nuestra atención sobre el «cómo» llegar a ser testigos. Tenemos necesidad de conocer la persona del Espíritu Santo y su presencia vivificante en nuestra vida. No es fácil. En efecto, la diversidad de imágenes que encontramos en la Escritura sobre el Espíritu -viento, fuego, soplo- ponen de manifiesto lo difícil que nos resulta tener una comprensión clara de él. Y, sin embargo, sabemos que el Espíritu Santo es quien dirige y define nuestro testimonio sobre Jesucristo, aunque de modo silencioso e invisible.

Ya sabéis que nuestro testimonio cristiano es una ofrenda a un mundo que, en muchos aspectos, es frágil. La unidad de la creación de Dios se debilita por heridas profundas cuando las relaciones sociales se rompen, o el espíritu humano se encuentra casi completamente aplastado por la explotación o el abuso de las personas. De hecho, la sociedad contemporánea sufre un proceso de fragmentación por culpa de un modo de pensar que por su naturaleza tiene una visión reducida, porque descuida completamente el horizonte de la verdad, de la verdad sobre Dios y sobre nosotros. Por su naturaleza, el relativismo non es capaz de ver el cuadro en su totalidad. Ignora los principios mismos que nos hacen capaces de vivir y de crecer en la unidad, en el orden y en la armonía.

Como testigos cristianos, ¿cuál es nuestra respuesta a un mundo dividido y fragmentario? ¿Cómo podemos ofrecer esperanza de paz, restablecimiento y armonía a esas «estaciones» de conflicto, de sufrimiento y tensión por las que habéis querido pasar con esta Cruz de la Jornada Mundial de la Juventud? La unidad y la reconciliación no se pueden alcanzar sólo con nuestros esfuerzos. Dios nos ha hecho el uno para el otro (cf. Gn 2, 24) y sólo en Dios y en su Iglesia podemos encontrar la unidad que buscamos. Y, sin embargo, frente a las imperfecciones y desilusiones, tanto individuales como institucionales, tenemos a veces la tentación de construir artificialmente una comunidad «perfecta». No se trata de una tentación nueva. En la historia de la Iglesia hay muchos ejemplos de tentativas de esquivar y pasar por alto las debilidades y los fracasos humanos para crear una unidad perfecta, una utopía espiritual.

Estos intentos de construir la unidad, en realidad la debilitan. Separar al Espíritu Santo de Cristo, presente en la estructura institucional de la Iglesia, pondría en peligro la unidad de la comunidad cristiana, que es precisamente un don del Espíritu. Se traicionaría la naturaleza de la Iglesia como Templo vivo del Espíritu Santo (cf. 1 Co 3, 16). En efecto, es el Espíritu quien guía a la Iglesia por el camino de la verdad plena y la unifica en la comunión y en servicio del ministerio (cf. Lumen gentium, 4). Lamentablemente, la tentación de «ir por libre» continúa. Algunos hablan de su comunidad local como si se tratara de algo separado de la así llamada Iglesia institucional, describiendo a la primera como flexible y abierta al Espíritu, y la segunda como rígida y carente de Espíritu.

La unidad pertenece a la esencia de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 813); es un don que debemos reconocer y apreciar. Pidamos esta tarde por nuestro propósito de cultivar la unidad, de contribuir a ella, de resistir a cualquier tentación de darnos media vuelta y marcharnos. Ya que lo que podemos ofrecer a nuestro mundo es precisamente la magnitud, la amplia visión de nuestra fe, sólida y abierta a la vez, consistente y dinámica, verdadera y sin embargo orientada a un conocimiento más profundo. Queridos jóvenes, ¿acaso no es gracias a vuestra fe que amigos en dificultad o en búsqueda de sentido para sus vidas se han dirigido a vosotros? Estad vigilantes. Escuchad. ¿Sois capaces de oír, a través de las disonancias y las divisiones del mundo, la voz acorde de la humanidad? Desde el niño abandonado en un campo de Darfur a un adolescente desconcertado, a un padre angustiado en un barrio periférico cualquiera, o tal vez ahora, desde lo profundo de vuestro corazón, se alza el mismo grito humano que anhela reconocimiento, pertenencia, unidad. ¿Quien puede satisfacer este deseo humano esencial de ser uno, estar inmerso en la comunión, de estar edificado y ser guiado a la verdad? El Espíritu Santo. Éste es su papel: realizar la obra de Cristo. Enriquecidos con los dones del Espíritu, tendréis la fuerza de ir más allá de vuestras visiones parciales, de vuestra utopía, de la precariedad fugaz, para ofrecer la coherencia y la certeza del testimonio cristiano.

Amigos, cuando recitamos el Credo afirmamos: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida». El «Espíritu creador» es la fuerza de Dios que da la vida a toda la creación y es la fuente de vida nueva y abundante en Cristo. El Espíritu mantiene a la Iglesia unida a su Señor y fiel a la tradición apostólica. Él es quien inspira las Sagradas Escrituras y guía al Pueblo de Dios hacia la plenitud de la verdad (cf. Jn 16, 13). De todos estos modos el Espíritu es el «dador de vida», que nos conduce al corazón mismo de Dios. Así, cuanto más nos dejamos guiar por el Espíritu, tanto mayor será nuestra configuración con Cristo y tanto más profunda será nuestra inmersión en la vida de Dios uno y trino.

Esta participación en la naturaleza misma de Dios (cf. 2 P 1, 4) tiene lugar a lo largo de los acontecimientos cotidianos de la vida, en los que Él siempre esta presente (cf. Ba 3, 38). Sin embargo, hay momentos en los que podemos sentir la tentación de buscar una cierta satisfacción fuera de Dios. Jesús mismo preguntó a los Doce: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67). Este alejamiento puede ofrecer tal vez la ilusión de la libertad. Pero, ¿a dónde nos lleva? ¿A quién vamos a acudir? En nuestro corazón, en efecto, sabemos que sólo el Señor tiene «palabras de vida eterna» (Jn 6, 67-69). Alejarnos de Él es sólo un intento vano de huir de nosotros mismos (cf. S. Agustín, Confesiones VIII, 7). Dios está con nosotros en la vida real, no en la fantasía. Enfrentarnos a la realidad, no huir de ella: esto es lo que buscamos. Por eso el Espíritu Santo, con delicadeza, pero también con determinación, nos atrae hacia lo que es real, duradero y verdadero. El Espíritu es quien nos devuelve a la comunión con la Santísima Trinidad.

El Espíritu Santo ha sido, de modos diversos, la Persona olvidada de la Santísima Trinidad. Tener una clara comprensión de él nos parece algo fuera de nuestro alcance. Sin embargo, cuando todavía era pequeño, mis padres, como los vuestros, me enseñaron el signo de la Cruz y así entendí pronto que hay un Dios en tres Personas, y que la Trinidad está en el centro de la fe y de la vida cristiana. Cuando crecí lo suficiente para tener un cierto conocimiento de Dios Padre y de Dios Hijo -los nombres ya significaban mucho- mi comprensión de la tercera Persona de la Trinidad seguía siendo incompleta. Por eso, como joven sacerdote encargado de enseñar teología, decidí estudiar los testimonios eminentes del Espíritu en la historia de la Iglesia. De esta manera llegué a leer, en otros, al gran san Agustín.

Su comprensión del Espíritu Santo se desarrolló de modo gradual; fue una lucha. De joven había seguido el Maniqueísmo, que era uno de aquellos intentos que he mencionado antes de crear una utopía espiritual separando las cosas del espíritu de las de la carne. Como consecuencia de ello, albergaba al principio sospechas respecto a la enseñanza cristiana sobre la encarnación de Dios. Y, con todo, su experiencia del amor de Dios presente en la Iglesia lo llevó a buscar su fuente en la vida de Dios uno y trino. Así llegó a tres precisas intuiciones sobre el Espíritu Santo como vínculo de unidad dentro de la Santísima Trinidad: unidad como comunión, unidad como amor duradero, unidad como dador y don. Estas tres intuiciones no son solamente teóricas. Nos ayudan a explicar cómo actúa el Espíritu. Nos ayudan a permanecer en sintonía con el Espíritu y a extender y clarificar el ámbito de nuestro testimonio, en un mundo en el que tanto los individuos como las comunidades sufren con frecuencia la ausencia de unidad y de cohesión.

Por eso, con la ayuda de san Agustín, intentaremos ilustrar algo de la obra del Espíritu Santo. San Agustín señala que las dos palabras «Espíritu» y «Santo» se refieren a lo que pertenece a la naturaleza divina; en otras palabras, a lo que es compartido por el Padre y el Hijo, a su comunión. Por eso, si la característica propia del Espíritu es de ser lo que es compartido por el Padre y el Hijo, Agustín concluye que la cualidad peculiar del Espíritu es la unidad. Una unidad de comunión vivida: una unidad de personas en relación mutua de constante entrega; el Padre y el Hijo que se dan el uno al otro. Pienso que empezamos así a vislumbrar qué iluminadora es esta comprensión del Espíritu Santo como unidad, como comunión. Una unidad verdadera nunca puede estar fundada sobre relaciones que nieguen la igual dignidad de las demás personas. Y tampoco la unidad es simplemente la suma total de los grupos mediante los cuales intentamos a veces «definirnos» a nosotros mismos. De hecho, sólo en la vida de comunión se sostiene la unidad y se realiza plenamente la identidad humana: reconocemos la necesidad común de Dios, respondemos a la presencia unificadora del Espíritu Santo y nos entregamos mutuamente en el servicio de los unos a los otros.

La segunda intuición de Agustín, es decir, el Espíritu Santo como amor que permanece, se desprende del estudio que hizo sobre la Primera Carta de san Juan, allí donde el autor nos dice que «Dios es amor» (1 Jn 4, 16). Agustín sugiere que estas palabras, a pesar de referirse a la Trinidad en su conjunto, se han de entender también como expresión de una característica particular del Espíritu Santo. Reflexionando sobre la naturaleza permanente del amor, «quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (ibíd.), Agustín se pregunta: ¿es el amor o es el Espíritu quien garantiza el don duradero? La conclusión a la que llega es ésta: «El Espíritu Santo nos hace vivir en Dios y Dios en nosotros; pero es el amor el que causa esto. El Espíritu por tanto es Dios como amor» (De Trinitate 15,17,31). Es una magnífica explicación: Dios comparte a sí mismo como amor en el Espíritu Santo. ¿Qué más podemos aprender de esta intuición? El amor es el signo de la presencia del Espíritu Santo. Las ideas o las palabras que carecen de amor, aunque parezcan sofisticadas o sagaces, no pueden ser «del Espíritu». Más aún, el amor tiene un rasgo particular; en vez de ser indulgente o voluble, tiene una tarea o un fin que cumplir: permanecer. El amor es duradero por su naturaleza. De nuevo, queridos amigos, podemos echar una mirada a lo que el Espíritu Santo ofrece al mundo: amor que despeja la incertidumbre; amor que supera el miedo de la traición; amor que lleva en sí mismo la eternidad; el amor verdadero que nos introduce en una unidad que permanece.

