Al recibir a miembros de la Internacional Democrática de Centro y Demócrata
CASTEL GANDOLFO, viernes, 21 septiembre 2007 (ZENIT.org).- La coherencia de los cristianos es «indispensable también en la vida política» para servir «a la grande y noble causa del hombre y del bien común», hoy en jaque por distintos factores, advierte Benedicto XVI.
Escucharon las palabras del Papa doscientos representantes, procedentes de numerosas naciones, que participan en el encuentro promovido en Roma por la Internacional Democrática de Centro y Demócrata Cristiana (IDC).
En la audiencia, el Santo Padre apuntó valores «forjados o profundizados de manera decisiva por la tradición cristiana en Europa y en el mundo entero», consciente de que los políticos allí presentes comparten «no pocos de sus principios».
«Por ejemplo la centralidad de la persona y del respeto de los derechos humanos, el compromiso por la paz y la promoción de la justicia para todos», «principios fundamentales que están relacionados entre sí», apuntó.
Con todo, la actividad de estos políticos, «que se inspira en tales principios, se hace hoy más difícil todavía por el clima de profundos cambios que viven nuestras comunidades», reconoció el Papa.
Por ejemplo, en el campo económico se «identifica el bien con el beneficio»; se dice que «la razón humana es incapaz de captar la verdad y, por lo tanto, de perseguir el bien que corresponde a la dignidad de la persona»; se considera legítima «la eliminación de la vida humana en su fase prenatal o en la terminal»; y es «preocupante» «la crisis de la familia, célula fundamental de la sociedad fundada en el matrimonio indisoluble de un hombre y de una mujer», alertó el Papa.
Pero «la experiencia demuestra --recordó-- que cuando la verdad del hombre es ultrajada, cuando la familia se mina en sus fundamentos, la paz misma está amenazada, el derecho corre peligro de verse comprometido y, como consecuencia lógica, se va hacia injusticias y violencias».
Benedicto XVI también reclamó, en cuanto a la libertad religiosa, su garantía no sólo jurídica, sino también en la práctica diaria.
Y es que «la apertura a la trascendencia» es «garantía indispensable para la dignidad humana porque existen anhelos y exigencias del corazón de cada persona que sólo en Dios encuentran compresión y respuesta», subrayó.
«¡No se puede por lo tanto excluir a Dios del horizonte del hombre y de la historia! --manifestó--. He aquí por qué hay que acoger el deseo común a todas las tradiciones auténticamente religiosas de mostrar públicamente la propia identidad, sin estar obligados a esconderla o mimetizarla».
«El respeto de la religión contribuye, además, a desmentir el repetido reproche de haber olvidado a Dios, con el que algunas redes terroristas intentan justificar sus amenazas», observó, recalcando asimismo la necesidad de combatir este violento flagelo «siempre en el pleno respeto de las reglas morales y jurídicas».
Trazado este panorama, el Papa alertó de que la coherencia de los cristianos es «indispensable también en la vida política, para que la “sal” del compromiso apostólico no pierda su “sabor”, y la “luz” de los ideales evangélicos no sea oscurecida en su acción cotidiana».
Y alentó a los presentes, políticos de inspiración cristiana, «a proseguir en el esfuerzo de servir el bien común, actuando para que no se difundan ni se refuercen ideologías que pueden oscurecer o confundir las conciencias y transmitir una ilusoria visión de la verdad y del bien».
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