De monseñor Sarlinga obispo de Zárate-Campana, Argentina
BUENOS AIRES, miércoles, 26 septiembre 2007 (ZENIT.org).- En la celebración de la advocación mariana de «Nuestra Señora del Pozo» (Madonna del Pozzo, 1256), y coincidiendo con fiesta de Nuestra Señora de la Merced, la «Libertadora de los cautivos», monseñor Óscar Domingo Sarlinga, obispo de Zárate-Campana, Argentina, ha escrito una carta pastoral, dedicada a quienes «sufren algún tipo de depresión, angustia y situaciones de grave necesidad».
La primera parte del mensaje se dedica a presentar la depresión y la angustia como «males complejos dentro del misterio del sufrimiento».
Monseñor Sarlinga relata que, en 2006, tuvo la ocasión de declarar Nuestra Señora del Pozo «patrona para quienes sufren depresión y estados de angustia y situaciones de grave necesidad», en esta diócesis de Zárate-Campana.
Entronizada en la parroquia de Santa Rosa de Lima, Villa Rosa (Pilar) y en otras capillas como Santa Teresita, Manuel Alberti, y María de Nazaret, en Zárate, «allí han acudido miles de fieles a lo largo de este año –relata monseñor..., con el maravilloso don de la fe, o bien pidiendo al Señor ese don».
El obispo explica que no hay nada de especial en esta advocación: «Casa de María» son todas las iglesias donde se encuentra Jesús eucarístico y la presencia espiritual de la Madre.
Recuerda la solicitud especial de la Iglesia por los que sufren enfermedad y cita a Benedicto XVI, en una reciente visita a una clínica: «Encontrándome entre vosotros, pienso de modo espontáneo en Jesús, que durante su existencia terrena siempre mostró una particular atención a los que sufrían, curándolos y dándoles la posibilidad de volver a la vida de relación familiar y social, que la enfermedad había impedido».
El obispo explica en qué consiste el estado patológico de la depresión y cómo distinguirla de una simple tristeza.
«¿Es un drama la vida? --se pregunta el pastor de Zárate-Campana--. En el ámbito de la filosofía, no pocos consideran que el grito de Friedrich Nietzche, acerca de ‘la muerte de Dios’ plantea en realidad la trágica cuestión de ‘la muerte del ser humano’. El declive postmoderno, desde Michel Foucault a Claude Levi-Straus, desde el ‘sueño antropológico’ del primero, que deviene en ‘muerte del hombre’ hasta la mitológica tetralogía del segundo, con su ‘crepúsculo de los hombres’, caracterizado por la ‘nada’».
«Frente al drama del vacío existencial, pongamos Amor, y allí donde haya odio, envidia, paranoia consentida, también», añade.
Sin entrar en el plano de la responsabilidad moral, explica, «nada menor puede constituir un factor a considerar como desencadenante de la depresión (más allá de todas las predisposiciones genéticas y otras causales), el excesivo perfeccionismo de la persona (¿es ésta una manifestación obsesiva?), es decir, el ansia desmesurada de obtener resultados «perfectos», que nadie pueda atacar o criticar (lo cual esto último, curiosamente, hace a la persona muy vulnerable a la frustración). El perfeccionismo podría ser confundido con el sentido genérico de la «responsabilidad», pero en realidad denota cierto sentimiento de omnipotencia y, diríamos, de «irrealismo», en el sentido de rehusar admitir las propias limitaciones. No es el caso la mayoría de las veces, pero puede ocurrir que dicho perfeccionismo hiperintencional (utilizando un lenguaje más o menos frankliano) se vea teledirigido a logros de anti-valores, como tantas veces son
pregonados por algunos medios masivos de comunicación».
«Ya más en el orden psíquico y psicológico, otro factor importante puede constituir
la psico-estructura del sujeto», subraya.
«En el mismo orden, tampoco podríamos dejar de mencionar como factores depresivos la agobiante ‘soledad’ (...) y la parálisis o atrofia de la actividad (mencionada magistralmente por Frankl como hiperintención paralizante), en la cual la persona deprimida experimenta una exacerbación de su sentido de autocrítica y tiende a teñir de negativo sus posibilidades de actuación».
Ante ello, la actitud pastoral: desde un punto de vista psicológico, y humano, explica el obispo argentino, es ayudar a «superar la soledad y aislamiento», la persona «necesita que alguien le abra camino a la luz en su vida, necesita ejercitar alguna actividad satisfactoria que le resulte exitosa, abrirse al Bien y a la Verdad, y para ello es preciso que descubra cuáles son las fisuras y grietas de su personalidad por dónde se han filtrado las aguas negras de la depresión. Para esto puede ayudar grandemente una perspectiva espiritual profunda, que redimensione enteramente los actos del drama, para transformarlos en una nueva actuación de vida».
El la tercera parte de la carta, el obispo aborda la recuperación desde la fuente de dimensión espiritual.
Lo primero es la aceptación de la propia realidad, la cual, en la medida en que Dios la quiso, o permitió por lo menos, llega a ser «historia sagrada» en el sentido en que ni un cabello cae de nuestra cabeza sin que el Padre celestial lo sepa.
Es claro que si la persona que sufre depresión es creyente, más aún, un cristiano, un católico con claro conocimiento de su fe y de la doctrina sobre Dios providente, «hay elementos muy sólidos para superar el mundo de oscuridad y frustración y de parálisis psíquica».
«Por ello, en la atención pastoral de quien padece angustia y depresión ocupa un lugar de primer plano todo lo que pueda robustecer la fe», añade.
«La depresión y la angustia, en lo espiritual, constituyen una dura prueba. El papel de los que cuidan de la persona deprimida, y no tienen una tarea terapéutica específica (por ejemplo quienes atienden a nivel pastoral a quienes más sufren), consiste sobre todo en ayudarle a recuperar la estima de sí misma, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro y el deseo de vivir», explica..
«Algo muy importante en la búsqueda de sentido, para un creyente, es asumir el sufrimiento (y por ende la depresión y la angustia), sin quedantismo ni, ciertamente, como forma de trágico masoquismo sino como forma de «participación en la pasión y en la cruz de Cristo» y como una realidad dolorosa que nos habilita, en el decir de San Pablo, para ‘completar lo que falta a la pasión de Cristo, en favor de su cuerpo que es la Iglesia’ (Col 1, 24)».
«Esto es causa de esperanza y de apertura de una gran ventana de luz, que da a la comprensión del destino de bienaventuranza de la persona humana, al punto que se haga prácticamente manifiesto cómo el camino hacia la vida eterna puede tener que atravesar por una prueba, casi como, en cierto sentido, un propio aniquilamiento y sentimiento de abandono, a imitación de Cristo. La oración (¡qué maravilloso es abrirnos a orar!), la participación fructuosa en los sacramentos de la Iglesia serán entonces de inmensa ayuda, en especial la Eucaristía, la Penitencia y la Unción de los enfermos».
Y afirma que «la alegría pascual refulge siempre magnífica en la Iglesia y para la humanidad». La alegría cristiana «proviene de la esperanza que no defrauda, ese «ya pero todavía no» que es anticipación de la Gloria del Cielo.
«Pedimos al Señor, por intercesión de la Santísima Virgen María, en su advocación de Nuestra Señora del Pozo, que saque a nuestros hermanos caídos en el pozo de oscuridad y angustia y nos haga ver su Luz -también a través de las causas segundas de la ciencia-, un Camino de Luz, para pasar ‘haciendo el bien’», concluye.
Puede leerse la carta en http://www.aica.org/index2.php?pag=sarlinga0709_NtraSraPozo
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