Agustín deduce la tercera intuición, el Espíritu Santo como don, de una reflexión sobre una escena evangélica que todos conocemos y que nos atrae: el diálogo de Cristo con la samaritana junto al pozo. Jesús se revela aquí como el dador del agua viva (cf. Jn 4, 10), que será después explicada como el Espíritu (cf. Jn 7, 39; 1 Co 12, 13). El Espíritu es «el don de Dios» (Jn 4, 10), la fuente interior (cf. Jn 4, 14), que sacia de verdad nuestra sed más profunda y nos lleva al Padre. De esta observación, Agustín concluye que el Dios que se entrega a nosotros como don es el Espíritu Santo (cf. De Trinitate, 15,18,32). Amigos, una vez más echamos un vistazo sobre la actividad de la Trinidad: el Espíritu Santo es Dios que se da eternamente; al igual que una fuente perenne, él se ofrece nada menos que a sí mismo. Observando este don incesante, llegamos a ver los límites de todo lo que acaba, la locura de una mentalidad consumista. En particular, empezamos a entender porqué la búsqueda de novedades nos deja insatisfechos y deseosos de algo más. ¿Acaso no estaremos buscando un don eterno? ¿La fuente que nunca se acaba? Con la Samaritana exclamamos: ¡Dame de esta agua, para que no tenga ya más sed (cf. Jn 4, 15)!

Queridos jóvenes, ya hemos visto que el Espíritu Santo es quien realiza la maravillosa comunión de los creyentes en Cristo Jesús. Fiel a su naturaleza de dador y de don a la vez, él actúa ahora a través de vosotros. Inspirados por las intuiciones de san Agustín, haced que el amor unificador sea vuestra medida, el amor duradero vuestro desafío y el amor que se entrega vuestra misión.

Este mismo don del Espíritu Santo será mañana comunicado solemnemente a los candidatos a la Confirmación. Yo rogaré: «Llénalos de espíritu de sabiduría y de inteligencia, de espíritu de consejo y de fortaleza, de espíritu de ciencia y de piedad; y cólmalos del espíritu de tu santo temor». Estos dones del Espíritu -cada uno de ellos, como nos recuerda san Francisco de Sales, es un modo de participar en el único amor de Dios- no son ni un premio ni un reconocimiento. Son simplemente dados (cf. 1 Co 12, 11). Y exigen por parte de quien los recibe sólo una respuesta: «Acepto». Percibimos aquí algo del misterio profundo de lo que es ser cristiano. Lo que constituye nuestra fe no es principalmente lo que nosotros hacemos, sino lo que recibimos. Después de todo, muchas personas generosas que no son cristianas pueden hacer mucho más de lo que nosotros hacemos. Amigos, ¿aceptáis entrar en la vida trinitaria de Dios? ¿Aceptáis entrar en su comunión de amor?

Los dones del Espíritu que actúan en nosotros imprimen la dirección y definen nuestro testimonio. Los dones del Espíritu, orientados por su naturaleza a la unidad, nos vinculan todavía más estrechamente a la totalidad del Cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, 11), permitiéndonos edificar mejor la Iglesia, para servir así al mundo (cf. Ef 4, 13). Nos llaman a una participación activa y gozosa en la vida de la Iglesia, en las parroquias y en los movimientos eclesiales, en las clases de religión en la escuela, en las capellanías universitarias o en otras organizaciones católicas. Sí, la Iglesia debe crecer en unidad, debe robustecerse en la santidad, rejuvenecer y renovarse constantemente (cf. Lumen gentium, 4). Pero ¿con qué criterios? Con los del Espíritu Santo. Volveos a él, queridos jóvenes, y descubriréis el verdadero sentido de la renovación.

Esta tarde, reunidos bajo este hermoso cielo nocturno, nuestros corazones y nuestras mentes se llenan de gratitud a Dios por el don de nuestra fe en la Trinidad. Recordemos a nuestros padres y abuelos, que han caminado a nuestro lado cuando todavía éramos niños y han sostenido nuestros primeros pasos en la fe. Ahora, después de muchos años, os habéis reunido como jóvenes adultos alrededor del Sucesor de Pedro. Me siento muy feliz de estar con vosotros. Invoquemos al Espíritu Santo: él es el autor de las obras de Dios (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 741). Dejad que sus dones os moldeen. Al igual que la Iglesia comparte el mismo camino con toda la humanidad, vosotros estáis llamados a vivir los dones del Espíritu entre los altibajos de la vida cotidiana. Madurad vuestra fe a través de vuestros estudios, el trabajo, el deporte, la música, el arte. Sostenedla mediante la oración y alimentadla con los sacramentos, para ser así fuente de inspiración y de ayuda para cuantos os rodean. En definitiva, la vida, no es un simple acumular, y es mucho más que el simple éxito. Estar verdaderamente vivos es ser transformados desde el interior, estar abiertos a la fuerza del amor de Dios. Si acogéis la fuerza del Espíritu Santo, también vosotros podréis transformar vuestras familias, las comunidades y las naciones. Liberad estos dones. Que la sabiduría, la inteligencia, la fortaleza, la ciencia y la piedad sean los signos de vuestra grandeza.

Y ahora, mientras nos preparamos para adorar al Santísimo Sacramento en el silencio y en la espera, os repito las palabras que pronunció la beata Mary MacKillop cuando tenía precisamente veintiséis años: «Cree en todo lo que Dios te susurra en el corazón». Creed en él. Creed en la fuerza del Espíritu de amor.

[Al final de la vigilia, el Papa saludó a los peregrinos en varios idiomas]

Queridos amigos, el Espíritu Santo dirige nuestros pasos para seguir a Jesucristo en el mundo de hoy, que espera de los cristianos una palabra de aliento y un testimonio de vida que inviten a mirar confiadamente hacia el futuro. Os encomiendo en mis plegarias, para que respondáis generosamente a lo que el Señor os pide y a lo que todos los hombres anhelan. Que Dios os bendiga.



[Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede

viernes, 18 de julio de 2008

Predicador del Papa: El juicio, motivo de consuelo

Comentario al Evangelio del XVI Domingo del tiempo ordinario


ROMA, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, OFM Cap., predicador de la Casa Pontificia, a la liturgia del próximo domingo.



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XVI Domingo del tiempo ordinario

Lecturas: Sabiduría 12, 13.16-19; Romanos 8, 26-27; Mateo 13, 24-43



El trigo y la cizaña



Con tres parábolas, Jesús presenta en el Evangelio la situación de la Iglesia en el mundo. La parábola del grano de mostaza que se convierte en un árbol indica el crecimiento del Reino, no tanto en extensión, sino en intensidad; indica la fuerza transformadora del Evangelio que "levanta" la masa y la prepara para convertirse en pan.

Los discípulos comprendieron fácilmente estas dos parábolas; pero esto no sucedió con la tercera, la del trigo y la cizaña, y Jesús tuvo que explicársela a parte.

El sembrador, dijo, era él mismo; la buena semilla, los hijos del Reino; la cizaña, los hijos del maligno; el campo, el mundo; y la siega, el fin del mundo.

Esta parábola de Jesús, en la antigüedad, fue objeto de una memorable disputa que es muy importante tener presente también hoy. Había espíritus sectáreos, donatistas, que resolvían la cuestión de manera simplista: por una parte, está la Iglesia (¡su iglesia!) constituida sólo por personas perfectas; por otra, el mundo lleno de hijos del maligno, sin esperanza de salvación. A estos se les opuso san Agustín: el campo, explicaba, ciertamente es el mundo, pero también en la Iglesia; lugar en el que viven codo a codo santos y pecadores y en el que hay lugar para crecer y convertirse. "Los malos --decía-- están en el mundo o para convertirse o para que por medio de ellos los buenos ejerzan la paciencia".

Los escándalos que de vez en cuando sacuden a la Iglesia, por tanto, nos deben entristecer, pero no sorprender. La Iglesia se compone de personas humanas, no sólo de santos. Además, hay cizaña también dentro de cada uno de nosotros, no sólo en el mundo y en la Iglesia, y esto debería quitarnos la propensión a señalar con el dedo a los demás. Erasmo de Roterdam, respondió a Lutero, quien le reprochaba su permanencia en la Iglesia católica a pesar de su corrupción: "Soporto a esta Iglesia con la esperanza de que sea mejor, pues ella también está obligada a soportarme en espera de que yo sea mejor".

Pero quizá el tema principal de la parábola no es el trigo ni la cizaña, sino la paciencia de Dios. La liturgia lo subraya con la elección de la primera lectura, que es un himno a la fuerza de Dios, que se manifiesta bajo la forma de paciencia e indulgencia. Dios no tiene simple paciencia, es decir, no espera al día del juicio para después castigar más severamente. Se trata de magnanimidad, misericordia, voluntad de salvar.

La parábola del trigo y de la cizaña permite una reflexión de mayor alcance. Uno de los mayores motivos de malestar para los creyentes y de rechazo de Dios para los no creyentes ha sido siempre el "desorden" que hay en el mundo. El libro bíblico de Qoelet (Eclesiastés), que tantas veces se hace portavoz de las razones de los que dudan y de los escépticos, escribía: "Todo le sucede igual al justo y al impío... Bajo el sol, en lugar del derecho, está la iniquidad, y en lugar de la justicia la impiedad" (Qoelet 3, 16; 9,2). En todos los tiempos se ha visto que la iniquidad triunfa y que la inocencia queda humillada. "Pero --como decía el gran orador Bossuet-- para que no se crea que en el mundo hay algo fijo y seguro, en ocasiones se ve lo contrario, es decir, la inocencia en el trono y la iniquidad en el patíbulo".

