CIUDAD DEL VATICANO, domingo, 25 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Junto al anillo, símbolo de la unión de los cardenales con el Papa, Benedicto XVI entregó este domingo a los 23 nuevos purpurados la consigna de dar su vida por la Iglesia.
La Basílica de San Pedro del Vaticano se convirtió en el marco de tan solemne gesto. Unos 20 mil peregrinos, que quisieron participar en la concelebración eucarística, no encontraron lugar y se quedaron en la plaza a la intemperie de la lluvia siguiendo las imágenes gracias a grandes pantallas.
«Recibe el anillo de la mano de Pedro y sé conocedor de que con el amor del Príncipe de los Apóstoles se refuerza tu amor hacia la Iglesia», dijo el Papa a cada uno de los purpurados.
En su homilía, el Papa explicó que «en Jesús crucificado tiene lugar la máxima revelación de Dios en este mundo, pues Dios es amor, y la muerte en la cruz de Jesús es el acto más grande de amor de toda la historia».
Pus bien, aclaró, en el anillo cardenalicio «se representa precisamente la crucifixión».
Por eso, dirigiéndose a los nuevos cardenales, les dijo que el anillo es «una invitación a recordar al Rey del que sois servidores, el trono en el que Él fue elevado y su fidelidad hasta la muerte para vencer el pecado y la muerte con la fuerza de la divina misericordia».
«La madre Iglesia, esposa de Cristo, os da esta insignia como recuerdo de su Esposo, que la amó y se entregó a sí mismo por ella. De este modo, llevando el anillo cardenalicio, se os recuerda constantemente que estáis llamados a dar la vida de la Iglesia», añadió.
Tras la celebración eucarística y haber lanzado un llamamiento a la paz en Tierra Santa en vísperas de la cumbre que tendrán lugar el martes en Annapolis (Estados Unidos), el Papa almorzó con los nuevos purpurados y con todos los cardenales venidos a Roma con motivo del consistorio y del encuentro de oración y reflexión del 23 de noviembre.
La Basílica de San Pedro del Vaticano se convirtió en el marco de tan solemne gesto. Unos 20 mil peregrinos, que quisieron participar en la concelebración eucarística, no encontraron lugar y se quedaron en la plaza a la intemperie de la lluvia siguiendo las imágenes gracias a grandes pantallas.
«Recibe el anillo de la mano de Pedro y sé conocedor de que con el amor del Príncipe de los Apóstoles se refuerza tu amor hacia la Iglesia», dijo el Papa a cada uno de los purpurados.
En su homilía, el Papa explicó que «en Jesús crucificado tiene lugar la máxima revelación de Dios en este mundo, pues Dios es amor, y la muerte en la cruz de Jesús es el acto más grande de amor de toda la historia».
Pus bien, aclaró, en el anillo cardenalicio «se representa precisamente la crucifixión».
Por eso, dirigiéndose a los nuevos cardenales, les dijo que el anillo es «una invitación a recordar al Rey del que sois servidores, el trono en el que Él fue elevado y su fidelidad hasta la muerte para vencer el pecado y la muerte con la fuerza de la divina misericordia».
«La madre Iglesia, esposa de Cristo, os da esta insignia como recuerdo de su Esposo, que la amó y se entregó a sí mismo por ella. De este modo, llevando el anillo cardenalicio, se os recuerda constantemente que estáis llamados a dar la vida de la Iglesia», añadió.
Tras la celebración eucarística y haber lanzado un llamamiento a la paz en Tierra Santa en vísperas de la cumbre que tendrán lugar el martes en Annapolis (Estados Unidos), el Papa almorzó con los nuevos purpurados y con todos los cardenales venidos a Roma con motivo del consistorio y del encuentro de oración y reflexión del 23 de noviembre.
Por Jesús Colina
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