Un desafío secularista ante el que se moviliza al dicasterio para la Cultura
CIUDAD DEL VATICANO, lunes, 10 marzo 2008 (ZENITorg).- En un contexto cultural donde, fruto del secularismo, se apunta hacia una «atrofia espiritual», Benedicto XVI anima a responder a las inquietudes del corazón del hombre con la propuesta de los valores elevados de la existencia humana y el impulso del diálogo a todo campo entre fe y ciencia.
Es una «misión incansable y generosa» a la que el Papa llama a todos los pastores del Pueblo de Dios y al Pontificio Consejo de la Cultura, como expresó en su discurso a la asamblea plenaria de este dicasterio, a cuyos participantes recibió el sábado.
«La Iglesia y el desafío de la secularización» es el tema que ha convocado, del 6 al 8 de marzo, a más de cuarenta miembros y consultores de este Consejo.
El arzobispo Gianfranco Ravasi, su presidente, en su saludo al Santo Padre trazó los rasgos que distinguen esa secularización que, en una deriva negativa, «decolora la propia identidad espiritual y cultural», afectando la fe, la caridad, la búsqueda de la verdad. El fenómeno no es en absoluto nuevo; se registraba en el propio origen de la Iglesia. De ahí la advertencia paulina a los cristianos de Roma: «No os acomodéis al mundo presente» (Rm 12,2), que citó el prelado.
«Cuestión fundamental para el futuro de la humanidad y de la Iglesia», la secularización «frecuentemente se transforma en secularismo abandonando la acepción positiva de secularidad», precisó el Papa; «se presenta en las culturas como planteamiento del mundo y de la humanidad sin referencia a la Trascendencia», «desarrolla una mentalidad en la que Dios está de hecho ausente, en todo o en parte, de la existencia y de la conciencia humana».
Benedicto XVI aplaudió que el dicasterio afronte la cuestión como un «desafío providencial para proponer respuestas convincentes a los interrogantes y a las esperanzas del hombre contemporáneo».
Actualmente «la "muerte de Dios", anunciada en las décadas pasadas por tantos intelectuales, cede el lugar a un culto estéril del individuo --constató--. En este contexto cultural existe el riesgo de caer en una atrofia espiritual y en un vacío del corazón, caracterizados a veces por formas sucedáneas de pertenencia religiosa y de vago espiritualismo».
De ahí la urgencia --exhorta el Papa-- de «reaccionar a tal tendencia mediante el recuerdo de los valores elevados de la existencia, que dan sentido a la vida y pueden apagar la inquietud del corazón humano en busca de la felicidad: la dignidad de la persona humana y su libertad, la igualdad entre todos los hombres, el sentido de la vida y de la muerte y de lo que nos espera tras la conclusión de la existencia terrena».
Este apremio por el hombre llevó a Juan Pablo II a instituir el Pontificio Consejo de la Cultura «para dar un nuevo impulso a la acción de la Iglesia por hacer que se encuentre el Evangelio con la pluralidad de las culturas en las diversas partes del mundo», recordó Benedicto XVI.
El dicasterio tiene por delante la labor «ardua pero entusiasmante» --reconoció el Santo Padre- de proseguir en su impulso de «un diálogo fecundo entre ciencia y fe», «muy esperado por la Iglesia, pero también por la comunidad científica».
«En él la fe supone la razón y la perfecciona --aclaró--, y la razón, iluminada por la fe, encuentra la fuerza para elevarse en el conocimiento de Dios y de las realidades espirituales».
«Cada una tiene métodos propios», «y debe respetar y reconocer a la otra su legítima posibilidad de ejercicio autónomo según los propios principios --prosiguió--; ambas están llamadas a servir al hombre y a la humanidad, favoreciendo el desarrollo y el crecimiento integral de todos y cada uno».
Más que amenaza, desafío
Sintetizando estos días de asamblea plenaria, cuyo punto culminante ha sido la audiencia con Benedicto XVI, el subsecretario del Pontificio Consejo de la Cultura destaca del mensaje pontificio el énfasis de la secularización «como un desafío» .