La respuesta a este escándalo ya la había encontrado el autor de Qoelet: "Dije en mi corazón: Dios juzgará al justo y al impío, pues allí hay un tiempo para cada cosa y para toda obra" (Qoelet 3, 17). Es lo que Jesús llama en la parábola "el tiempo de la siega". Se trata, en otras palabras, de encontrar el punto de observación adecuado ante la realidad, de ver las cosas a la luz de la eternidad.

Es lo que pasa con algunos cuadros modernos que, si se ven de cerca, parecen una mezcla de colores sin orden ni sentido, pero si se observan desde la distancia adecuada, se convierten en una imagen precisa y poderosa.

No se trata de quedar con los bazos cruzados ante el mal y la injusticia, sino de luchar con todos los medios lícitos para promover la justicia y reprimir la injusticia y la violencia. A este esfuerzo, que realizan todos los hombres de buena voluntad, la fe añade una ayuda y un apoyo de valor inestimable: la certeza de que la victoria final no será de la injusticia, ni de la prepotencia, sino de la inocencia.

Al hombre moderno le resulta difícil aceptar la idea de un juicio final de Dios sobre el mundo y la historia, pero de este modo se contradice, pues él mismo se rebela a la idea de que la injusticia tenga la última palabra. En muchos milenios de vida sobre la tierra, el hombre se ha acostumbrado a todo; se ha adaptado a todo clima, inmunizado a muchas enfermedades. Hay algo a lo que nunca se ha acostumbrado: a la injusticia. Sigue experimentándola como intolerable. Y a esta sed de justicia responderá el juicio. Ya no sólo será querido por Dios, sino también por los hombres y, paradójicamente, también por los impíos. "En el día del juicio universal --dice el poeta Paul Claudel--, no sólo bajará del cielo el Juez, sino que se precipitará a su alrededor toda la tierra".

¡Cómo cambian las vicisitudes humanas cuando se ven desde este punto de vista, incluidas las que tienen lugar en el mundo de hoy! Tomemos el ejemplo que tanto nos humilla y entristece a nosotros, los italianos, el crimen organizado, la mafia la ‘ndrangheta, la camorra..., y que con otros nombres está presente en muchos países. Recientemente el libro "Gomorra" de Roberto Saviano y la película que se ha hecho sobre él han documentado el nivel de odio y de desprecio alcanzado por los jefes de estas organizaciones, así como el sentimiento de impotencia y casi de resignación de la sociedad ante este fenómeno.

En el pasado, hemos visto personas de la mafia que han sido acusadas de crímenes horrorosos defenderse con una sonrisa en los labios, poner en jaque a jueces y tribunales, reírse ante la falta de pruebas. Como si, librándose de los jueces humanos, habrían resuelto todo. Si pudiera dirigirme a ellos, les diría: ¡no os hagáis ilusiones, pobres desgraciados; no habéis logrado nada! El verdadero juicio todavía debe comenzar. Aunque acabéis vuestros días en libertad, temidos, honrados, e incluso con un espléndido funeral religioso, después de haber dado grandes ofertas a obras pías, no habréis logrado nada. El verdadero Juez os espera detrás de la puerta, y no se le puede engañar. Dios no se deja corromper.

Debería ser, por tanto, motivo de consuelo para las víctimas y de saludable susto para los violentos lo que dice Jesús al concluir su explicación sobre la parábola de la cizaña: "De la misma manera, pues, que se recoge la cizaña y se la quema en el fuego, así será al fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos brillarán como el sol en el Reino de su Padre".

[Traducción del original italiano realizada por Jesús Colina]

El Vía Crucis más grande de la historia de Australia

SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org-Aica).- Benedicto XVI abrió en la tarde de este viernes con una oración la representación de las estaciones del Vía Crucis por parte de un centenar de actores en Sydney, donde preside la Jornada Mundial de la Juventud, que reúne a unos 225.000 jóvenes peregrinos de todo el mundo.

Los actores recreaban la última cena, sentados en los escalones de la catedral de Santa María, cuando el Papa salió por la puerta del templo para pronunciar la breve plegaria.

El pontífice siguió las otras estaciones por televisión, en la cripta de la catedral.

Cuatro mujeres aborígenes lloraron por Jesús de Nazaret en otro momento de la Vía Dolorosa.

A través de las numerosas pantallas gigantes que retransmitieron el espectáculo en parques y plazas de Sydney, había visto la última cena en la catedral de Santa María, en la que Alfio Stutio, el actor australiano de 27 años que representó a Jesús, rompió el pan para compartirlo con los doce discípulos.

La séptima estación del Vía Crucis continuaba en la pantalla y los presos romanos, entre ellos Simón, estaban representados, como las mujeres de Jerusalén, por aborígenes australianos.

Vestían pieles de canguro y llevaban la cara y el cuerpo pintados con ceniza, una señal de duelo en la tradición aborigen, y mientras esperaban la llegada de Jesús al muelle bailaban una danza tradicional del norte de Australia.

Al comer con el Papa, doce jóvenes cuentan sus dificultades

En particular, en Asia y África


SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- El almuerzo que Benedicto XVI compartió este viernes con doce chicos y chicas de todo el mundo le ha servido para confirmar algo que ya sabía: en algunos países, ser joven es muy difícil.

En la comida, que tuvo lugar en la recepción de la residencia de la catedral de Sydney, diez de los muchachos representaron a los cinco continentes. Los otros dos representaban a Australia, el país anfitrión de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Fidel Mateos Rodríguez, laico, de 25 años, de la diócesis de Salamanca (España), ha explicado después que "durante el almuerzo, cada uno de los invitados hemos hablado de nuestra situación personal en nuestros países; el Papa, en especial, ha mostrado sumo interés por los testimonios de los jóvenes asiáticos y africanos, dos continentes en los que es difícil vivir la fe católica".

La otra representante del continente europeo, la francesa Marie-Bénédicte Esnault, de 22 años, reconoce que escuchando a sus compañeros de mesa "he pensado que nosotros, que vivimos en países de antigua tradición cristiana somos muy afortunados".

Jean Fabien Muaka Baloza, de la República Democrática del Congo, de 29 años, considera que "nuestra conversación ha sido como con un padre de familia. Ha escuchado y ha nos dado su bendición".

Jean Fabien invitó al Papa a visitar África para que "venga a darse cuenta de ciertas realidades educativas. Tenemos necesidad de su influencia".

Craig Ashby, australiano y representante del pueblo aborigen, narró al Santo Padre la discriminación que todavía vive su gente. El Papa le respondió que la clave para resolverlas está en la educación.

Gabriel Nangile, de Papúa Nueva Guinea, cuenta que también él ha hablado de los jóvenes de su país y de la necesidad apremiante de que puedan descubrir una vida espiritual que les libre de los graves peligros que corren.

Helena de Sousa de Timor Oriental, de 25 años, habló con el pontífice de la violencia en su país. El Papa se interesó por su situación, recordando que en enero de este año recibió a su presidente, José Ramos-Horta.

Al final del encuentro el Papa les regaló a cada uno de los jóvenes, un rosario y una medalla conmemorativa de la Jornada Mundial de la Juventud.

Cada joven le correspondió con un regalo, como es el caso del estadounidense Armando Cervantes, de origen mexicano, que le entregó un sombrero con orejas de Mickey Mouse.

En representación de Brasil estuvo presente Jorgiana Aldren Lima de Santana, de 26 años. Otros países representados fueron Nueva Zelanda, Nigeria, y Corea del Sur.

"Sin duda ha sido una vivencia inolvidable que reafirma mi fe en Dios y en la Iglesia y me sirve como reconocimiento al trabajo que he realizado junto a los jóvenes durante todos estos años", concluye Fidel Mateos.

Discurso del Papa a jóvenes de una comunidad de recuperación

SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que dirigió Benedicto XVI este viernes a los jóvenes de la comunidad de recuperación de la Universidad Notre Dame de Sydney, en el encuentro que mantuvo con ellos en la iglesia del Sagrado Corazón de esta institución.

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Queridos jóvenes:

Me alegro de estar hoy aquí con vosotros en Darlinghurst, y saludo con afecto a los que participan en el programa "Alive", así como al personal que lo dirige. Ruego para que todos podáis disfrutar de la asistencia que ofrece la Archidiócesis de Sydney a través de la Social Services Agency, y para que siga adelante la buena labor que aquí se hace.

El nombre del programa que seguís nos invita a hacernos la siguiente pregunta: ¿qué quiere decir realmente estar "vivo", vivir la vida en plenitud? Esto es lo que todos queremos, especialmente cuando somos jóvenes, y es lo que Cristo quiere para nosotros. En efecto, Él dijo: "He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10,10). El instinto más enraizado en todo ser vivo es el de conservar la vida, crecer, desarrollarse y transmitir a otros el don de la vida. Por eso, es algo natural que nos preguntemos cuál es la mejor manera de realizar todo esto.

Esta cuestión es tan acuciante para nosotros como le era también para los que vivían en tiempos del Antiguo Testamento. Sin duda ellos escuchaban con atención a Moisés cuando les decía: "Te pongo delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios, escuchando su voz, pegándote a él, pues él es tu vida" (Dt 30, 19-20). Estaba claro lo que debían hacer: debían rechazar a los otros dioses para adorar al Dios verdadero, que se había revelado a Moisés, y obedecer sus mandamientos. Se podría pensar que actualmente es poco probable que la gente adore a otros dioses. Sin embargo, a veces la gente adora a "otros dioses" sin darse cuenta. Los falsos "dioses", cualquiera que sea el nombre, la imagen o la forma que se les dé, están casi siempre asociados a la adoración de tres cosas: los bienes materiales, el amor posesivo y el poder. Permitidme que me explique. Los bienes materiales son buenos en sí mismos. No podríamos sobrevivir por mucho tiempo sin dinero, vestidos o vivienda. Para vivir, necesitamos alimento. Pero, si somos codiciosos, si nos negamos a compartir lo que tenemos con los hambrientos y los pobres, convertimos nuestros bienes en una falsa divinidad. En nuestra sociedad materialista, muchas voces nos dicen que la felicidad se consigue poseyendo el mayor número de bienes posible y objetos de lujo. Sin embargo, esto significa transformar los bienes en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, traen la muerte.

