El arzobispo Celli, presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales
CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 12 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos el mensaje que ha enviado el arzobispo Claudio Maria Celli, presidente del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales en ocasión de la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, patrona de América.
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Fiesta de la Virgen de Guadalupe, Patrona de América
12 de diciembre 2007
A los comunicadores católicos del continente de la esperanza
Deseo hacer un alto en el camino para dirigirme a las personas de buena voluntad que trabajan en el amplio mundo de la comunicación social, especialmente a quienes con su servicio desean ser «sal y luz del mundo», comunicando al Dios que por Amor ha redimido la humanidad haciéndose como nosotros. En este tiempo de Adviento tenemos también la alegría de celebrar la festividad de la Virgen de Guadalupe, declarada por Juan Pablo II Patrona de América, que inspira y ampara de manera particular a la RIIAL y a tantas iniciativas de comunicación del Continente.
Aquella hermosa y ya tradicional expresión, «Continente de la Esperanza» ha sido iluminada con la Encíclica Spes salvi, nuevo regalo con que el Papa Benedicto XVI alimenta nuestra conciencia cristiana. Él mismo explicaba el sentido de esta virtud teologal: «He aquí entonces el sorprendente descubrimiento: ¡la esperanza mía y nuestra, está precedida por la espera que Dios cultiva con respecto a nosotros! Esta espera de Dios precede siempre a nuestra esperanza, exactamente como su amor nos alcanza siempre en primer lugar (cfr 1 Jn 4,10). Es una confianza que tiene su reflejo en los corazones de los pequeños, de los humildes, cuando a través de las dificultades y las fatigas se comprometen cada día a dar lo mejor de si mismos, a hacer ese poco de bien que para los ojos de Dios es mucho: en familia, en el puesto de trabajo, en la escuela, en los diferentes ámbitos de la sociedad. En el corazón del hombre está escrita de forma imborrable la esperanza, porque Dios, nuestro Padre es vida, y estamos hechos para la vida eterna y bienaventurada». (Homilía de Vísperas, 1.dic.2007).
Este año la Iglesia en América Latina ha sido marcada por la Conferencia de los Obispos en Aparecida, Brasil. Los pastores del Pueblo de Dios han querido responder a los desafíos del tiempo actual invitando a todos los cristianos a vivir un verdadero itinerario de discipulado, compartido en comunidad, y que culmina en una actitud misionera constante. Esta invitación apela de manera especial a los comunicadores y «tejedores de redes», para poner el rostro de Cristo en los espacios de la vida cotidiana de la sociedad.
El primer paso del camino señalado por los Obispos es un encuentro personal con el Señor Jesús, una experiencia de profunda amistad con Él, sin la cual la vida cristiana sencillamente no existe. Así pues, creo que como personas de comunicación podemos impulsar especialmente ahora este primer paso. No queramos «quemar etapas», pues la conducta según el Evangelio es auténtica sólo si surge de esa relación viva y personal de apertura a Cristo que se nos ofrece como Salvador. Pensemos cómo podemos, en nuestros campos específicos de acción, favorecer que los lectores, oyentes, televidentes, usuarios..., encuentren a Jesucristo en aquello que comunicamos. Si lográramos que nuestros interlocutores y destinatarios encontraran al Señor en nuestras obras de comunicación, podemos estar seguros de que Él hará fructificar el esfuerzo. Y tras el primer paso vendrá el segundo y así sucesivamente.
«El Verbo se hizo carne»; Dios se hizo accesible y comprensible a nosotros en el pesebre. Se hizo débil y dependiente el que todo podía y tenía en la mano el Universo. Con el estupor y la maravilla que este Misterio suscita en los creyentes de todas las generaciones, intentemos ser como aquellos ángeles que fueron enviados a anunciar a los pastores la gran alegría, el acontecimiento más grande de la historia.
Seamos dóciles como lo fue María de Guadalupe, señalada por Juan Pablo II como «modelo de una evangelización perfectamente inculturada». Ella se adapta a la mentalidad de su interlocutor, a su cultura, a su ritmo. Su mensaje no está hecho sólo de palabras. Es gesto, es forma, es imagen, es lenguaje, es idioma. Es una comunicación amorosa y llena de aceptación por el mundo del otro, a la vez que ejerce un efecto dinamizador que cambia para siempre al interlocutor. Juan Diego se ve reconocido en su profunda dignidad de ser humano, y más aún, elevado a una alta tarea: es enviado en misión para ser portador de un mensaje que le supera.
Que el Señor nos ilumine a todos en este hermoso tiempo litúrgico, y que compartamos con la familia, y también con las personas necesitadas, tantos bienes que hemos recibido. De parte mía y de mis colaboradores, ¡Feliz Navidad!
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