En el discurso con motivo de la felicitación por la Navidad a la Curia romana
CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 20 diciembre 2007 (ZENIT.org).- Benedicto XVI destacó el papel protagonista que tienen los jóvenes y los pobres en la Iglesia al felicitar este viernes por la Navidad a los miembros de la Curia romana.
Al recorrer «velozmente» los grandes acontecimientos de la vida de la Iglesia en este año, el Papa subrayó en primer lugar el viaje que realizó a Brasil, del 9 al 13 de mayo, para inaugurar la Quinta Conferencia General del Episcopado de América Latina y del Caribe, acogida en el Santuario mariano de Aparecida.
Los pobres tuvieron un lugar particular en esa ocasión, recordó, evocando cómo la música «inolvidable» que acompañó el encuentro del Papa con los obispos brasileños en la catedral de San Paulo, fue interpretada por «un coro y una orquesta formados por jóvenes pobres de esa ciudad».
«Aquellas personas nos ofrecieron de este modo la experiencia de la belleza que forma parte de esos dones por medio de los cuales se superan los límites de la vida cotidiana del mundo y nos permiten percibir realidades más grandes que nos dan la seguridad de la belleza de Dios».
La pobreza fue mencionada nuevamente por el Papa al recordar la historia de la pequeña estatura de la Virgen de Aparecida, confesando que «me impresionó de manera totalmente particular».
«Unos pobres pescadores, que repetidamente habían echado las redes sin éxito sacaron la pequeña estatua de las aguas del río y después finalmente tuvo lugar una pesca abundante», explicó.
«Es la Virgen de los pobres, convertida ella misma en pobre y pequeña. De este modo, precisamente a través de la fe y del amor de los pobres, se formó alrededor de esta figura el gran Santuario, que haciendo referencia todavía hoy a la pobreza de Dios, a la humildad de la Madre, constituye día tras día una casa y un refugio para las personas que rezan y esperan».
Los hermanos y hermanas desfavorecidos fueron también los protagonistas de la «solemne vigilia» con los jóvenes en el estadio de Sao Paulo.
«A pesar de las temperaturas frías, nos encontramos todos unidos por una gran alegría interior, por una experiencia viva de comunión y por la clara voluntad de ser, en el Espíritu de Jesucristo, siervos de la reconciliación, amigos de los pobres y de los que sufren, y mensajeros del bien, cuyo esplendor hemos encontrado en el Evangelio».
«Hay encuentros masivos que sólo tienen el efecto de una autoafirmación; en ellos uno se deja arrastrar por la borrachera del ritmo y de los sonidos, acabando por sacar alegría sólo de nosotros mismos. Allí, sin embargo -aclaró--, se abrió precisamente el espíritu».
«La profunda comunión que en aquella noche se creó espontáneamente entre nosotros, el hecho de estar los unos con los otros implicó el ser los unos para los otros. No fue una huida de la vida cotidiana, sino que se convirtió en la fuerza para aceptar la vida de nuevo».
El sucesor de Pedro dio «las gracias de corazón a los jóvenes, que animaron aquella noche, por ser estar-con, por su cantar, hablar, rezar, que nos purificó interiormente, nos mejoró, nos hizo mejores también para los demás».
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