El amor auténtico es evidentemente algo bueno. Sin él, difícilmente valdría la pena vivir. El amor satisface nuestras necesidades más profundas y, cuando amamos, somos más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Pero, qué fácil es transformar el amor en una falsa divinidad. La gente piensa con frecuencia que está amando cuando en realidad tiende a poseer al otro o a manipularlo. A veces trata a los otros más como objetos para satisfacer sus propias necesidades que como personas dignas de amor y de aprecio. Qué fácil es ser engañado por tantas voces que, en nuestra sociedad, sostienen una visión permisiva de la sexualidad, sin tener en cuenta la modestia, el respeto de sí mismo o los valores morales que dignifican las relaciones humanas. Esto supone adorar a una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.

El poder que Dios nos ha dado de plasmar el mundo que nos rodea es ciertamente algo bueno. Si lo utilizamos de modo apropiado y responsable nos permite transformar la vida de la gente. Toda comunidad necesita buenos guías. Sin embargo, qué fuerte es la tentación de aferrarse al poder por sí mismo, buscando dominar a los otros o explotar el medio ambiente natural con fines egoístas. Esto significa transformar el poder en una falsa divinidad. En vez de dar la vida, trae la muerte.

El culto a los bienes materiales, el culto al amor posesivo y el culto al poder, lleva a menudo a la gente a "comportarse como Dios": intentan asumir el control total, sin prestar atención a la sabiduría y a los mandamientos que Dios nos ha dado a conocer. Este es el camino que lleva a la muerte. Por el contrario, adorar al único Dios verdadero significa reconocer en él la fuente de toda bondad, confiarnos a él, abrirnos al poder saludable de su gracia y obedecer sus mandamientos: este es el camino para elegir la vida.

Un ejemplo gráfico de lo que significa alejarse del camino de la muerte y reemprender el camino de la vida, se encuentra en el relato del Evangelio que seguramente todos conocéis bien: la parábola del hijo pródigo. Al comienzo de la narración, aquél joven dejó la casa de su padre buscando los placeres ilusorios prometidos por los falsos "dioses". Derrochó su herencia llevando una vida llena de vicios, encontrándose al final en un estado de grande pobreza y miseria. Cuando tocó fondo, hambriento y abandonado, comprendió que había sido una locura dejar la casa de su padre, que tanto lo amaba. Regresó con humildad y pidió perdón. Su padre, lleno de alegría, lo abrazó y exclamó: "Este hijo mío estaba muerto y ha revivido; estaba perdido y lo hemos encontrado." (Lc 15, 24).

Muchos de vosotros habéis experimentado personalmente lo que vivió aquél joven. Tal vez, habéis tomado decisiones de las que ahora os arrepentís, elecciones que, aunque entonces se presentaban muy atractivas, os han llevado a un estado más profundo de miseria y de abandono. El abuso de las drogas o del alcohol, participar en actividades criminales o nocivas para vosotros mismos, podrían aparecer entonces como la vía de escape a una situación de dificultad o confusión. Ahora sabéis que en vez de dar la vida, han traído la muerte. Quiero reconocer el coraje que habéis demostrado decidiendo volver al camino de la vida, precisamente como el joven de la parábola. Habéis aceptado la ayuda de los amigos o de los familiares, del personal del programa "Alive", de aquellos que tanto se preocupan por vuestro bienestar y felicidad.

Queridos amigos, os veo como embajadores de esperanza para otros que se encuentran en una situación similar. Al hablar desde vuestra experiencia podéis convencerlos de la necesidad de elegir el camino de la vida y rechazar el camino de la muerte. En todos los Evangelios, vemos que Jesús amaba de modo especial a los que habían tomado decisiones erróneas, ya que una vez reconocida su equivocación, eran los que mejor se abrían a su mensaje de salvación. De hecho, Jesús fue criticado frecuentemente por aquellos miembros de la sociedad, que se tenían por justos, porque pasaba demasiado tiempo con gente de esa clase. Preguntaban, "¿cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?". Él les respondió: "No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos... No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores" (Mt 9, 11-13). Los que querían reconstruir sus vidas eran los más disponibles para escuchar a Jesús y a ser sus discípulos. Vosotros podéis seguir sus pasos; también vosotros, de modo particular, podéis acercaros particularmente a Jesús precisamente porque habéis elegido volver a él. Podéis estar seguros que, a igual que el padre en el relato del hijo pródigo, Jesús os recibe con los brazos abiertos. Os ofrece su amor incondicional: la plenitud de la vida se encuentra precisamente en la profunda amistad con él.

He dicho antes que cuando amamos satisfacemos nuestras necesidades más profundas y llegamos a ser más plenamente nosotros mismos, más plenamente humanos. Hemos sido hechos para amar, para esto hemos sido hechos por el Creador. Lógicamente, no hablo de relaciones pasajeras y superficiales; hablo de amor verdadero, del núcleo de la enseñanza moral de Jesús: "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser", y "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (cf. Mc 13, 30-31). Éste es, por así decirlo, el programa grabado en el interior de cada persona, si tenemos la sabiduría y la generosidad de conformarnos a él, si estamos dispuestos a renunciar a nuestras preferencias para ponernos al servicio de los demás, y a dar la vida por el bien de los demás, y en primer lugar por Jesús, que nos amó y dio su vida por nosotros. Esto es lo que los hombres están llamados a hacer, y lo que quiere decir realmente estar "vivo".

Queridos jóvenes amigos, el mensaje que os dirijo hoy es el mismo que Moisés pronunció hace tantos años: "elige la vida, y vivirás tú y tu descendencia amando al Señor tu Dios". Que su Espíritu os guíe por el camino de la vida, obedeciendo sus mandamientos, siguiendo sus enseñanzas, abandonando las decisiones erróneas que sólo llevan a la muerte, y os comprometáis en la amistad con Jesús para toda la vida. Que con la fuerza del Espíritu Santo elijáis la vida y el amor, y deis testimonio ante el mundo de la alegría que esto conlleva. Esta es mi oración por cada uno de vosotros en esta Jornada Mundial de la Juventud. Que Dios os bendiga.

[Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Benedicto XVI: El punto de partida del ecumenismo, el Bautismo; el de llegada, la Eucaristía

Explica en el encuentro con representantes de otras confesiones cristianas


SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- El punto de partida del ecumenismo --el camino hacia la unidad entre los cristianos-- es el Bautismo; el de llegada, la celebración común de la Eucaristía. Así lo explicó este viernes Benedicto XVI a representantes de otras iglesias y comunidades cristianas.

En el encuentro, que se celebró en la cripta de la catedral de Santa María de Sydney, estuvieron representadas unas quince comunidades, entre ortodoxos, hijos de la Reforma, anglicanos...

Si bien el arzobispo anglicano de Sydney no pudo estar presente, envió a un representante y escribió una carta que ha sido calificada por el padre Federico Lombardi S.I., como "hermosísima", "muy cordial con el Papa y con la Jornada Mundial de la Juventud".

En su discurso, el Papa reconoció que "el movimiento ecuménico ha llegado a un punto crítico".

Tras recordar que los cristianos están viviendo el bimilenario de san Pablo, profundizó en la enseñanza del apóstol para constatar que el sacramento del Bautismo es para todos los cristianos "la puerta de entrada en la Iglesia y el 'vínculo de unidad' para cuantos han renacido gracias a él".

"Es consiguientemente el punto de partida de todo el movimiento ecuménico", afirmó. "Pero no es el destino final. El camino del ecumenismo tiende, en definitiva, a una celebración común de la Eucaristía, que Cristo ha confiado a sus apóstoles como el Sacramento por excelencia de la unidad de la Iglesia".

"Aunque hay todavía obstáculos que superar, podemos estar seguros de que un día una Eucaristía común subrayará nuestra decisión de amarnos y servirnos unos a otros a imitación de nuestro Señor".

Según el obispo de Roma, "un sincero diálogo sobre el lugar que tiene la Eucaristía --estimulado por un renovado y atento estudio de la Escritura, de los escritos patrísticos y de los documentos de los dos milenios de la historia cristiana-- favorecerá indudablemente llevar adelante el movimiento ecuménico y unificar nuestro testimonio ante del mundo".

Punto crítico

El Papa consideró que "el movimiento ecuménico ha llegado a un punto crítico" en el que "para avanzar hemos de pedir continuamente a Dios que renueve nuestras mentes con la gracia del Espíritu Santo".

"Hemos de estar en guardia contra toda tentación de considerar la doctrina como fuente de división y, por tanto, como impedimento de lo que parece ser la tarea más urgente e inmediata para mejorar el mundo en el que vivimos".

La religión es motivo de unidad y no de división, aclara el Papa

En su encuentro con líderes de otras religiones en Sydney

SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- La religión es motivo de unidad y no de división, aseguró Benedicto XVI al dirigirse en la mañana de este viernes a representantes de otras religiones.

En el encuentro, celebrado en la sala capitular de la catedral de Santa María en Sydney, participaron cuarenta representantes de quince confesiones religiosas: judíos, musulmanes, budistas, hindúes, zoroastrianos y mandeos (minoría religiosa de Oriente Medio, que cuenta entre sus lenguas el arameo).

En el encuentro, tomaron la palabra para saludar al Papa el rabino jefe de la Gran Sinagoga de Sydney, Jeremy Lawrence, y el jeque Mohamadu Saleem, miembro ejecutivo del Consejo Nacional Australiano de Imanes, quien presentó el "fundamentalismo del amor" como antídoto al "fundamentalismo del odio".

Por su parte, el Papa alentó el aprecio que se da en la sociedad australiana por la libertad religiosa, "derecho fundamental" que "da a los hombres y mujeres la posibilidad de adorar a Dios según su conciencia, de educar el espíritu y de actuar según las convicciones éticas que se derivan de su credo".

"La armoniosa correlación entre religión y vida pública es especialmente importante en una época en la que algunos han llegado a pensar que la religión es causa de división en vez de una fuerza de unidad", aclaró el Papa.

"En un mundo amenazado por siniestras e indiscriminadas formas de violencia --aclaró--, la voz concorde de quienes tienen un espíritu religioso impulsa a las naciones y comunidades a solucionar los conflictos con instrumentos pacíficos en el pleno respeto de la dignidad humana".

Según explicó el obispo de Roma, "el sentido religioso arraigado en el corazón del ser humano abre a hombres y mujeres hacia Dios y los lleva a descubrir que la realización personal no consiste en la satisfacción egoísta de deseos efímeros".

