viernes, 14 de diciembre de 2007

La Iglesia necesita vivir del «perenne Pentecostés», advierte el predicador del Papa

En su meditación de Adviento a Benedicto XVI y a la Curia


CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 14 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Todos en la Iglesia «estamos llamados» a estar en la «corriente de gracia» de un «Pentecostés continuo», clave para el anuncio profético de Cristo, reconoció este viernes el predicador de la Casa Pontifica ante el Papa y sus colaboradores de la Curia Romana.

Y expresión de ese Pentecostés continuo es el «bautismo en el Espíritu», aquello que distingue toda la persona y obra de Cristo, sintetizó el padre Raniero Cantalamessa OFM Cap. en su segunda predicación de Adviento.

Eje de estas meditaciones es el texto paulino: «Nos ha hablado por medio del Hijo» (Hb 1,1-3), del que se desprende la división del tiempo en dos partes: cuando Dios habló a través de los profetas y el tiempo en que Dios habla a través del Hijo, apuntó el predicador del Papa el viernes pasado.

Y «gozne» entre un tiempo y el otro es Juan el Bautista, «más que un profeta» porque anuncia a Cristo presente --subrayó--. Figura precursora del Mesías, en el Nuevo Testamento el Bautista es la mejor evidencia de la novedad de Cristo.

«Entre la misión de Juan el Bautista y la de Jesús ha ocurrido algo decisivo» «que constituye una divisoria entre dos épocas»; «el centro de gravedad de la historia se ha desplazado: lo más importante ya no está en un futuro más o menos inminente --recalcó--, sino que está "aquí y ahora", en el reino que está ya operante en la persona de Cristo».

Y es ésta la «nueva profecía» que inauguró Juan el Bautista: consiste en «revelar la presencia escondida de Cristo en el mundo», sacudiendo su indiferencia.

Pero «para dar testimonio de Jesús se requiere espíritu de profecía». «¿Existe este espíritu de profecía en la Iglesia? ¿Se cultiva? ¿Se alienta? ¿O se cree, tácitamente, que se puede prescindir de él, apuntando más hacia medios y recursos humanos?», interrogó.

Urge esta profecía, que haya profetas de Dios, aún pequeños o desconocidos, pero con «fuego en el corazón, palabra en los labios, profecía en la mirada», que es lo que define el «perenne Pentecostés» que necesita la Iglesia -como decía Pablo VI y recordó el padre Cantalamessa--.

El poder del Espíritu
«La comparación entre el Bautista y Jesús se cristaliza en el Nuevo Testamento en la comparación entre el bautismo de agua y el bautismo de Espíritu», explicó el predicador de la Casa Pontificia; Jesús «bautiza en Espíritu Santo» «en el sentido de que recibe y da el Espíritu sin medida», «efunde su Espíritu sobre toda la humanidad redimida».

De hecho, la expresión «bautizar en el Espíritu» define «la obra esencial del Mesías» y, aplicándolo «a la vida y al tiempo de la Iglesia, debemos concluir que Jesús resucitado no bautiza en Espíritu Santo únicamente en el sacramento del bautismo --expresó--, sino, de manera distinta, también en otros momentos: en la Eucaristía, en la escucha de la Palabra y, en general, en todos los medios de gracia».

A través del «bautismo del Espíritu» --testimonió, haciéndose altavoz de millones de fieles-- «se tiene experiencia de la unción del Espíritu Santo en la oración, de su poder en el ministerio pastoral, de su consolación en la prueba, de su guía en las elecciones», «transforma interiormente, da el gusto de la alabanza de Dios, abre la mente a la compresión de las Escrituras, enseña a proclamar Jesús "Señor" y da el valor de asumir tareas nuevas y difíciles, en el servicio de Dios y del prójimo», antes aún que la eventual «manifestación de los carismas».

«No es que todos estén llamados a experimentar la gracia de un "nuevo Pentecostés" [término que usó Juan XXIII. Ndr.] de esta forma», reconoció el padre Cantalamessa, «pero todos estamos llamados a no permanecer fuera de esta "corriente de gracia" que atraviesa la Iglesia del post Concilio».

Y se dirigió especialmente al matrimonio --sacramento de la donación recíproca--, donde la acción sanadora del Espíritu Santo es clave porque «es el don hecho persona, es la donación del Padre al Hijo y del Hijo al Padre».

Así, donde llega el Espíritu --«el amor de Dios»-- «renace la capacidad de hacerse don y con ella la alegría y la belleza de los esposos de vivir juntos»; «reaviva toda expresión de amor», concluyó.

Por Marta Lago

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