Monseñor Melchor Sánchez de Toca matiza, en declaraciones a Zenit: «Secularización es un término complejo, ambiguo, pero tiene una acepción positiva: el reconocimiento del ámbito propio de las realidades humanas -el propio Concilio Vaticano II lo hace--; pero esta secularización, que reconoce que la política, la economía, la ciencia, tienen leyes propias, deriva hacia un secularismo -cuya acepción siempre es negativa-- que es como si todo se pudiera explicar sin Dios o como si Dios no existiera.
Dos vertientes tiene, a su vez, el desafío de la Iglesia ante la secularización -según la acepción que prescinde de Dios--, explica.
Por un lado la Iglesia camina «en las sociedades secularizadas, aunque sobre esto hay que decir, como recuerda el Instrumentum laboris que hemos preparado -observa monseñor Sánchez de Toca--, que en realidad es un fenómeno típico y exclusivo de la cultura occidental», pero «se difunde con la globalización».
«Sin embargo en el mundo, en general, la "profecía del fin de la religión" que habían anunciado algunos -que decían que a mayor progreso científico y económico habría menor religión- en realidad está desmentida por dos indicadores clarísimos: por un lado, el crecimiento del islam en países donde languidecía desde hace tiempo, por ejemplo de Asia; por otro, el incremento de las "comunidades pentecostales" en todo el planeta, especialmente Latinoamérica».
«Ciertamente lo que ocurre es que en la cultura occidental, que es la que se extiende a través de la globalización, aunque la religión no desaparece en realidad, parece como si no tuviera incidencia a la hora de configurar comportamientos en la sociedad», constata.
Más preocupante considera otro desafío: el que «podemos llamar de secularización interna». «Estos modos de pensar del mundo se contagian en la Iglesia, y el Papa lo dice»; «se produce una desnaturalización desde dentro, un vaciamiento de la fe cristiana, un contagio de mentalidad hedonista y consumista en el interior de la Iglesia», «una tendencia hacia la superficialidad, el egoísmo que mata la vida eclesial. Y esto es muy grave», advierte.
«Especialmente se aprecia entre los pastores y en las comunidades religiosas a veces», indica; «se trata de la aceptación acrítica» «de esta mentalidad del mundo», pero «es un tema presente desde el inicio de la vida de la Iglesia», si bien «en este tiempo ha habido como una intensificación».
En cualquier caso, como ha recalcado Benedicto XVI, «este ambiente la Iglesia tiene que aceptarlo no como un problema o amenaza, sino como un desafío», un matiz «muy distinto y muy importante porque no se trata de estar siempre lamentándonos de los males de este mundo, sino de buscar respuestas», subraya el subsecretario del dicasterio de la Cultura.
El Pontificio Consejo, según su reciente Asamblea, afronta este desafío como se ha repetido muchas veces: «Buscando a Dios en las brechas que ofrece esta mentalidad que parece que lo invade todo y que tiene mucha fuerza». Y es que «en este mundo autosuficiente que prácticamente prescinde de Dios se abren brechas --insiste--, sobre todo en momentos del sufrimiento y sobre todo de la muerte».
Propuesta de trabajo «muy importante» para el dicasterio, de la mano del Papa, es la continuación, «naturalmente, del diálogo de la razón con los no creyentes, un diálogo muy abierto y muy positivo con la cultura científica», continúa.
«Y también con "las culturas" -precisa monseñor Sánchez de Toca--, igual que se ha vivido en la asamblea con representantes de todas las grandes áreas culturales: Latinoamérica, África, Asia, el mundo musulmán, y por supuesto Europa y Norteamérica».
Unos cuarenta miembros y consultores del dicasterio han participado en esta cita, procedentes de áreas como ciencia, filosofía, arte, cine, historia y periodismo.
Por Marta Lago
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