"Nos guía más bien salir al encuentro de las necesidades de los otros y a buscar caminos concretos para contribuir al bien común. Las religiones desempeñan un papel particular a este respeto, en cuanto enseñan a la gente que el auténtico servicio exige sacrificio y autodisciplina, que se han de cultivar a su vez mediante la abnegación, la templanza y el uso moderado de los bienes naturales", reconoció.

Estos valores, reconoció, son particularmente necesarios para los jóvenes, por eso reconoció que "tanto las escuelas confesionales como las estatales podrían hacer más para desarrollar la dimensión espiritual de todo joven".

El rabino Jeremy Lawrence declaró que este tipo de encuentros muestras que la fe sigue viva, aunque viste muchos vestidos.

Jóvenes españoles se convierten en misioneros

Es la consigna que les han dejado sus obispos

SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- Tras Sydney, el futuro de los jóvenes españoles que participan en la Jornada Mundial de la Juventud es el de ser misioneros entres sus amigos, familia, y ambiente de estudio o trabajo, les han dicho sus obispos.

Los chicos y chicas peregrinos participaron este viernes, en la ultima sesión de catequesis, que se celebró sobre el tema común: "Enviados al mundo: El Espíritu Santo, el agente principal de la misión".

Como colofón a los dos días anteriores, y tras recorrer la llamada a vivir en el Espíritu Santo y reconocerlo como el alma de la Iglesia, los cardenales y obispos les animaron a ser testigos de la fe y compartir con todo el mundo el don que han recibido, según informa la Oficina de Información de la Conferencia Episcopal Española.

En St Elia's Ascroft, el cardenal Antonio María Rouco Varela, presidente de la Conferencia, instó a los jóvenes a ser testigos de la fe y les explicó que "el principio de toda evangelización es siempre la oración".

En este contexto, mencionó en particular la vida contemplativa: "los religiosos y religiosas de clausura son los grandes protagonistas de la Jornada Mundial de la Juventud", señaló el arzobispo de Madrid, "porque aunque puedan pasar inadvertidos, son quienes nos sostienen con sus oraciones".

En la parroquia de Santa Bernardette Clemton Park, el cardenal Antonio Cañizares Llovera, arzobispo de Toledo, animó a los jóvenes a ser "aire limpio en medio de un mundo que necesita respirar".

"La Iglesia --indicó el arzobispo primado de España-- existe para evangelizar. Hoy se necesitan jóvenes para evangelizar a jóvenes, jóvenes rebeldes que no se conformen con lo mediocre, jóvenes que estén con los más pobres".

Por su parte, el cardenal Lluis Martínez Sistach impartió la tercera catequesis en la parroquia Sacred Heart Primary Mount Druitt South, donde afirmó que "una fe que no se propone y no se comparte es una fe seca. La fe se fortacele dándola".

Por ello explicó a los jóvenes que "la llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad. Cada misionero lo es auténticamente si se esfuerza en el camino de la santidad" porque "el verdadero misionero es el santo".

Este sábado, a las 9.30 horas, (1.30 horas de la madrugada en España) tendrá lugar un encuentro de los obispos con los peregrinos españoles. Será en el Auditorio del Hotel Westin, de Sydney. Se celebrará una eucaristía, presidida por el cardenal Rouco Varela.

Aventura inolvidable de jóvenes chilenos en el barco del Papa

Fueron elegidos por sorteo


SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- Creyendo que eran objeto de una broma recibieron en sus correos electrónicos la confirmación de que serían parte de la escolta del barco que llevaría al Papa Benedicto XVI a presidir su primera actividad oficial en la XXIII Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).

Jorge Juárez y Ane Marie Kampp se inscribieron en un sorteo en la página oficial de la JMJ (www.wyd2008.org), sin saber que ese click los llevaría a una aventura inolvidable que podrían compartir con un peregrino más, informa la Conferencia Episcopal de Chile.

Jorge, vive en La Serena y asegura que prestaba servicios a la iglesia desde hace años, pero que sin duda lo vivido en esta jornada le hará profundizar en su fe y que más que nunca se siente comprometido con su patria, y así lo demuestra agitando a cada momento su bandera. "Siento la responsabilidad de comunicar un mensaje de esperanza, eso es lo que Benedicto te transmite".

Él invitó a Verónica Basaure de Santiago, amiga que conoció en el envío que se realizó el 21 de junio en Chile, desde esa ocasión se han contactado permanente y compartieron, en Sydney, el día que aseguran ha sido el más importante de sus vidas.

"Yo me sentía un poco sola antes de todo esto --relata Verónica--, cuando iniciamos el proyecto junto a los chicos de mi comunidad de San Agustín nos empezamos a unir y comprometer, ahora sé que fue lo mejor que pude hacer, tengo la certeza de que no estoy sola, que Dios me acompaña y me ha permitido vivir todo esto, no sé como describirlo, sólo quiero agradecerlo mucho".

Ane Marie, es una de las mamás que acompaña a la delegación chilena y está convencida de que la familia es el lugar privilegiado para compartir la fe en Cristo; "Yo siempre he vivido mi fe, fui al encuentro en Colonia y también fue potente, y ahora todo esto, estar cerca del Papa en este lugar hermoso... y mi hijo lo vio a cinco metros de distancia, espero que en él, así como en la familia completa cuando lleguemos, esto se pueda transmitir y nos permita acercarnos más, para ser más cristianos, mejores personas a imagen de Cristo".

Vanessa Soto fue la elegida de Ane Marie, ella es comunicadora parroquial en Quillota y desde hace meses ha destacado por su entusiasmo en los preparativos del viaje. Señaló: "Yo tengo fe, pero hoy la renové, esta experiencia de venir en el barco escolta, de ver a tantos jóvenes en la bahía, de sentir que Cristo está en todo el mundo, me compromete, me alimenta, me impulsa a ir a nuevos espacios a decir que soy cristiana, estoy muy feliz".

La delegación chilena se sintió "absolutamente representada por estos compatriotas, ya que ellos en la proa de la embarcación hicieron flamear nuestra bandera, la que una y otra vez fue aplaudida al aparecer por las pantallas gigantes".

Para su grupo, sin duda, el mejor de los orgullos. Isabel Zubicueta, aseguró: "Es una felicidad muy grande que ellos hayan tenido esa oportunidad, los acompañamos y oramos mucho para que esa experiencia tenga muchos frutos".

Otro de los integrantes, Juan Carlos Astudillo, señaló: "Estamos felices por ellos y también por nosotros ya que también tuvimos la oportunidad de estar muy cerca del Papa, fue increíble. Cada día, cada actividad, ha marcado nuestras vidas".

Discurso del Papa en el encuentro con representantes de otras confesiones cristianas

SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció en la mañana de este viernes Benedicto XVI durante el encuentro que mantuvo con representantes de otras confesiones cristianas en la cripta de la catedral de Santa María de Sydney.


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Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

Doy gracias a Dios fervientemente por la oportunidad de encontraros y de orar junto con vosotros, que habéis llegado aquí en representación de varias comunidades cristianas en Australia. Agradecido por las cordiales palabras de bienvenida del Obispo Forsyth y del Cardenal Pell, con sentimientos de alegría os saludo en el nombre del Señor Jesús «la piedra angular» de la «casa de Dios» (cf. Ef 2,19-20). Deseo enviar un saludo particular al Cardenal Edward Cassidy, Presidente emérito del Consejo Pontificio para la Promoción de la unidad de los Cristianos, que no ha podido estar hoy con nosotros a causa de su delicada salud. Recuerdo con gratitud su decidido compromiso de promover la comprensión recíproca entre todos los cristianos y quisiera invitaros a todos a uniros conmigo en la oración por su pronto restablecimiento.

Australia es un País marcado por gran diversidad étnica y religiosa. Los inmigrantes llegan a las costas de esta majestuosa tierra con la esperanza de encontrar en ella felicidad y buenas oportunidades de trabajo. La vuestra es también una Nación que reconoce la importancia de la libertad religiosa. Éste es un derecho fundamental que, si se respeta, permite a los ciudadanos de actuar en base a valores arraigados en sus convicciones más profundas, contribuyendo así al bienestar de toda la sociedad. De este modo, los cristianos contribuyen, junto con los miembros de las otras religiones, a la promoción de la dignidad humana y la amistad entre las naciones.

A los australianos les gusta la discusión franca y cordial. Eso ha proporcionado un buen servicio al movimiento ecuménico. Un ejemplo puede ser el Acuerdo firmado en 2004 por los miembros del Consejo Nacional de las Iglesias en Australia. Este documento reconoce un compromiso común, indica objetivos, declara puntos de convergencia, sin pasar apresuradamente por encima de las diferencias. Un planteamiento como éste no sólo demuestra que es posible encontrar resoluciones concretas para una colaboración fructuosa en el presente, sino también que necesitamos proseguir pacientes discusiones sobre los puntos teológicos de divergencia. Es de desear que las deliberaciones, que haréis en el Consejo de las Iglesias y en otros foros locales, se vean alentadas por los resultados que ya habéis alcanzado.

Este año celebramos el segundo milenario del nacimiento de San Pablo, trabajador incansable en favor de la unidad en la Iglesia primitiva. En el pasaje de la Escritura que acabamos de escuchar, Pablo nos recuerda la inmensa gracia que hemos recibido al convertirnos en miembros del cuerpo de Cristo mediante el Bautismo. Este Sacramento, que es la puerta de entrada en la Iglesia y el «vínculo de unidad» para cuantos han renacido gracias a él (cf. Unitatis redintegratio, 22), es consiguientemente el punto de partida de todo el movimiento ecuménico. Pero no es el destino final. El camino del ecumenismo tiende, en definitiva, a una celebración común de la Eucaristía (cf. Ut unum sint, 23-24;45), que Cristo ha confiado a sus Apóstoles como el Sacramento por excelencia de la unidad de la Iglesia. Aunque hay todavía obstáculos que superar, podemos estar seguros de que un día una Eucaristía común subrayará nuestra decisión de amarnos y servirnos unos a otros a imitación de nuestro Señor. En efecto, el mandamiento de Jesús de «hacer esto en conmemoración mía» (Lc 22,19), está intrínsecamente ordenado a su indicación de «lavaros los pies unos a otros» (Jn 13,14). Por esta razón un sincero diálogo sobre el lugar que tiene la Eucaristía -estimulado por un renovado y atento estudio de la Escritura, de los escritos patrísticos y de los documentos de los dos milenios de la historia cristiana (cf. Ut unum sint, 69-70)- favorecerá indudablemente llevar adelante el movimiento ecuménico y unificar nuestro testimonio ante del mundo.

Queridos amigos en Cristo, creo que estaréis de acuerdo en considerar que el movimiento ecuménico ha llegado a un punto crítico. Para avanzar hemos de pedir continuamente a Dios que renueve nuestras mentes con la gracia del Espíritu Santo (cf. Rm 12,2), que nos habla por medio de las Escrituras y nos conduce a la verdad completa (cf. 2 P 1,20-21; Jn 16,13). Hemos de estar en guardia contra toda tentación de considerar la doctrina como fuente de división y, por tanto, como impedimento de lo que parece ser la tarea más urgente e inmediata para mejorar el mundo en el que vivimos. En realidad, la historia de la Iglesia demuestra que la praxis no sólo es inseparable de la didaché, de la enseñanza, sino que deriva de ella. Cuanto más asiduamente nos dedicamos a lograr una comprensión común de los misterios divinos, tanto más elocuentemente nuestras obras de caridad hablarán de la inmensa bondad de Dios y de su amor por todos. San Agustín expresó la interconexión entre el don del conocimiento y la virtud de la caridad cuando escribió que la mente retorna a Dios a través del amor (cf. De moribus Ecclesiae catholicae, XII,21), y que dondequiera que se ve la caridad, se ve la Trinidad (cf. De Trinitate, 8,8,12).

Por esta razón, el diálogo ecuménico no solamente avanza mediante un cambio de ideas, sino compartiendo dones que nos enriquecen mutuamente (cf. Ut unum sint, 28;57). Una «idea» está orientada al logro de la verdad; un «don» expresa el amor. Ambos son esenciales para el diálogo. Abrirnos nosotros mismos a aceptar dones espirituales de otros cristianos estimula nuestra capacidad de percibir la luz de la verdad que viene del Espíritu Santo. San Pablo enseña que en la koinonia de la Iglesia es donde nosotros tenemos acceso a la verdad del Evangelio y los medios para defenderla, porque la Iglesia está edificada «sobre el fundamento de los Apóstoles y los Profetas», teniendo a Jesús mismo como piedra angular (Ef 2,20).

En esta perspectiva podemos tomar en consideración quizás las imágenes bíblicas complementarias de «cuerpo» y de «templo», usadas para describir la Iglesia. Al emplear la imagen del cuerpo (cf. 1 Co 12,12-31), Pablo llama la atención sobre la unidad orgánica y sobre la diversidad que permite a la Iglesia respirar y crecer. Pero igualmente significativa es la imagen de un templo sólido y bien estructurado, compuesto de piedras vivas, que se apoyan sobre un fundamento seguro. Jesús mismo aplica a sí, en perfecta unidad, estas imágenes de «cuerpo» y de «templo» (cf. Jn 2,21-22; Lc 23,45; Ap 21,22).

Cada elemento de la estructura de la Iglesia es importante; pero todos vacilarían y se derrumbarían sin la piedra angular que es Cristo. Como «conciudadanos» de esta «casa de Dios», los cristianos tienen que actuar juntos a fin de que el edificio permanezca firme, de modo que otras personas se sientan atraídas a entrar y a descubrir los abundantes tesoros de gracia que hay en su interior. Al promover los valores cristianos, no debemos olvidar de proclamar su fuente, dando testimonio común de Jesucristo, el Señor. Él es quien ha confiado la misión a los «apóstoles», es Él del que han hablado los «profetas», y es Él al que nosotros ofrecemos al mundo.

Queridos amigos, vuestra presencia hoy aquí me llena de la ardiente esperanza de que, continuando juntos en el arduo camino hacia la plena unidad, tendremos la fuerza de ofrecer un testimonio común de Cristo. Pablo habla de la importancia de los profetas en la Iglesia de los inicios; también nosotros hemos recibido una llamada profética mediante el Bautismo. Confío que el Espíritu abra nuestros ojos para ver los dones espirituales de los otros, abra nuestros corazones para recibir su fuerza y abra de par en par nuestras mentes para acoger la luz de la verdad de Cristo. Expreso mi viva gratitud a cada uno de vosotros por el compromiso de tiempo, enseñanza y talento que habéis prodigado al servicio de «un sólo cuerpo y un sólo espíritu» (Ef 4,4; cf. 1 Co 12,13) que el Señor ha querido para su pueblo y por el que ha dado su propia vida. Gloria y poder para Él por los siglos de los siglos. Amén.

[Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede

© Copyright 2008 - Libreria Editrice Vaticana]

Discurso del Papa en el encuentro con representantes de otras religiones

SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- Publicamos el discurso que pronunció Benedicto XVI este viernes en la sala capitular de la catedral de Santa María en Sydney durante el encuentro que mantuvo con representantes de otras religiones.

Previamente habían tomado las palabra el cardenal George Pell, arzobispo de la ciudad; el rabino jefe de la Gran Sinagoga de Sydney, Jeremy Lawrence, y el jeque Mohamadu Saleem.



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Queridos amigos:

Dirijo un cordial saludo de paz y amistad a todos los que estáis aquí en representación de las diversas tradiciones religiosas presentes en Australia. Me alegra tener este encuentro y doy las gracias al Rabino Jeremy Lawrence y al jeque Mohamadu Saleem por las palabras de bienvenida que me han dirigido, en su nombre y en nombre de vuestras respectivas comunidades.

Australia es famosa por la amabilidad de sus habitantes con el prójimo y el turista. Es una nación que tiene en gran consideración la libertad religiosa. Vuestro País reconoce que el respeto de este derecho fundamental da a los hombres y mujeres la posibilidad de adorar a Dios según su conciencia, de educar el espíritu y de actuar según las convicciones éticas que se derivan de su credo.

La armoniosa correlación entre religión y vida pública es especialmente importante en una época en la que algunos han llegado a pensar que la religión es causa de división en vez de una fuerza de unidad. En un mundo amenazado por siniestras e indiscriminadas formas de violencia, la voz concorde de quienes tienen un espíritu religioso impulsa a las naciones y comunidades a solucionar los conflictos con instrumentos pacíficos en el pleno respeto de la dignidad humana. Una de las múltiples modalidades en que la religión se pone al servicio de la humanidad consiste en ofrecer una visión de la persona humana que subraya nuestra aspiración innata a vivir con magnanimidad, entablando vínculos de amistad con nuestro prójimo. Las relaciones humanas, en su íntima esencia, no se pueden definir en términos de poder, dominio e interés personal. Por el contrario, reflejan y perfeccionan la inclinación natural del hombre a vivir en comunión y armonía con los otros.

El sentido religioso arraigado en el corazón del ser humano abre a hombres y mujeres hacia Dios y los lleva a descubrir que la realización personal no consiste en la satisfacción egoísta de deseos efímeros. Nos guía más bien salir al encuentro de las necesidades de los otros y a buscar caminos concretos para contribuir al bien común. Las religiones desempeñan un papel particular a este respeto, en cuanto enseñan a la gente que el auténtico servicio exige sacrificio y autodisciplina, que se han de cultivar a su vez mediante la abnegación, la templanza y el uso moderado de los bienes naturales. Así, se orienta a hombres y mujeres a considerar el entorno como algo maravilloso, digno de ser admirado y respetado más que algo útil y simplemente para consumir. Un deber que se impone a quien tiene espíritu religioso es demostrar que es posible encontrar alegría en una vida simple y modesta, compartiendo con generosidad lo que se tiene de más con quien está necesitado.

Amigos, estos valores -estoy seguro que estaréis de acuerdo- son particularmente importantes para una adecuada formación de los jóvenes, que frecuentemente están tentados de considerar la vida misma como un producto de consumo. Sin embargo, también ellos tienen capacidad de autocontrol. De hecho, en el deporte, en las artes creativas o en los estudios, están dispuestos a aceptar de buena gana estos compromisos como un reto. ¿Acaso no es cierto que, cuando se les presentan altos ideales, muchos jóvenes se sienten atraídos por el ascetismo y la práctica de la virtud moral, tanto por respeto de sí mismos como por atención hacia los demás? Disfrutan con la contemplación del don de la creación, y se sienten fascinados por el misterio de lo trascendente. En esta perspectiva, tanto las escuelas confesionales como las estatales podrían hacer más para desarrollar la dimensión espiritual de todo joven. En Australia, como en otros lugares, la religión ha sido un factor que ha motivado la fundación de muchas instituciones educativas, y por buenas razones sigue teniendo hoy un puesto en los programas escolares. El tema de la educación aparece con frecuencia en las deliberaciones de la Organización Interfaith Cooperation for Peace and Harmony, y aliento vivamente a los que participan en esta iniciativa a continuar en su análisis de los valores que integran las dimensiones intelectuales, humanas y religiosas de una educación sólida.

Las religiones del mundo dirigen constantemente su atención a la maravilla de la existencia humana. ¿Quién puede dejar de asombrarse ante la fuerza de la mente que averigua los secretos de la naturaleza mediante los descubrimientos de la ciencia? ¿Quién no se impresiona ante la posibilidad de trazar una visión del futuro? ¿Quién no se sorprende ante la fuerza del espíritu humano, que establece objetivos e indaga los medios para lograrlos? Hombres y mujeres no solamente están dotados de la capacidad de imaginar cómo podrían ser mejores las cosas, sino también de emplear sus energías para hacerlas mejores. Somos conscientes de lo peculiar de nuestra relación con el reino de la naturaleza. Por tanto, si creemos que no estamos sometidos a las leyes del universo material del mismo modo que el resto de la creación, ¿no deberíamos hacer también de la bondad, la compasión, la libertad, la solidaridad y el respeto a cada persona un elemento esencial de nuestra visión de un futuro más humano?

La religión, además, al recordarnos la limitación y la debilidad del hombre, nos impulsa también a no poner nuestras esperanzas últimas en este mundo que pasa. El hombre «es igual que un soplo; sus días una sombra que pasa» (Sal 143, 4). Todos nosotros hemos experimentado la desilusión por no haber logrado cumplir aquel bien que nos propusimos realizar y la dificultad de tomar la decisión justa en situaciones complejas. La Iglesia comparte estas consideraciones con las otras religiones. Impulsada por la caridad, se acerca al diálogo en la convicción de que la verdadera fuente de la libertad se encuentra en la persona de Jesús de Nazaret. Los cristianos creen que es Él quien nos revela completamente las capacidades humanas para la virtud y el bien; Él es quien nos libera del pecado y de las tinieblas. La universalidad de la experiencia humana, que transciende las fronteras geográficas y los límites culturales, hace posible que los seguidores de las religiones se comprometan a dialogar para afrontar el misterio de las alegrías y los sufrimientos de la vida. Desde este punto de vista, la Iglesia busca con pasión toda oportunidad para escuchar las experiencias espirituales de las otras religiones. Podríamos afirmar que todas las religiones aspiran a penetrar el sentido profundo de la existencia humana, reconduciéndolo a un origen o principio externo a ella. Las religiones presentan un tentativo de comprensión del cosmos, entendido como procedente de dicho origen o principio y encaminado hacia él. Los cristianos creen que Dios ha revelado este origen y principio en Jesús, al que la Biblia define «Alfa y Omega» (cf. Ap 1, 8; 22, 1).

Queridos amigos, he venido a Australia como embajador de paz. Por eso me alegra encontrarme con vosotros que también compartís este anhelo y el deseo de ayudar al mundo a conseguir la paz. Nuestra búsqueda de la paz procede estrechamente unida a la búsqueda del sentido, pues descubriendo la verdad es como encontramos el camino hacia la paz (cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2006). Nuestro esfuerzo para llegar a la reconciliación entre los pueblos brota y se dirige hacia esa verdad que da una meta a la vida. La religión ofrece la paz, pero -lo que es más importante aún- suscita en el espíritu humano la sed de la verdad y el hambre de la virtud. Que podamos animar a todos, especialmente a los jóvenes, a contemplar con admiración la belleza de la vida, a buscar su último sentido y a comprometerse en realizar su sublime potencial.

Con estos sentimientos de respeto y aliento os confío a la providencia de Dios omnipotente, y os aseguro mi oración por vosotros y por vuestros seres queridos, por los miembros de vuestras comunidades y por todos los habitantes de Australia.

[Traducción del original inglés distribuida por la Santa Sede

Los jóvenes afluyen a la Expo Vocacional

Los visitantes, sorprendidos por el número de órdenes religiosas

SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- Con una impresionante vista del rompeolas y la promesa descubrir más de 110 modos de vida consagrada, la Expo Vocacional de Sydney está atrayendo un constante flujo de peregrinos.

La Jornada Mundial de la Juventud ya tiene fama de proporcionar un entorno en el que la gente joven puede oír la llamada de Dios en sus vidas. Testimonios de miles de jóvenes hablan de una profunda experiencia de fe con implicaciones en su vida práctica y un incremento de vocaciones.

Sydney está mostrando que no es diferente.

La Expo Vocacional de este año está situada en el corazón de la ciudad, en el Centro de Congresos, en el puerto Darling. El lugar está cerca de otras sedes de la fiesta juvenil como Barangaroo, donde se celebró la misa de apertura.

Más de 110 órdenes religiosas, comunidades y movimientos proporcionan información sobre su carisma y vida consagrada.

Regalos como cuentas de rosario, tatuajes australianos, bolígrafos y golosinas pretenden atraer a los peregrinos. Pero los visitantes afirman que el testimonio de quienes gestionan los stands es la verdadera atracción.

La neozelandesa Joanna Hardy, de 19 años, dijo que acudió a la expo porque buscaba saber más sobre la vida de las órdenes religiosas.

"No quiero convertirme en una monja o algo así --aclaró--. Pero quiero conocer las diferentes órdenes religiosas. La expo literalmente me impresionó. No tenía ni idea de que existieran tantas órdenes religiosas".

La hermana Lan, de las religiosas de Nazaret, con sede en Victoria, Australia, observó: "Es una oportunidad única para la gente joven de conocer las órdenes religiosas. Importante para nosotros, es una gran ocasión de encontrarse con la gente joven y hacerles saber que existimos".

"Ha habido un flujo constante de peregrinos --informa la religiosa--. Es maravilloso".

Otros jóvenes se sienten felices de reconocer que piensan que Dios les está llamando a la vida consagrada a El.

Christopher Daniels, de 18 años, de Atlanta, Georgia, explica: "Estuve discerniendo mi vocación por un tiempo, aunque no estoy seguro de a qué orden me uniré, esto definitivamente ayuda".

Preguntado qué stands le impresionaron más, dijo: "Las monjas, lo han conseguido realmente todas".

Mientras muchos miran a la Iglesia católica en "crisis vocacional", si la expo puede ser una señal, el futuro parece brillante.

La hermana Lan añade: "Yo no diría que hay una crisis vocacional. Cuando hay un declinar en un país, hay siempre un crecimiento en otro. Tengo mucha fe en el Espíritu Santo".

Por Carla Maschereno, traducido del inglés por Nieves San Martín

Los musulmanes dan la bienvenida al Papa en Sydney

La comunidad islámica alberga a 350 peregrinos

SYDNEY, viernes, 18 julio 2008 (ZENIT.org).- La Federación Australiana de Consejos Islámicos está rezando por la paz y la armonía entre toda la gente de buena voluntad durante la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) en Sydney.

Su presidente Ikebal Patel hizo una declaración esta semana en la que manifiesta "sinceras congratulaciones a la comunidad católica de Australia en representación de los musulmanes de Australia".

"Aprovecho esta oportunidad en representación de los musulmanes de Australia para extender también nuestros buenos deseos a los australianos de todos los credos en esta propicia ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud y rezo por la paz, armonía y buena voluntad entre todos los australianos y personas de todo el mundo".

"Aprovecho también la ocasión como musulmanes australianos de dar la bienvenida a Su Santidad el Papa Benedicto así como a todos los demás peregrinos a Australia".

Patel también mencionó que está "especialmente orgulloso" de que la Iglesia católica aceptara la oferta de la Escuela Islámica Malek Fahd en Sydney de albergar a 350 peregrinos durante las celebraciones.

Algunos estudiantes musulmanes colaboran en el servicio a los peregrinos, y la escuela celebra un evento interreligioso durante la semana.

Benedicto XVI se mantuvo un encuentro este viernes con representantes de otros credos, incluyendo líderes musulmanes, judíos, budistas e hindúes.

Más de 340.000 musulmanes residen en Australia.

El padre Mark Podesta, portavoz de la JMJ, dijo que la implicación de las escuelas islámicas "es una oportunidad para mostrar al resto del mundo que personas de diferentes procedencias y diferentes creencias pueden convivir en paz, buena voluntad y armonía".

Benedicto XVI pone en Sydney los cimientos de una ecología humana

Que tiene en cuenta tanto el entorno natural como el social

SYDNEY, jueves, 17 julio 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI presentó este jueves durante la fiesta de bienvenida de las Jornadas de la Juventud los fundamentos de una ecología humana, que tiene en cuenta tanto el entorno natural como el social.

El largo discurso del pontífice, lleno de imágenes de los paisajes que pudo apreciar durante sus 20 horas de vuelo de Roma a Sydney, hunde sus cimientos en la innata dignidad de toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios, y en su responsabilidad ante la creación.

El pontífice comenzó denunciando las "heridas que marcan la superficie de la tierra: la erosión, la deforestación, el derroche de los recursos minerales y marinos para alimentar un consumismo insaciable".

"Algunos de vosotros provienen de islas-estado, cuya existencia misma está amenazada por el aumento del nivel de las aguas; otros de naciones que sufren los efectos de sequías desoladoras", dijo a las 500.000 personas que participaron en la fiesta, sobre todo en el embarcadero de Barangaroo, entre los cuales más de 200.000 jóvenes.

Ahora bien, aclaro, al hombre no sólo le rodea un entorno natural, sino que existe también el entorno "social", "el hábitat que nos creamos nosotros mismos". Éste, siguió constatando, también "tiene sus cicatrices; heridas que indican que algo no está en su sitio".

Entre los ejemplos citó "el abuso de alcohol y de drogas, la exaltación de la violencia y la degradación sexual, presentados a menudo en la televisión e internet como una diversión".

"Me pregunto cómo uno que estuviera cara a cara con personas que están sufriendo realmente violencia y explotación sexual podría explicar que estas tragedias, representadas de manera virtual, han de considerarse simplemente como 'diversión'", confesó el obispo de Roma.

La causa de la crisis

Esta crisis de la ecología natural y de la ecología social el Papa la atribuyó al hecho de que "la libertad y la tolerancia están frecuentemente separadas de la verdad".

"Esto está fomentado por la idea, hoy muy difundida, de que no hay una verdad absoluta que guíe nuestras vidas. El relativismo, dando en la práctica valor a todo, indiscriminadamente, ha hecho que la 'experiencia' sea lo más importante de todo".

En realidad, "las experiencias, separadas de cualquier consideración sobre lo que es bueno o verdadero, no llevan a una auténtica libertad, sino más bien a una confusión moral o intelectual, a un debilitamiento de los principios, a la pérdida de la autoestima, e incluso a la desesperación".

El papa invitó a los jóvenes a no dejarse "engañar por los que ven en vosotros simplemente consumidores en un mercado de posibilidades indiferenciadas, donde la elección en sí misma se convierte en bien, la novedad se hace pasar como belleza y la experiencia subjetiva suplanta a la verdad".

"¿Sabemos reconocer que la dignidad innata de toda persona se apoya en su identidad más profunda -como imagen del Creador- y que, por tanto, los derechos humanos son universales, basados en la ley natural, y no algo que depende de negociaciones o concesiones, fruto de un simple compromiso?", preguntó el Papa.

Esto le llevó a reflexionar sobre "el lugar que ocupan en nuestra sociedad los pobres, los ancianos, los emigrantes, los que no tienen voz".

"¿Cómo es posible que la violencia doméstica atormente a tantas madres y niños? ¿Cómo es posible que el seno materno, el ámbito humano más admirable y sagrado, se haya convertido en lugar de indecible violencia?", siguió interrogándose.

Dignidad innata de toda vida humana

Según el pontífice, "la preocupación por la no violencia, el desarrollo sostenible, la justicia y la paz, el cuidado de nuestro entorno, son de vital importancia para la humanidad".

"Pero todo esto no se puede comprender prescindiendo de una profunda reflexión sobre la dignidad innata de toda vida humana, desde la concepción hasta la muerte natural, una dignidad otorgada por Dios mismo y, por tanto, inviolable", alertó.

"Nuestro mundo está cansado de la codicia, de la explotación y de la división, del tedio de falsos ídolos y respuestas parciales, y de la pesadumbre de falsas promesas".

"Nuestro corazón y nuestra mente --concluyó-- anhelan una visión de la vida donde reine el amor, donde se compartan los dones, donde se construya la unidad, donde la libertad tenga su propio significado en la verdad, y donde la identidad se encuentre en una comunión respetuosa".

El Papa a los jóvenes: Nadie está obligado a quedarse fuera de la Iglesia

Primer discurso a los muchachos en la fiesta de bienvenida de la JMJ

SYDNEY, jueves, 17 julio 2008 (ZENIT.org).- Benedicto XVI pidió que ningún joven se sienta fuera de la Iglesia en la fiesta de bienvenida de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que se celebró en la tarde de este jueves en el embarcadero de Barangaroo.

Benedicto XVI llegó a la Bahía de Sydney a bordo del barco de crucero "Sydney 2000", de la línea "Captain Cook", escoltado por 13 barcos. La seguridad quedó garantizada por helicópteros y policías en motos de agua y lanchas rápidas.

Tras 45 minutos de travesía, fue acogido por unos 500 mil peregrinos, jóvenes de todo el mundo y australianos de diferentes edades, que aclamaban en todos los idiomas.

Se había embarcado en Rose Bay, en el Este de Sydney, donde fue acogido por representantes aborígenes. Poco después, en su discurso, alabó el esfuerzo de Australia por reparar las históricas injusticias cometidas contra estas poblaciones. La sonrisa del Papa durante la navegación podía verse en grandes pantallas distribuidas por la ciudad.

Tras desembarcar, el Papa dirigió un discurso desde el embarcadero en el que constató ante los jóvenes que "la variedad de Naciones y culturas de las que provenís demuestra que verdaderamente la Buena Nueva de Cristo es para todos y cada uno; ella ha llegado a los confines de la tierra".

Sin embargo, añadió, "también sé que muchos de vosotros estáis aún en busca de una patria espiritual. Algunos, siempre bienvenidos entre nosotros, no sois católicos ni cristianos. Otros, tal vez, os movéis en los aledaños de la vida de la parroquia y de la Iglesia".

El Papa lanzó un llamamiento: "acercaos al abrazo amoroso de Cristo; reconoced a la Iglesia como vuestra casa. Nadie está obligado a quedarse fuera, puesto que desde el día de Pentecostés la Iglesia es una y universal".

El obispo de Roma dirigió un particular saludo a todos los que no han podido venir a Sydney, "especialmente los enfermos o los minusválidos psíquicos, los jóvenes en prisión, los que están marginados por nuestra sociedad y a los que por cualquier razón se sienten ajenos a la Iglesia".

A todos les dijo, "Jesús está cerca de ti. Siente su abrazo que cura, su compasión, su misericordia".

Uno de los jóvenes presentes, Michael Dooley, católico de 28 años, de Queensland (Australia) explicó que tras este encuentro con el Papa se siente llamado a una nueva misión.

"Estoy seguro de que cada uno de los que estábamos presentes al escuchar su discurso hemos quedado tocados, como si se tratara del mismo vicario de Cristo".

Finalizado el encuentro, el Papa se trasladó a la casa de la catedral en papamóvil, su residencia en estos días, pasando ante la estupenda Opera House, mientras banderas de todos los países eran agitadas por los chicos y chicas.

Un grupo de Colonia, la ciudad en la que se celebraron las Jornadas Mundiales de la Juventud de agosto de 2005, explicó que en esta ocasión el ambiente es "más personal", pues la multitud es menos numerosa y la ciudad más grande.

"Es reconfortante tener entre nosotros al Santo Padre", explicó Tani Watson, un estadounidense de 17 años. "Es como tener al gran padre que nos unifica con su presencia, nos muestra a los jóvenes que tenemos un valor que es muy grande".

Con informacioń de Anthony Barich y Catherine Smibert

jueves, 17 de julio de 2008

Jóvenes españoles descubren un nuevo rostro de la Iglesia en Sydney

En la predicación de sus cardenales y obispos


SYDNEY, jueves, 17 julio 2008 (ZENIT.org).- Muchos jóvenes españoles, habituados a las constantes críticas de los medios de comunicación a los obispos e incluso a la experiencia religiosa, están descubriendo un nuevo rostro de la Iglesia: una Iglesia que abre los brazos y tiende puentes.

Un momento único para los chicos y chicas para tomar contacto en primera persona con sus obispos son las catequesis que están teniendo lugar en tres de las mañanas de estos priemros días de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Este jueves se celebró la segunda catequesis en la que los obispos han hablado sobre el tema "El Espíritu Santo, alma de la Iglesia". Diez cardenales y obispos españoles han dirigido la palabra a los muchachos divididos en grupos.

El mensaje es decisivo, comenta la Oficina de Información de la Conferencia Episcopal Española, pues "hoy muchos jóvenes son atraídos por Cristo y el mensaje del Evangelio, pero les cuesta reconocer que Él está presente en la Iglesia y que actúa a través de ella; de aquí la importancia, han señalado en las catequesis los obispos, de profundizar su relación con la Iglesia, Cuerpo de Cristo y misterio de comunión".

En la parroquia de St. Michael Daceyville, el arzobispo de Madrid y presidente de la Conferencia, cardenal Antonio María Rouco Varela, ha afirmado que "la vida de cada ser humano es un proyecto para la eternidad y no para la muerte".

Al referirse a la Iglesia ha dicho que "es de Cristo, no nuestra" y que "no ha nacido como nace un club social, sino que ha nacido de Dios".

Al igual que en la catequesis de este miércoles, el cardenal de Madrid ha hecho constantes referencias a la vida de los santos, en especial, dada la presencia de muchos jóvenes latinoamericanos, ha glosado la figura de san Juan Diego, quien recibió las apariciones de la Virgen de Guadalupe en México.

"Al final --ha señalado el cardenal--, se nos olvidarán los nombres de los jugadores de la selección española de fútbol que han ganado la Eurocopa 2008, pero la vida de los santos permanece".

En la sala principal de conciertos del Opera House de Sydney, el arzobispo de Toledo y primado de España, cardenal Cañizares Llovera, ha señalado que "el mundo de hoy necesita el testimonio de la Iglesia. Cristo no es un personaje del pasado; vive y está presente en nuestras vidas por la acción del Espíritu. No es posible amar a Cristo sin amar a la Iglesia".

El cardenal de Toledo ha presentado a la Iglesia como el eje de la vida de los santos y ha afirmado que la Iglesia "ha de tender puentes a todos los hombres y ser un espacio de comunión hacia una nueva humanidad".
Por ultimo, el arzobispo de Barcelona, cardenal Martínez Sistach, en la parroquia St. Francis Xavier Lavender Bay, ha explicado cómo la iglesia evangeliza "en el Espíritu".

"Toda la comunidad cristiana --apunta el cardenal Sistach-- tiene que inspirarse para su misión en la alegría que el Espíritu Santo infunde en los corazones de los creyentes".

Por ello, ha subrayado que "la Iglesia no puede descuidar su misión de dar a conocer a todas las gentes el gran bien que es el conocimiento del verdadero rostro de dios y la amistad con Jesucristo. Es el deber de la evangelización. La Iglesia debe, por tanto, evangelizar y también reevangelizar un mundo, muchas veces, descristianizado y secularizado".


Luego, en el mismo lugar de las catequesis, los obispos compartieron el almuerzo con los peregrinos. Posteriormente, se dirigieron hacia el muelle de Barangaroo para dar la bienvenida a Benedicto XVI.

Los tres cardenales españoles presentes en Sydney tuvieron la oportunidad de acompañar a Benedicto XVI en su travesía en barco por la Bahía de Sydney.

Confesión, confesión por todas partes

El cardenal Pell quiere que los jóvenes redescubran el sacramento


SYDNEY, jueves, 17 julio 2008 (ZENIT.org).- El arzobispo de Sydney afirma que la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) está ayudando a restaurar un elemento clave para la vida de la Iglesia: el sacramento de la reconciliación.

Con este fin, el cardenal George Pell aseguró que el sacramento está disponible en la ciudad anfitriona esta semana. Los sacerdotes, que recibieron con su acreditación un calendario de confesiones, están situados a lo largo de toda la ciudad en auténticos confesonarios improvisados.

Se les puede ver bajo los árboles del Domain, en torno a las aguas del Puerto Darling y en los huecos de cada iglesia de la ciudad.

La Universidad de Notre Dame ha instalado seis zonas de confesiones, que según informa Alton Pelowski de Michigan nunca están sin penitentes.

"Es impresionante ver la reverencia y determinación de cada joven peregrino en busca de significado", explica a Zenit.

Probablemente el sitio más visitado para recibir este sacramento es el Centro de Adoración y Reconciliación en el Centro de Convenciones y Exhibiciones de Sydney, que registra nutridas filas de penitentes que desembocan allí tras asistir a sus catequesis matinales.

Otros lugares accesibles son la imponente Opera House, el Domain, y eventualmente los pabellones del Hipódromo de Randwick, que el sábado y el domingo será el lugar de la vigilia y la misa de clausura, presididas por Benedicto XVI.
El cardenal Pell explica a Zenit que está determinado a repetir la efusión del espíritu necesario para la plena reconciliación con Cristo de la que fue testigo en el año 2000, durante la Jornada Mundial de la Juventud de Roma.

El cardenal considera que cuando la gente joven tiene la oportunidad de recibir el sacramento de la reconciliación, normalmente acude.

"Hemos visto en la escuela de la catedral y en nuestros grupos de la Jornada Mundial de la Juventud que casi todos lo hacen, y los no católicos desean acudir también --añadió--. Aunque no pueden recibir la absolución, pueden venir para una charla y desnudar su alma".

El cardenal Pell dijo que está "convencido de que un elemento significativo tras la rabia y la hostilidad de mucha gente joven es el efecto de la culpabilidad desplazada, y todo lo que se dice sobre la primacía de la conciencia no les ayuda".

"La gente se siente culpable --añadió--, aunque no le llamen culpabilidad. Tratan de enterrarla dentro de sí, pero después emerge en toda suerte de direcciones inesperadas".

"En un tiempo en el que hay un creciente negocio de psicología, autoayudad, etc. --reconoce el cardenal--, es triste que se dé una caída en la práctica de la confesión, y la Jornada Mundial de la Juventud está ayudando a renovar esto: uno de los más importantes dones que la Iglesia ofrece".

Traducido del inglés por Nieves San Martín